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Revisión del 22:28 30 nov 2020

Los Insomnes del Arrecife

Los insomnes del Arrecife es un libro de Historia introducido en Renegados. Explora la historia de los Insomnes después de que abandonaron el Distributario y fundaron el Arrecife. Las entradas se desbloqueaban recogiendo cristales de memoria dispersos por los mundos de Destiny 2.

Revancha II

Mara llama a un comité de representantes elegidos por el fuego sagrado, uno de los armatostes más grandes en el Arrecife de los abandonados. El fuego se creó para respaldar la construcción de hábitats en 4 Vesta, donde Mara algún día espera anclar a toda la flotilla y establecerse; pero los rostros esperanzados y con miedo que vio frente a ella lograron sembrar la idea de que eso jamás sucediera. ¿Qué sucedería si todos la abandonaran al primer indicio de un hogar? El haber llegado tan lejos, cruzando mundos y eones para nuevamente ver la Tierra, ¿cómo podría pedirles que ahora se contengan?

"Encontramos a la humanidad", les dice. "Encontramos a nuestros ancestros".

El aplauso por el triunfo y el asombro la emocionó hasta la médula. La mayoría de estos insomnes nacen en el Distributario, criados en los mitos de la humanidad y el Viajero. Ella acaba de abrir las páginas de sus cuentos y los trajo a la vida.

"Lo que queda de la especie humana vive en un único asentamiento". Asiente en dirección a Uldren, quien chasquea sus dedos para hacer aparecer las grabaciones. La perspectiva holográfica de su nave se hunde entre las mullidas capas de las nubes y la niebla, hacia el aire puro. Un panorama lúcido, un instante perfecto: las montañas blancas, la ciudad y la enorme esfera fracturada que cuelga sobre ella.

"Alto", ordena Uldren. "Ese es el Viajero".

A medida que la multitud murmura y se emociona, Mara siente un obstáculo. No le gusta ese tipo de admiración. No le gusta cómo el Viajero se asoma allí, casi inactivo pero no del todo (como un corazón moribundo arrancado de su cuerpo y lanzado al agua tibia; vibra y pierde intensidad si lo miras con los sensores correctos). Si el Viajero tuviera el poder para proteger a alguien, ¿acaso no podría proteger a mucho más que un simple asentamiento?

Esila, hija de Sila, salta desde la multitud, demasiado pequeña para mantenerse en pie por sí sola, pero sostenida por sus entusiasmados vecinos. "¿Qué estamos esperando?", pregunta. "¡Es todo lo que vinimos a buscar! Nos necesitan y es el lugar al que pertenecemos!"

Uldren y Mara comparten la mirada. Uldren chasquea los dedos y se reanuda la grabación.

Algo se mueve en la copa de los árboles. El follaje se agita y abre. Una nave de color marrón rojiza con forma de una libélula gorda, sin alas y rabiosa sale de su refugio y trepa para interceptarlos. La cámara complementaria de la cabeza de Uldren rastrea el objetivo y Mara imagina su estrecha sonrisa mientras que espera que el otro hombre haga el primer movimiento.

La nave libélula lanza un aparato con pequeñas agujas, las cuales explotan en una llama naranja oscura y van directo hacia Uldren. Los oídos de todos en el comité se saturan con sus gruñidos mientras que realiza un giro en forma de G y se va.

"Esos son caídos", dice Uldren. "Son una especie de carroñeros interestelares y unos piratas de subsistencia. Han estado aquí desde hace tiempo y saquearon la mayoría de los asentamientos que sobrevivieron a la primera caída de la humanidad. Puede ser que solo queden más caídos que humanos en la Tierra". Levanta su mentón para dejar al descubierto la cicatriz pálida que recorre su garganta. "Aterricé y fui a buscar prisioneros. Estaba listo cuando sacó dos cuchillos y me los apuntó, y resultó que tenía un par de brazos adicionales".

Risa nerviosa

"Es peor", agrega Mara, atrayendo paneles de datos de sensores pasivos del espacio exterior, "están en todo el sistema solar. Hemos detectado la presencia de flotillas de sus naves interestelares cerca de Júpiter y Venus. No se acercan a Marte solo porque está bajo la ocupación de otra especie alienígena. Mercurio está... bueno, véanlo por ustedes mismos". Exclamaciones de pavor ante las cenizas del reloj, lo único que queda del mundo jardín. "Creemos que fue obra de los vex, una especie compuesta por máquinas que aparece enumerada en el índice de amenazas de la Torre de la nave".

Esila, una famosa historiadora, coloca la voz en la súplica de la multitud. "Así que necesitan nuestra ayuda, ¿verdad? ¡Tenemos que acudir en su auxilio! Nuestras naves, nuestra tecnología... podemos hacer la diferencia".

"No". Mara derrumba las imágenes proyectadas entre sus manos. Se quedó hasta tarde luchando contra este dilema, el cual la mantuvo lejos de una discusión con Sjur. Era una decisión que debía tomar sola. "No podemos revelar nuestra existencia; de lo contrario, los caídos nos rastrearán. Necesitamos obtener más información. Debemos concentrarnos en asegurar este Arrecife abandonado, la puesta en marcha de la industria y la población, y explorar el sistema solar".

"Mara, con el debido respeto, le debemos nuestra sincera gratitud por habernos traído aquí", suspira Esila, "pero, ¿quién murió y la convirtió en reina?"

Mara guarda silencio. Pero piensa: "Todos, Esila. Todos murieron y me hicieron Reina".

Mara convoca una junta de los representantes elegidos del Fuego Sagrado, uno de los mayores cruceros del arrecife en ruinas. El Fuego se había construido para respaldar la construcción de un hábitat en Vesta 4, donde Mara esperaba poder estacionar toda su flota y echar raíces. Pero los esperanzados y aterrados rostros que se encontraban ante sí la hicieron temer que eso nunca se cumpliría. ¿Y si todos se marchan corriendo ante el primer indicio de hogar? Con lo lejos que habían llegado, recorriendo mundos y eones con tal de volver a ver la Tierra, ¿cómo iba a pedirles ahora que se contuvieran?

"Hemos encontrado humanidad", les dice. "Hemos encontrado a nuestros ancestros".

La alegría por el logro y el asombro la entusiasman enormemente. La mayoría de los insomnes nacieron en el Distributario, crecieron con los mitos de la humanidad y del Viajero. Acababa de abrirles las páginas de sus libros de historia y las había hecho cobrar vida.

"Las últimas especies humanas que siguen con vida habitan en un mismo asentamiento". Asiente a Uldren, que chasquea los dedos para que comience la grabación. La perspectiva holográfica de su nave se sumerge en la esponjosa capa de nubes y niebla hasta salir a una zona despejada. Una panorámica lúcida, un instante perfecto: las montañas blancas, la ciudad y la enorme esfera destrozada que cuelga encima de esta.

"Para", ordena Uldren. "Ese es el Viajero".

La propia Mara se siente tensa conforme la multitud murmulla y se emociona. No le gusta ese toque de veneración. No le gusta tener al Viajero asomándose por ahí, casi inmóvil, como un corazón moribundo arrancado de su cuerpo y arrojado en agua caliente; se contrae y palpita si lo miras con los sensores adecuados. Si el Viajero contaba con el poder suficiente para protegerlos a todos, ¿por qué cuidaba de un solo asentamiento apiñado?

Esila, hija de Sila, salta entre la multitud, demasiado menuda para ver algo, pero los entusiasmados vecinos la mantienen en alto. "¿A qué esperamos?", pregunta. "¡Esto es todo lo que veníamos buscando! ¡Nos necesitan y es ahí adonde pertenecemos!".

Uldren y Mara intercambian miradas. Uldren chasquea los dedos y la grabación se reanuda.

Algo se mueve en las copas de los árboles. Estas se agitan y se separan. Una aeronave de tonos marrón y rojizo con forma de libélula obesa y sin alas emerge de su refugio y se alza para interceptar al intruso. La señal principal de la cámara avista al objetivo y Mara imagina su adusta sonrisa mientras este aguarda a que el otro individuo se mueva.

La nave con forma de libélula suelta una andanada de pinchos que erupciona en forma de una violenta llama naranja y se precipita hacia Uldren. Toda la junta recibe un rugido desafiante conforme esta gira 180 grados de forma brusca y se marcha.

"Esos son los caídos", entona Uldren. "Una especie formada por saqueadores y piratas que se centran en subsistir. Llevan aquí mucho tiempo y ya han desvalijado la mayoría de asentamientos grandes que sobrevivieron al desplome original de la humanidad. Es posible que queden más caídos que humanos en la Tierra". Alza la barbilla para mostrar la pálida cicatriz que le recorre la garganta. "Llegué aquí y fui en busca de prisioneros. Lo tenía todo controlado, cuando me amenazó con dos cuchillos, pero resultó que disponía de un juego de brazos adicional".

Emite una risita nerviosa.

"Peor aún", añade Mara, conforme solicita vidrios de sensores de información pasiva del espacio, "se encuentran por todo el sistema solar. Hemos detectado algunas de sus flotas de naves interestelares rondando Júpiter y Venus. No tienden a pasar por Marte, pero solo porque el planeta está ocupado por otra especie alienígena. Mercurio está… en fin, podéis verlo vosotros mismos". Un aliento de terror se sucede ante los restos de ceniza de mecanismos, es todo lo que queda del legendario mundo orgánico. "Consideramos que esto puede ser obra de los vex, una especie de máquinas que forma parte del índice de amenazas de Shipspire".

Esila, reconocida historiadora, entona las súplicas de la multitud, "Así que necesitan nuestra ayuda, ¿no? ¡Tenemos que ir con ellos!". Con nuestras naves, nuestra tecnología… podríamos cambiarlo todo".

"No". Mara desbarata las imágenes que se proyectaban entre sus manos. Se quedó hasta tarde dándole vueltas al problema, lo que le evitó tener que lidiar con Sjur. Era una decisión que tenía que tomar por su cuenta. "No podemos desvelar nuestra existencia por temor a que los caídos nos encuentren. Tenemos que recopilar más información. Nuestro objetivo debe seguir siendo la seguridad de este arrecife en ruinas, impulsar la industria y la población, además de explorar el sistema solar".

"Mara, con todos mis respetos, te doy mi más sincero agradecimiento por traernos aquí", suspira Esila, "¿pero quién murió para hacerte reina?".

Mara no dice nada. Pero piensa: "Todos, Esila. Todos morimos para hacerme reina".

Revancha III

"No se ve bien", dice Sjur Eido, confirmando lo que Mara ya sabía, aunque de todas formas presta el útil servicio de secar toda la sangre y las lágrimas, y permitirle a Mara que vea la verdadera forma de la herida que divide a su gente. No es una herida literalmente hablando (aunque, ahora, está tratando la cicatriz de Uldren, quitando los pequeños fragmentos del metal de los caídos para analizarlos), pero la grieta en su Arrecife, el cisma más cismático, es como un terremoto que separó a los insomnes del Distributario de la gente de Mara que ahora produce réplicas.

Sabía que esto pasaría. No debió contarles tanto sobre la Tierra. "¿Qué tan mal se ve?"

Sjur golpea con fuerza a Uldren en el estómago, donde el paso de un metal fundido dejó una quemadura enrojecida. Le colocaron anestesia, pero de todos modos le gruñe. "Desde el último comité, diría que un treinta por ciento de la expedición quiere ir a la Tierra. Si les preguntas a los 891", aunque ya no son 891, "es casi un ochenta por ciento".

Mara maldice y saca una línea sangrienta de desecho solidificado de su hermano. "Inaceptable. No podemos perder sus habilidades". O sus genes: Los insomnes aún deben adaptarse al desgaste de este duro mundo espacial, y las madres temporales aún están en las etapas tempranas del diseño de sus bebés. Es imprescindible para mantener una reserva genética diversa. "Y los caídos van a rastrearlos hasta nosotros".

"Lo sé", dice Sjur, laboriosamente. "Prefiero morir antes que eso suceda".

La cosa más espantosa sobre los mundos es que traerán la conciencia de Mara a la realidad como cartas boca arriba, como una verdad revelada. "¡Inaceptable!", ladra y luego ella y Sjur comienzan a reírse. Y por último, Mara sacude su cabeza y gruñe. "No puedes saberlo, Sjur. Nadie puede saberlo".

"Lo sé. No sé cómo, pero lo sé. Sé que será algo que decidí hacer, y sé que será indiscutiblemente heroico. Con eso me basta".

"Pero si eso es cierto..." comienza a formular Mara, alejándose de la conversación personal que deberían tener, con toda la crudeza de su acompañante, "si mueres cuando nos ataquen los caídos, significa que no podré evitar que estas personas huyan a la Tierra, y que los caídos irán a buscarnos, por lo cual, estamos condenados". Ella ya está creando modelos complejos sobre la forma en que el universo debería adaptarse a la suerte o al destino y cómo debería destruir a esas cosas.

"Supongo que podría hacerlo". Sjur saca un harapo de carne muerta tan fino como un pergamino, proveniente de la herida de Uldren. "Mira. Soy el guardaespaldas de la Reina. Siempre supe que moriría de manera violenta".

"No soy la Reina".

"Posiblemente, ese es tu problema". Ella golpea a Uldren en el pecho, dejando un moretón color púrpura, el cual lentamente se desvanece. "¿Qué demonios sucede con ustedes dos? Nunca hablas sobre él. Parece que ni siquiera piensas en él. Pero se está destruyendo en pedazos por ti. ¿Cómo haces para vivir y ser su única hermana, además de su favorita durante tantos siglos... y ni siquiera le sonríes?"

Con secretos, piensa Mara. Hay que tener secretos el uno con el otro para que pueda llenar los huecos con sus propias ilusiones de felicidad. Dos naves unidas de manera rígida se destrozarán si alguna intenta moverse. Pero un hilo suelto deja lugar para maniobrar y se puede desenganchar con mayor rapidez, de ser necesario.

Eso le recuerda nuevamente la profecía de Sjur. Coloca la metralla en la tabla de disección, con mucho cuidado. "No morirás. No lo permitiré".

"Es grave", dice Sjur Eido, confirmando lo que Mara ya sabía. No obstante le echa una mano y retira toda la sangre y lágrimas, lo que permite a Mara otear la auténtica forma de la herida que divide a los suyos. No una herida en el sentido literal, aunque en esos momentos estuviera ocupada con la cicatriz real de Uldren, extrayendo diminutos fragmentos de metal de caídos para su análisis, sino la grieta de su Arrecife, la escisión de nuevo escisionada. Como si el terremoto que dividió a los insomnes del Distributario de la gente de Mara estuviera ahora lanzando sus réplicas.

Debía haber sabido que esto iba a ocurrir. No debía haberles contado tanto acerca de la Tierra. "¿Cómo de grave?".

Sjur toca el duro vientre Uldren, donde una línea de metal fundido había dejado una quemazón roja. Está anestesiado, pero gruñe de todos modos. "Tras la última junta, diría que el treinta por ciento de la expedición quiere ir a la Tierra. Si les preguntas a los 891" —aunque ya no quedan 891— "la cifra se aproxima más al ochenta por ciento".

Mara maldice y tira de una pústula sangrienta y solidificada del cuerpo de su hermano. "Inaceptable. No podemos perder sus habilidades". Ni sus genes: los insomnes todavía tienen que adaptarse a la contrición de este duro mundo orbital, y las madres futuras todavía están en las fases previas de diseño de sus bebés. Esto resulta esencial para nutrir nuestra reserva genética heterogénea. "Y los caídos volverán a por nosotros".

"Lo sé", respondió Sjur con rotundidad. "Es entonces cuando voy a morir".

Lo más terrible sobre esas palabras es que abofetean la conciencia de Mara como cartas sobre la mesa, como una verdad revelada. "¡Inaceptable!", ruge ella. Entonces, tanto ella como Sjur empiezan a reír y, al fin, Mara agita la cabeza y gruñe. "Es imposible que sepas eso, Sjur. Nadie lo sabe".

"Yo sí. No sé cómo, pero lo sé. Sé que va a ser algo que yo elija hacer, y va a ser algo totalmente heroico. Eso me basta".

"Pero de ser cierto…", empieza Mara, tratando de evitar la conversación que en realidad debían mantener junto a toda la crudeza que la acompañaba, "si mueres cuando los caídos nos ataquen, entonces no podré evitar que estas gentes se marchen a la Tierra y los caídos nos encontrarán y estaremos acabados". Ya estaba elaborando complejos modelos sobre cómo debía adaptarse al destino o a la fatalidad el universo y cómo actuar para acabar con esas cosas.

"Podría ser, supongo". Sjur retira un fino paño parcheado con piel muerta de la herida de Uldren. "Escucha, soy la guardaespaldas de la reina. Siempre he contado con morir de forma violenta".

"No soy la reina".

"Puede que ese sea tu problema". Sacudió el pecho de Uldren, dejando una magulladura morada desvaneciéndose. "¿Puede saberse qué pasa entre vosotros dos? Nunca hablas de él. Da la sensación de que nunca piensas en él. Sin embargo, ahí está, partiéndose la cara por ti. ¿Cómo puedes vivir siendo su única y amada hermana durante tantos siglos… y ni apenas mirarlo?".

Secretos, piensa Mara. Es esencial tener secretos entre nosotros para que Uldren pueda llenar los huecos vacíos con sus propias ilusiones alegres. Dos naves unidas firmemente se romperían en pedazos si trataron de moverse. Pero una unión menos firme permite un mayor margen de maniobra y soltarse más rápido de ser necesario.

Esto la hace pensar de nuevo en la profecía de Sjur. Coloca la metralla sobre el plato de disección con cuidado. "No vas a morir. No pienso permitirlo".

Revancha IV

De todos los desastres que podían suceder en el espacio, un motín es lo peor de todo. Las violaciones se pueden contener, los incendios se pueden apagar, la plaga se puede poner en cuarentena, la radiación se puede aislar y el calor, ventilar; pero el motín tiene una voluntad propia: una ingenuidad caótica que corrompe cualquier medida defensiva.

Mara se arrastra por los compartimientos, ahogada por el refrigerante vaporizado. Se mantiene agachada y se coloca el respirador sobre su rostro. En lo único que puede pensar es en el último mensaje de Kelda Wadj y la información adjunta. "Mara. Los efectos del paracausal son más fuertes a tu alrededor. Lo que sea que nos haya pasado, tú eres el lugar. No puedo dejar de insistir lo sutil y lo importante que es este descubrimiento. Mara, cuando utilizamos la desintegración radioactiva como un detonante para las bombas simuladas, bombas que podrían dañar a los insomnes, es mil veces menos probable que los átomos del detonante se desintegren cerca de ti. Es posible que las personas estén más seguras cuando tú estés cerca de ellos".

Tiene que involucrarse en el botín. Tiene que proteger a su gente.

Un gruñido terrible vibra a través de toda la estructura del hábitat, y luego, como un temblor apocalíptico, algo se desprende en el Arrecife. Una nave. Una nave está partiendo. Mara fracasó.

Mara se cae sobre su vientre y jadea dentro de la máscara. Luego, encogiéndose ante la aparición de una posible migraña, activa la mejora, la máquina improvisada creada por sus eutech precisamente para este propósito al extraer los implantes del Distributario arruinados de Mara y volviéndolos a arreglar. Está por lanzar la anulación de una orden para apagar los sistemas de la nave...

, pero luego se da cuenta de que es una nave humana recuperada, sorda a sus órdenes.

Se queda sin aliento por la frustración, absorbiendo el frío aire envasado. "Sjur".

"Estoy aquí", susurra su radio. "Estancada en la oficina del jefe del muelle. Disparé a varios en los hombros y me parece que entendieron el mensaje".

"Déjalos ir. Si una de las naves está lejos, no tiene sentido que detengamos al resto. Nuestra posición está comprometida".

"Entendido".

"Transmíteselo a todos. Voy a permitir que cualquiera que quiera dejar el Arrecife, se vaya. Esta es su única oportunidad". Gira sobre su espalda y mira fijamente a los vórtices serpenteantes del refrigerante, descubriendo en ellos rostros, futuros, vidas que acababa de perder, las vidas que aún podría perder. Llevó a su gente a la muerte en el sentido de que los llevó a la mortalidad, pero nunca quiso que sucediera de forma tan rápida.

"Ya lo saben, su Majestad", dice Sjur. "Ya lo saben".

"¿Qué?"

"Nos lo dijiste. Escuchamos tu voz". Hay asombro que semeja a la gratitud en la voz de Sjur Eido. "Mara, te escuché. Me hablaste".

De todos los desastres que pueden suceder en el espacio, las revueltas son el peor de ellos. Las invasiones se pueden controlar, los fuegos ahogar, las plagas aislar, las radiaciones cubrir, el calor ventilar… pero las revueltas cuentan con su propia voluntad: una ingenuidad caótica que corroe cualquier respuesta.

Mara trepa por los compartimentos asfixiada entre refrigerante vaporizado. Se mantiene agachada y sujeta la máscara de respiración en su rostro. No puede dejar de pensar en el último mensaje de Kelda Wadj y en los datos que adjuntaba. "Mara, los efectos paracausales son poderosos a tu alrededor. Sea lo que sea que nos haya sucedido, tú eres el centro neurálgico. No soy capaz de sobreestimar cuán sutil e importante puede resultar este descubrimiento. Mara, al utilizar descomposición radioactiva como desencadenante de bombas simuladas, bombas capaces de herir a los insomnes, los detonantes cuentan con una probabilidad mil veces inferior de descomponerse a tu alrededor. La gente tiene más opciones de mantenerse a salvo cerca de ti".

Tiene que adentrarse en la revuelta. Tiene que proteger a los suyos.

Un terrible quejido retumba en la estructura del hábitat y, entonces, con un estruendo apocalíptico, algo se desprende del Arrecife. Una nave. Una nave se marcha. Mara ha fracasado.

Cae rendida sobre su vientre y jadea con la máscara puesta. Entonces, se encoge anticipándose a la migraña y activa el aumento, la máquina improvisada que sus eutecnólogos habían fabricado para ese preciso propósito al extraer los implantes del Distributario estropeados de Mara y hacer que funcionaran de nuevo. Está a punto de lanzar la orden de anular los sistemas de la nave

cuando se da cuenta de que se trata de una nave humana recuperada, ajena a su mandato.

Resopla, frustrada, mientras toma aire frío embotellado. "Sjur".

"Aquí estoy", se escucha desde su radio. "Arrinconada en la oficina de la jefatura del muelle. He disparado a algunos de ellos en los hombros, parece que han pillado el mensaje".

"Deja que se marchen. Si una nave se ha marchado ya, no tiene sentido retener al resto. Nuestra posición se ha visto comprometida".

"Entendido".

"Transmíteselo a todo el mundo. Voy a permitir que todo aquel que quiera marcharse del Arrecife lo haga. Será su primera y última oportunidad". Se da la vuelta y mira hacia arriba, hacia los vórtices en espiral de refrigerante, observando los rostros, futuros, las vidas que acababa de perder, las que podía perder en adelante… Había traído aquí a su gente para morir, en el sentido de que los había traído hacia la mortalidad, pero no esperaba que sucediera tan deprisa.

"Lo saben, alteza", musitó Sjur. "Ya lo saben".

"¿Qué?".

"Nos lo dijiste. Oímos tu voz". Había miedo y gratitud en la voz de Sjur Eido. "Mara, te escuché. Me lo dijiste".

Revancha V

De esta forma, la división de los insomnes volvió a marcarse, se separaron en nativos del Arrecife o terrícolas. Todos los que abandonaron el lugar fueron para registrar las ruinas de una historia perdida y para darles auxilio a sus primos humanos, quienes aún se aferraban a su mundo hostil. Los insomnes se acercaron a estos humanos como nefilim, armados con las armas perdidas, la industria olvidada y la medicina. Eran como augurios de esperanza, ya que solían ser considerados como colonos nacidos en las estrellas que volvieron al hogar, lo que en realidad era una noción bastante correcta. Todos los que posaban sus miradas en ellos, comprendían que el cielo nocturno tenía más de un destino funesto al acecho. Se reprodujeron conforme a su raza, y a veces formaban híbridos con los humanos y, con el paso de los siglos, muchos se olvidaron de los Distributarios e incluso del Arrecife. Sin embargo, siempre hubo un anhelo en sus almas, un vector que apuntaba a un lugar lejano en el cinturón de asteroides, donde aún vivía su Reina.

"Ya lograron hacer la diferencia", le dijo Sjur a Mara poco después de que el primer insomne aterrizara en la Tierra. "Salvaron tantas vidas tan solo con la provisión de la medicina, el agua pura, y los suministros de construcción que, incluso si todos murieran en el lapso de un año, cada uno abastecería a diez o veinte humanos".

"Lo sé", dijo Mara, con orgullo con sabor amargo. "Dejen que las personas los recuerden como santos o paladines, y no le digan a nadie cuántos más podrían haber salvado si solo hubiesen mantenido la fe". Ya que ella sabía lo valiosa que es cada vida insomne: Sabía cuántas vidas tendría que atravesar y lamentarse por cada una de las almas perdidas debido un propósito menor.

El día en que atacaron los caídos, Mara fue proclamada reina. Ocurrió tan de prisa, aunque después no hubo debate entre las personas, porque todos le temían a un monarca que podía hablarles a sus pensamientos. Sin embargo, temían más negarle su poder y soberanía, pues habían viajado entre mundos en su nombre. Rechazarla sería rechazar su elección.

"Insomnes", les dijo, "por primera vez en mi vida, no estoy segura de asumir el poder y ahora uno de cada tres de ustedes se ha marchado. Ya no puedo negar en lo que me ha convertido el cosmos. Soy su única y legítima reina".

Sabía que había sido una tonta al fingir ser igual a los demás. Lo que era cierto de su hermano era cierto de todos los insomnes. Necesitaban secretos para maravillarse, secretos que rimaran con el profundo enigma de sus almas. No podían seguir lo que entendían completamente.

Habría una coronación formal más adelante, en un lugar que todavía no era construido. Por respeto a esa coronación que no se llevó a cabo, Mara no usó una corona al principio. Y luego se adjudicó como diadema el anillo del horizonte de sucesos que rodeaba el universo observable.

"Mis técnidas", dijo, reuniendo a Kelda Wadj y los otros eutech que quedaban, "recibirán autoridad absoluta para explorar nuestro nuevo poder, las reliquias del Viajero y todos los dominios asociados. Ya no estamos en el reino de la ciencia pura. Necesitamos una orden de misterios y brujas que se ocupen de ellos".

Menos de una hora después, un queche caído desactivó su campo de sigilo y comenzó un descenso hacia 4 Vesta. Los depredadores de cuatro brazos habían seguido la pista de una de las naves que fueron hacia la Tierra, por sus cambios de recorrido erráticos, hasta el Arrecife. Llegaron en busca de la fuente de estos seres de piel azul.

Un bombardeo de armas de materia coherente destruyó el queche. Fue una muerte rápida para la poderosa nave, una furia ancestral que comprimió su materia en una cabeza de alfiler relativista. Fue un malgasto de armas que no podían ser recargadas, pero el barón al mando ya había esparcido sus esquifes como semillas camufladas. Los saqueadores caídos cayeron por todo el Arrecife y pelearon mientras avanzaban hacia adentro. Los insomnes, jóvenes en su mortalidad, asustados de la muerte, corrieron atemorizados.

Mara, Uldren y Sjur Eido reunieron a cuantos pudieron. Sjur peleó en una armadura de combate, pero Mara debía ser vista vulnerable, con su cabello plateado y sus ojos entrecerrados, lanzándose contra el enemigo. Peleó con pistola y daga, y su hermano se movía como una sombra a su lado. Su gente estaba avergonzada de su timidez. Los caídos ya no eran alienígenas depredadores: Ahora, eran una indignidad, una ofensa al privilegio real que solo podía ser respondido con un gruñido y un disparo. Los insomnes vieron su desesperación: cómo la escoria avanzaba demacrada, cómo los vándalos se alejaban de la pelea mientras rompían paneles de muralla, desesperados por encontrar botín para complacer a sus capitanes.

Sjur Eido, en su armadura, peleó con el barón caído en un combate en gravedad cero sobre su tanque araña y lo mató con una flecha que atravesó su armadura y garganta. El éter siseó hacia el vacío. Sjur se lanzó contra el tanque araña que estaba sobre el casco del fuego sagrado. Riendo de emoción, cortó el barril del tanque y lanzó una carga dentro, sabiendo que su próximo disparo vengativo estaría apuntado al hábitat principal del fuego sagrado, y que moriría en el catastrófico disparo fallido.

El tanque disparó. La carga detonó. Sjur Eido salió volando, totalmente ilesa.

"Debí haber muerto ahí", dijo asombrada. Y en su mente podía ver el rostro sonriente de su Reina.

Y así fue cómo los insomnes, divididos en el pasado, volvieron a dividirse en terrícolas y nativos del Arrecife. Los que se marcharon fueron a registrar las ruinas en busca de la historia perdida y a auxiliar a sus parientes humanos que seguían aferrados a un mundo hostil. Los insomnes se aproximaron a estos humanos como nefilim, equipados con armas perdidas, productos olvidados y medicamentos. Eran como augurios de esperanza, pues a menudo se creía que eran colonizadores nacidos en las estrellas que regresaban a su hogar, algo que, a fin de cuentas, no distaba mucho de la realidad. Todo aquel que los observaba veía que el cielo nocturno no solo deparaba una fatalidad acechante. Procrearon entre sí, en ocasiones tuvieron híbridos con humanos y, en el transcurso de los siglos, muchos olvidaron el Distributario, e incluso el Arrecife. No obstante, siempre existía en sus almas una pizca, un vector que apuntaba a un lugar distante en el anillo de asteroides en el que su reina moraba.

"Ya han dejado huella", le dijo Sjur a Mara poco después de que el primer insomne llegara a la Tierra. "Van a lograr salvar muchas vidas solo con los suministros de medicamentos, agua pura y suministros de construcción, e incluso si todos murieran al terminar el año, aun así, salvarían diez o veinte humanos".

"Lo sé", dijo Mara con orgullo resentido. "Deja que la gente los recuerde como santos y paladines y no les digas a cuántos más habrían salvado de haber conservado la fe". Sabía de la tremenda importancia que tenía la vida de cada insomne; sabía cuántos tendría que emplear y lamentarse por cada alma malgastada en propósitos de menor calibre.

El día en que los caídos atacaron, Mara fue proclamada reina. Sucedió todo de golpe, pese a un debate largo y tendido entre las gentes, pues todos temían tener que contar con una monarca que consultara lo que pensaban. Aunque más temían negar su poder y soberanía, pues habían recorrido mundos en su nombre. Rechazarla supondría rechazara su propia elección.

"Insomnes", entonó, "por primera vez en toda mi vida he dudado en recurrir al poder, y ahora un tercio de todos vosotros se ha marchado. No puedo seguir negando en lo que el cosmos me ha convertido. Soy vuestra única reina legítima".

Sabía que había sido una ingenua al tratar de emular que eran todos iguales. Lo que era cierto para su hermano, era cierto para todos los insomnes. Necesitaban secretos con los que maravillarse, secretos que se asemejaran a los profundos enigmas de sus almas. No podían seguir algo que comprendían por completo.

Celebrarían una coronación más tarde, en un lugar que estaba por construir. Con el fin de mostrar respeto por no haber celebrado la coronación todavía, Mara decidió no portar corona alguna en primera instancia. Más tarde reclamaría como tiara el anillo del horizonte de sucesos que rodea al universo visible.

"Queridas técnidas", comenzó mientras reunía a Kelda Wadj y al resto de eutecnólogos restantes, "recibiréis total autoridad para explorar nuestro nuevo poder, las reliquias del Viajero y todos los campos asociados. Ya no estamos en el reino de la ciencia pura. Necesitamos una orden de misterios y brujas que ofrecerles".

Apenas una hora más tarde, un queche caído se acercó con sigilo y empezó a aminorar la velocidad en dirección a Vesta 4. Los depredadores de cuatro brazos habían rastreado una de las naves en dirección a la Tierra y a lo largo de sus erráticos cambios de dirección hasta el Arrecife. Habían llegado en busca del origen de esos seres con forma de simios azulados.

Una salva de pistolas de materia coherente destrozó al queche. Una muerte rápida para la poderosa nave, una furia ancestral de materia oscura comprimida en el tamaño de una chincheta relativista. Un desperdicio de armas que no podían recargarse, no obstante, y el barón al mando ya había esparcido sus esquifes como semillas camufladas. Los saqueadores caídos llegaron al Arrecife y se abrieron paso a la fuerza. Los insomnes, con escasos conocimientos sobre la mortalidad y aterrados por ella, huyeron despavoridos.

Mara, Uldren y Sjur Eido se ocuparon de tantos como pudieron. Sjur peleó con una protección de combate propulsada, pero Mara tenía que mostrarse vulnerable, con su cabello plateado y ojos rasgados, lanzándose hacia el enemigo. Luchó con una pistola y una daga, mientras su hermano se movía como un espectro a su lado. Su gente se sentía avergonzada por su cobardía. No eran los mismos caídos que hacían huir a los depredadores alienígenas, ahora eran indignos, una ofensa al majestuoso privilegio de sufrir un alarido y un disparo de fusil. Los insomnes apreciaron su desesperación, cómo los escorias mutilados se trastabillaban demacrados, cómo los vándalos se arrastraban huyendo de la batalla conforme arrancaban los paneles de las paredes, desesperados por saquear cuanto pudieran para agradar a sus capitanes.

Sjur Eido, provista de su blindaje, se enfrentó con el barón de los caídos en un combate con gravedad cero sobre su tanque araña y lo derrotó de un disparo, un cañonazo certero que le atravesó la armadura y la garganta. El éter siseó hacia el vacío. Sjur se lanzó hacia el tanque araña anclado al casco del Fuego Sagrado. Conforme reía de alegría, se abrió paso hacia el barril del tanque y lanzó una carga dentro, a sabiendas de que su siguiente disparo vengador tendría como objetivo el depósito del hábitat principal del Fuego Sagrado, a sabiendas de que moriría en medio de la aciaga catástrofe.

El tanque ardió. La carga se detonó. Sjur Eido salió disparada y totalmente ilesa.

"Ahí es donde debería haber muerto", se dijo extrañada. En su mente solo estaba el rostro sonriente de su reina.

Telic I

Mara realizó un intento más, y solo uno, para llamar a su gente dispersada de vuelta a casa. Esperaba que el ataque los convencería de que tenían una responsabilidad con el Arrecife, la responsabilidad de volver a casa y reparar el daño que habían causado. Sin embargo, no resultó bien, ya que, a pesar de que sus tecnobrujas pudieron amplificar el vínculo con su gente a través de las mejoras que Kelda había desarrollado, era solo una voz en una tormenta. Sus insomnes tenían antenas sensibles, en el sentido metafísico, y no podían escuchar su súplica a través del clamor. Además, el ingeniero de comunicaciones seguía olvidando llamar a Mara "Majestad" o "Reina".

"Buenas noticias", Uldren le dijo con el sombrío placer que siempre mostraba después de que sobrevivía un desastre. "Illyn y yo revisamos los registros de comunicación de los caídos. Su barón nunca transmitió nuestra posición a su kell. Quería la recompensa solo para él. Seguimos a salvo".

"El barón podría haber dejado una baliza de activación temporizada", le advirtió Mara. "Nunca subestimes a estos seres. Han vivido en el vacío por más tiempo que nosotros".

"Ya los admiro", le confesó Uldren. "Han perdido tanto. Mara, algunos de ellos incluso se desmiembran en rituales para probar que tienen la fuerza para regenerar sus miembros faltantes. Creo que, incluso si estamos sentenciados a morir y extinguirnos, puede que esos caídos vivan más que nosotros".

Mara agregó una nota en su registro que decía que su hermano había por fin encontrado a su verdadero pueblo.

Por su parte, Sjur Eido deambuló deslumbrada, llena de alegría de estar viva y de pena por ya no saber el día en que moriría. "En ti, todo es posible", le dijo a Mara. "Vivo gracias a ti". Cuando Mara la vio encordar su poderoso arco, doblándolo con todo su cuerpo, se sintió más que contenta de que Sjur hubiera sobrevivido.

Con el tiempo, Mara designó paladines para supervisar su nueva fuerza militar, así como Alis Li lo había hecho durante la Guerra Teodicea. Nombró a talentosos viajeros estelares como corsarios, para explorar el cinturón de asteroides en el secreto más absoluto y establecer rutas y depósitos que darían apoyo a los movimientos encubiertos de las naves insomnes.

Pero más importante que todo, le dio a su hermano la misión que la mantenía preocupada. "Hermano", le dijo, "no puedo permitir nunca más que mi pueblo se divida. Debemos ofrecerles más que escudos de hielo, cilindros de hábitats fríos y las madrigueras de Vesta. Debemos crear una cultura, un hilo que nos una a todos en orgullo y asombro ante el misterio que somos. Una cultura solo puede florecer bien en una ciudad".

"Si te reúnes en un solo lugar", le advirtió Uldren, "te conviertes en un objetivo".

Mara había considerado esto, y encontró una respuesta. "Ve y encuentra para mí un poder desconocido para todos los demás poderes de este mundo. Tráemelo y lo convertiré en la piedra angular de mi nueva ciudad, donde los insomnes soñarán con todo lo que han sido y todo lo que está por venir".

Así Uldren fue a recorrer los mundos, veloz como un fantasma. Después de un tiempo, volvió al Arrecife con una criatura no más grande que su mano, y dijo: "Hela aquí, hermana, la mentira que se convierte a sí misma en verdad. Esto es un Ahamkara".

Mara intentó una vez más, solo una, que sus dispersas gentes regresaran a casa. Esperaba que el asalto los hubiera convencido de que tenían una responsabilidad con el Arrecife. Debían regresar a su hogar y reparar el daño que habían causado. No obstante, no salió como esperaba, pues, pese a que sus brujas fueron capaces de intensificar su vínculo con la gente mediante los aumentos que Kelda había desarrollado, no era más que una vocecilla en medio de una tormenta. Sus insomnes estaban provistos de antenas sensibles en el sentido metafísico, y no eran capaces de escuchar sus súplicas en medio del clamor. Además, el ingeniero de comunicaciones seguía olvidando llamar "majestad" o "reina" a Mara.

"Buenas noticias", le dijo Uldren con la sonrisa complaciente que acostumbraba a mostrar después de cada debacle a la que sobrevivía. "Illyn y yo hemos analizado los registros de comunicaciones de los caídos. Su barón no llegó a transmitir nuestra posición a su kell. Quería llevarse el mérito. Seguimos a salvo".

"Puede que el barón hubiera lanzado una baliza programada", le advirtió Mara. "Nunca subestimes a esas cosas. Han vivido en el vacío mucho más que nosotros".

"Los admiro", confesó Uldren. "Han perdido muchísimo. Algunos incluso se mutilan a sí mismos en sus rituales para demostrar el poder que albergan y volver a hacer que sus extremidades crezcan, Mara. Incluso si nos vemos abocados a la extinción, esos caídos sobrevivirán más que nosotros".

Mara apuntó con sequedad en su registro que su hermano había descubierto al fin a su verdadero pueblo.

Sjur Eido, por su parte, daba vueltas aturdida, llena de alegría por estar viva y afligida por no conocer en realidad el día de su muerte. "Contigo todo es posible", le dijo a Mara. "Si vivo, es gracias a ti". Cuando Mara vio cómo encordaba su poderoso arco, con los miembros enroscados a su brazo opuesto, se alegró lo indecible de que Sjur hubiera sobrevivido.

Con el tiempo, Mara designó a los paladines como supervisores de su nuevo ejército, como Alis Li había hecho durante la Guerra de la Teodicea. Nombró corsarios a los navegantes estelares más preparados para explorar el cinturón de asteroides con la mayor discreción, y así establecer rutas y escondites para respaldar la operación encubierta de las naves insomnes.

Pero, por encima de todo, designó a su hermano la misión que más le preocupaba. "Hermano", le dijo, "no puedo volver a permitir que mi pueblo se divida. Hemos de ofrecerle mucho más que una protección helada, fríos hábitats cilíndricos y grutas de Vesta. Hemos de crear una cultura, una conexión que nos ciegue de orgullo y asombro ante nuestros propios misterios. No hay lugar mejor para que la cultura florezca que en una ciudad".

"Reúnelos en un solo lugar", avisó Uldren, "y te convertirás en un objetivo".

Mara ya había considerado esto y encontrado la respuesta. "Ponte en marcha y consígueme un poder diferente a cualquier otro de este mundo. Tráemelo y lo convertiré en la piedra angular de mi nueva ciudad, donde los insomnes soñarán todo lo que han sido y en lo que está por venir".

Así, Uldren emprendió un viaje entre mundos, raudo como un fantasma de luz azul. Pasado un tiempo, regresó al Arrecife con una criatura más pequeña que su mano y dijo "Presta atención, hermana, esta es la mentira capaz de hacerse verdad: un ahamkara".

Telic II

Fue solo Mara la que estableció un pacto con ese Ahamkara joven, que decidió recibir el nombre de Riven, en honor a su huésped. Fue solo Mara y su singular voluntad y propósito de unidad que salvó a los insomnes de aquello que ahora llamamos Himno Anatema. Puesto que Mara sentía poca división entre la realidad como es y la realidad como es deseada, tenía confianza en sus siglos de propósito y era paciente con la forma complicada en que el río de métodos alcanza su océano objetivo. Benditos son aquellos que en su absoluta individualidad se convierten en desinteresados. Poco apetecibles son aquellos que en su conocimiento propio más verdadero excluyen la posibilidad del autoengaño.

"Mara", dijo Uldren, el hermano de la Reina, "¿por qué me prohíbes hablar con el Ahamkara?"

"Este secreto es solo mío", dijo la Reina Mara. Sabía que su hermano solo había aumentado la brecha entre él, como era (llamado NUME) y él, como sería (llamado CAUST). "Ve al mundo exterior, que es donde te necesito".

Fue entonces cuando Sjur Eido, habiendo hablado con Kelda Wadj y con Esila, finalmente se presentó ante su Reina. Arrodillándose, dijo: "Su Majestad, Kelda Wadj dice que usted es un dios, puesto que no hay diferencia entre lo que desea y la realidad. Sin embargo, sé que desea antes de que algo se convierta en realidad. Esila dice que está escondiendo un secreto de su hermano que él nunca debe saber. Creo que el secreto es este: ahora es un dios, porque un día se convertirá en un dios, y los dioses no son temporales. Su hermano no es un dios porque nunca se convertirá en un dios. ¿Debería adorarla?"

"Sjur", dijo Mara, cayendo a sus rodillas, tomando la cara de su amada entre manos temblorosas, "Sjur, el día que me adores, no podrás amarme más, ya que adorar implica ceder todo poder, y no puedo amar algo que no tiene poder sobre mí".

En respuesta a esto, el Ahamkara se enrolló alrededor de su cuello, bostezó y mostró sus colmillos, ya que había una grieta entre lo que era y lo que se desea.

"Ya veo", dijo Sjur Eido. "Entonces para mí, usted todavía no es un dios".

Aunque con el tiempo el conocimiento de lo que sería Mara las terminaría por separar, fue un empuje cálido y alegre, como el de un amigo que le pide a un amado compañero para seguir avanzando a una oportunidad lejana. Y sus días juntas fueron disfrutados con alegría.

Fue la propia Mara quien estableció un acuerdo con la joven ahamkara, que escogió el sobrenombre de Riven, en honor a su anfitriona. Fue la propia Mara quien hizo acopio de voluntad y unidad para salvar a los insomnes de aquello a lo que ahora denominamos fórmula maléfica. Y es que existía escasa división entre la realidad-tal-como-es y la realidad-como-la-deseas. Confiaba en sus siglos de determinación y paciencia con el sinuoso camino por el que el río de métodos alcanza el océano objetivo. Bendecidos aquellos que pasan del absoluto egoísmo al altruismo. Aquellos que, en su más verdadero autoconocimiento, excluyen la posibilidad de engañarse a sí mismos, son despreciables.

"Mara", la llama Uldren, hermano de la reina, "¿por qué me has prohibido hablar con la ahamkara?".

"Ese secreto solo me corresponde a mí", le respondió la reina Mara. Sabía que su hermano solo había aumentado la brecha entre su el-que-es-y-fue (denominado NUME) y su el-que-sería (denominado CAUST). "Márchate al mundo exterior, es donde te necesito".

Ese fue el momento en que Sjur Eido, tras hablar con Kelda Wadj y Esila, al fin se presentó ante la reina. Conforme se arrodillaba dijo, "Majestad, Kelda Wadj dice que eres una diosa, dado que no hay diferencias entre tus deseos y realidades. No obstante, soy consciente de que deseas cosas antes de que estas se hagan realidad. Esila dice que guardas un secreto que tu hermano nunca ha de descubrir. Creo que el secreto es el siguiente: ahora eres una diosa, dado que un día te convertirás en una, y una deidad no es un estado temporal. Tu hermano no es un dios porque nunca llegará a convertirse en dios. ¿He de venerarte?".

"Sjur", dijo Mara, conforme se arrodillaba junto a ella y rodeaba su querido rostro entre las temblorosas manos, "el día que me veneres no podrás quererme nunca más, pues venerar supone rendir pleitesía, y no puedo querer a quien no ejerce poder alguno sobre mí".

En ese instante, la ahamkara se arremolinó en torno a su cuello, bostezó y enseñó las fauces, pues había una fisura entre lo-que-era y lo-que-se-quería.

"Entiendo", respondió Sjur Eido. "Entonces, para mí aún no eres una diosa".

Aunque con el tiempo el conocimiento de lo que Mara se convertiría las separaría, se trató de un distanciamiento alegre y amable, pues una amiga podría necesitar una compañera querida de cara a la distante oportunidad que se iba a presentar. Y los días que pasaron juntas fueron de los más alegres.

Tiranicidio I

La muerte de Mara comenzó con esta marca:

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Luego vino Eris Morn, Osiris, Toland, y todos los demás accesorios del majestuoso suicidio. Luego vinieron los enredos inciertos del Arrecife con vex y cabal, caídos y colmena, y la fatídica decisión de intervenir cuando la Casa de los Lobos fue a la Tierra a conquistar la última ciudad humana. Luego, habría historias no contadas, el Ahamkara y la subcreación de la Ciudad Ensoñada, la furia de las Guerras del Arrecife, los viajes del hermano Uldren hacia ese jardín mortal, y conspiraciones gigantes y de gran alcance, cuyos inicios y consecuencias han sido completamente eliminados por razones de elegancia o, según la raíz de 81, redactados para mantener secretos aún no dichos.

Aquí es donde comenzó el inicio, en el momento en que Mara despertó de manera brusca del sueño. Su círculo de técnidas yacía junto a ella en la cámara fría y neblinosa, y despertaron mareados, sus mejoras parpadeaban mientras se resincronizaban.

Había soñado un pensamiento de simplicidad y perfección absoluta, y el pensamiento se convirtió en un diente que la mordió. Dejó una herida con forma de

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Mara tomó un panel de papel de cristal, lo tornó rígido y receptivo con un toque, y escribió.

SOÑE CON UNA ESPADA Y UNA BOMBA. Soñé con la espada que se afila sola que se ha hecho tan fina, que perfora el mundo y, de esa forma, se convierte en el mundo. Se afila sola porque constantemente se pule contra sí misma. Soñé que la Muerte ocupaba esta espada, o quizás era algo tan estrechamente aliada con la Muerte que era un sinónimo, tanto así que separarlas hubiera requerido un cuchillo más afilado que el filo mismo. La Muerte levantó esa espada y dijo: "Yo corto todo y todo lo corto. Aiat".

Luego la Muerte cortó la bomba, y la bomba fue destruida y no pudo explotar. Yo estaba en la bomba. Sabía que la Muerte era el verbo cortar, y que su único verbo era cortar.

FORMAS Y FIGURAS. Soñé que la existencia era un juego de autómatas celulares. En esta metáfora, solo había dos cosas: formas en el mundo del juego y las reglas del mundo del juego. Las reglas eran las de la Vida y la Muerte. Entendí que la espada era el deseo de escapar de la existencia de ser una forma en el juego y convertirse en la regla que hacía las formas. Esta regla solo decía "vivir" o "morir". No tenía otro resultado. No podía guardar secretos. Contra esto estaba el deseo de convertirse en una forma tan compleja que podía jugar otros juegos dentro de sí misma.

LO QUE PRONTO SERÁ. Soñé que la espada que era la Muerte y la Ley buscó la complejidad y la cortó para revelar su simplicidad interna. Supe que pronto seríamos cortados, ya que éramos complejos y estábamos llenos de secretos. Supe lo que venía. Supe que vendría el golpe y que debía detenerlo.

¿CÓMO PUEDE UNA BOMBA USAR UNA ESPADA?

¿CÓMO PUEDE MORIR LA LEY QUE SEPARA LA VIDA DE LA MUERTE?

"Debo ir a la Ciudad Ensoñada y usar el motor oráculo", Mara les dijo a sus técnidas. "Preparen mi nave".

La muerte de Mara comenzó en esta señal:

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Más tarde llegarían las de Eris Morn, Osiris, Toland y el resto de elementos del majestuoso suicidio. Más tarde llegarían los intentos del Arrecife de relacionarse con los vex y los cabal, los caídos y la colmena, y las catastróficas decisiones de intervenir cuando la Casa de los Lobos se dirigió hacia la Tierra para conquistar la última ciudad humana. También se sucedieron historias que aún no se han revelado, la ahamkara y la subcreación de la Ciudad Onírica, la furia de la piedra destrozada de las guerras del Arrecife, los viajes del hermano Uldren hacia el jardín caído y las conspiraciones de gran envergadura cuyos inicios y consecuencias se han eliminado para guardar la compostura, al igual que raíz81, redactado por el bien de los secretos que aún están por contarse.

Aquí es donde empieza el origen, en el momento en que Mara se despertó sobresaltada del sueño. Su círculo de técnidas se encontraba con ella en la cámara helada y nebulosa, y regresaron aturdidas, con sus aumentos intermitentes debido a la resincronización.

Había soñado algo de enorme simplicidad y perfección, y ese algo había terminado convirtiéndose en unos dientes que la habían mordido. Habían dejado una herida en forma de

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Mara cogió un trozo de papel cristalino, lo alisó, dejándolo firme y receptivo de un toque, entonces, escribió:

HE SOÑADO CON UNA ESPADA Y UNA BOMBA. He soñado con una hoja que se afila por sí sola y se cortó a sí misma con tanta perfección que atraviesa el mundo para, luego, convertirse en el propio mundo. Se afila por sí sola porque se pule constantemente contra sí misma. He soñado que la muerte portaba esta espada, o algo tan relacionado con la muerte que se trataba de un sinónimo, tanto que para separarlas haría falta un cuchillo más cortante que la misma propiedad de cortar. La muerte alzó la espada y dijo "Lo corto todo y todo lo corto. Aiat".

Entonces, la muerte cercenó la bomba, y la bomba, quebrada, no pudo explotar. Yo me encontraba dentro de la bomba. Sabía que la muerte era sinónimo de cortar, y que su única función consistía en cortar.

FORMAS Y PLANEADORES. He soñado con la existencia como si de un juego de autómatas celulares se tratara. En esta metáfora, solo existían dos cosas: las formas del mundo del juego y las reglas del mundo del juego. Las reglas eran reglas de vida y muerte. Comprendí que la espada era el deseo de escapar de la existencia como forma en el juego y convertirme en la regla que generaba las formas. La regla solo consistía en decir "vive" o "muere", nada más. No podía guardar secretos. Frente a esto se encontraba el deseo de convertirme en una forma tan compleja que pudiera jugar a otros juegos en sí misma.

LO QUE PRONTO SERÁ. He soñado que la espada, que era la muerte y la regla, buscaba complejidad y la segó para revelar la simplicidad que contenía. Entonces supe que pronto nos cortaría, dado que éramos entes complejos y estábamos llenos de secretos. Sabía que iba a suceder. Sabía que la acometida iba a llegar y tenía que detenerla.

¿CÓMO PODÍA UNA BOMBA HACER USO DE UNA ESPADA?

¿CÓMO PODÍA PERECER LA REGLA QUE SEPARA LA VIDA DE LA MUERTE?

"He de ir a la Ciudad Onírica y utilizar la Máquina del Oráculo", les dijo Mara a las técnidas. "Preparad mi nave".

Tiranicidio II

Diez veces y una vez más Mara le pidió al motor oráculo que le mostrara la espada que era la muerte y cómo aparecería. Diez veces y una vez más, el motor oráculo le mostró a Mara una imagen de su familia.

Primero le mostró a Sjur Eido, llena de fuerza y riéndose reluciente, quien se desvanecería para luego volver.

Después le mostró a su hermano, Uldren, quien exploró las ruinas de los mundos caídos y buscó desafíos para ponerse a prueba a sí mismo.

Posteriormente, le mostró a Mara su propio rostro, y se entretuvo en el brillo secreto de sus ojos.

Por último, dejando a Mara imperiosa con desdén hacia sus propios sentimientos, amablemente distante hacia todos los que le preguntaban qué le preocupaba, le mostró a Osana, quien se había quedado atrás.

Mara se fijó en este rompecabezas. Una madre que se había quedado atrás, una hermana con secretos, un hermano que cazaba y exploraba, una mujer que era sencilla e implacable. Fue entonces cuando comprendió que la respuesta a su pregunta yacía en su interior y que, para vencer lo que se avecinaba, necesitaría una perfecta comprensión de sí misma. El aislamiento sería su consigna, porque un sistema aislado es el más sencillo de comprender.

Para empezar, Mara fue a los jardines y plantó una flor para su madre, quien pensó que aún debía de estar viva aunque podría haberse olvidado de su primer hija y de su primer hijo.

"Madre", dijo ella, "yo pedí ser tu hermana en lugar de tu hija, negándote la oportunidad de decirme tu secreto; la verdad de la madre que está mapeada en el espacio negativo definido por las mentiras que las madres dicen a sus hijas. Bueno, aquí están mis secretos. Te amo. Siempre te he amado. Sin ti, jamás podría haber sido nada".

Después fue a buscar a su hermano para hablar, pero Uldren se encontraba en Marte; ella solo encontró su estancia vacía, los cuchillos a medio afilar, y los estantes de pistolas. Se arrodilló con tristeza y tocó con su mano el suelo, donde las botas de caminata de su hermano habían gastado la suave piedra de asteroide. Esta era la forma que tenía la relación de hermanos ahora. Una búsqueda de ausencias.

Por último, Mara fue a ver a Sjur Eido. Sjur se encontraba haciendo una lista de tareas estúpidas y letales, para publicarlas en un tablero de recompensas de guardianes. "Quiero decirte la verdad", dijo Mara. "Hazme una pregunta".

"Si tomas un positivo entero y lo divides a la mitad si es un par, pero lo triplicas y añades uno si es impar y repites el proceso indefinidamente, ¿en algún momento, el resultado siempre será el número uno?" Exigió Sjur Eido.

"Sjur, mi furia leal", dijo Mara, "por favor, considera mi ofrecimiento con seriedad. Estoy convencida de que Illyn puede resolver tu problema matemático".

"Está bien". Sjur la observó con curiosidad. "Entonces, esta es mi pregunta. ¿Qué te ocurre? ¿Por qué estás actuando así?"

"¿Podemos caminar?" Mara le preguntó.

Hasta en diez ocasiones y una undécima le pidió Mara a la Máquina del Oráculo que le mostrara la espada que era la muerte y la forma en que aparecería. Hasta en diez ocasiones y una undécima la Máquina del Oráculo le mostró a Mara una imagen de su familia.

Primero le mostró a Sjur Eido, riendo y reluciente de poder, que terminaría desvaneciéndose para volver a aparecer.

Luego le mostró a Uldren, su hermano, que exploraba las ruinas de los mundos caídos y buscaba desafíos para ponerse a prueba.

Más tarde le mostró su propio rostro a Mara y se centró en el brillo secreto de su mirada.

Por último, dejándola sentir arrogancia y menosprecio hacia sus propios sentimientos, la alejó bruscamente hacia todos los que le preguntaban qué era lo que la perturbaba. Le mostró a Osana, que había permanecido detrás.

Mara se puso a recapitular. Una madre que se había quedado atrás, una hermana con secretos, un hermano cazador y explorador, una mujer simple y fuerte… Comprendió entonces que la respuesta a su pregunta se encontraba en sí misma, y que, para derrotar a lo que estaba por venir, tendría que conocerse a la perfección. El aislamiento sería su consigna, pues un sistema aislado es más sencillo de conocer.

En primer lugar, Mara se dirigió a los jardines y plantó una flor para su madre, a quien creía aún viva, aunque, a estas alturas puede que ya hubiera olvidado a su hija e hijo primigenios.

"Madre", dijo ella, "te pedí ser tu hermana en lugar de tu hija, de modo que te negué la oportunidad de contarme tus secretos, la verdad materna que se encontraba en el espacio negativo definido por las mentiras que las madres cuentan a sus hijas. Bueno, estos son mis secretos. Te quiero. Siempre te he querido. Sin ti nunca podría haber llegado a ser nadie".

Entonces, se marchó a hablar con su hermano, pero Uldren se había marchado a Marte, de modo que se vio sola en su habitación, con sus cuchillos a medio afilar y estantes de pistolas. Se arrodilló con aflicción y tocó el suelo con la mano, donde sus botas habían alisado la piedra de asteroides dejando huella. Era la forma en que estaba su relación fraternal. La búsqueda de ausencias.

En última instancia, Mara fue a ver a Sjur Eido. Sjur estaba haciendo una enorme lista de tareas absurdas y letales para publicarla en un panel de recompensas de guardianes. "Quiero contarte la verdad", dijo Mara. "Pregúntame lo que sea".

"Si tomas un entero positivo y lo divides si es par, pero lo triplicas y le añades uno si es impar y luego repites el proceso de manera infinita, siempre terminarás llegando a uno, ¿no?", preguntó Sjur Eido.

"Sjur, mi fiel provocadora", dijo Mara, "haz el favor de tomarte mi franqueza en serio. Seguro que Illyn es capaz de responder a tu problema matemático".

"Está bien". Sjur la miró con curiosidad. "Ahí va mi pregunta: ¿qué te sucede? ¿Por qué actúas así?".

"¿Podemos hablar?", le preguntó Mara.

Tiranicidio III

Mara y Sjur Eido salen al espacio y comienzan a andar por el casco, usando trajes de corsario de presión cutánea y anclajes finos. Las estrellas las rodean como velas difíciles de centrarse, similares a diademas compuestas de un trillón de bailarinas. Sjur Eido se acerca y choca con suavidad su casco con el de Mara. "Estamos solas. ¿Qué ocurrió, Mara? Siempre has sido, ah..."

"¿Reservada?" Sugiere Mara.

"Iba a decir misteriosa y recluida".

"Una espada puede ser parte de una bomba, si el ataque de la espada es el mecanismo detonador", dice Mara. "Es imposible para un juego autómata celular cambiar sus propias reglas, pero es posible crear subjuegos con sus propias reglas, y por esos subjuegos obtener la ventaja en el juego principal".

"Eso es genial", dice Sjur. "¿Sabes? Cuando hablas así, lo que realmente dices es: no quiero que nadie me entienda, pero quiero que entiendan que no me entienden".

"Sí", admite Mara, y con voz ronca se obliga a decir "Sjur, tengo un secreto, es algo que hice y no sé si alguien pueda conocerlo sin odiarme por siempre".

"Yo también tenía un secreto", le recuerda Sjur. "Lo que yo hice..."

"Es nada comparado con lo que yo hice. Nada en absoluto".

"Después de tener experiencia en odiarte durante un largo tiempo, y después haber abandonado mi odio, creo que me sería difícil volver al comienzo". Las fuertes manos de Sjur se colocan sobre la pequeña espalda de Mara. Ellas giran hacia arriba, rotando alrededor de un punto entre ellas, y sus anclajes de cientos de kilómetros comienzan a desplegarse. "¿Quieres decírmelo?"

"No", dice Mara. "Pero creo que debo hacerlo".

"Bien. Su Majestad, ¿qué hiciste para que Alis Li te arrojara té de mora en tu rostro?"

"Lo hice primero", dice Mara. Y explica la mitad faltante, la primera mitad de la oración:

"Yo hice las reglas y las condiciones iniciales que la engañaron, haciéndola creer que ella había decidido".

Termina así, y el resto continúa.

Sjur Eido la observa en silencio, inexpresiva. Las manos de Sjur Eido acarician la costura entre el traje de Mara y los pétalos cristalinos de su casco. Hace mucho tiempo, esta mujer traicionó su juramento y fue a servir a la Diasyrm, una mujer que gritó con angustia ante la maldición de la dimensión física y la posibilidad de sufrir. Hace mucho tiempo, esta mujer destruyó su vida entera para castigar el mayor crimen que ella podía imaginar: la negación de la divinidad trascendente para aquellos que podrían haberla reclamado.

"Tú eres el demonio", dice Sjur. "Tú eres el único poder que hizo la muerte. Tú permitiste la posibilidad del mal. Podrías ser responsable por más sufrimiento evitable que nada que hubiera existido antes".

Mara no puede negar con la cabeza, ni asentir.

"Bueno", dice Sjur, "si no lo hubieras hecho, ninguno de nosotros estaríamos aquí. Supongo que no veo qué más hubieras podido hacer, si te preocupaban aquellos que dejamos atrás. Si querías que pudiéramos ser capaces de volver y ayudar en la pelea". Se inclina hacia adelante y con mucha delicadeza besa el interior de su casco, donde se encuentra con el de Mara: en su mente, en el lugar donde está vinculada a todos los insomnes, Mara siente el contacto de los labios cariñosos.

De forma abrupta, Sjur luce maliciosa. "¿Sabes, Mara? No creo que hubieras confesado nada a menos de que existiera una manera de mantener un secreto más profundo. ¿Qué está sucediendo en verdad?"

"Hay muchos caminos hacia la divinidad", le dice Mara. El cinturón de Orión brilla en su casco, como una clasificación de tres estrellas dejada por alguna entidad de la colmena que Sjur asesinó. "Uno de ellos es matando todo lo que se puede matar, y todo lo que permanece debe ser inmortal. Otro es el camino que yo he recorrido, principalmente por accidente. Uno de estos caminos está más próximo a la espada, y el otro está más próximo a la bomba. Si la bomba puede derrotar a la espada con el nivel de la espada, entonces la bomba tiene derecho a la primacía"."

"Olvídalo", dice Sjur suspirando. "¿Has visto algo bueno en la vigilancia Cuervo últimamente?"

Mara y Sjur Eido saltan del casco y se adentran en el espacio. Llevan trajes de presión de corsario y cables finos. Las estrellas las rodean como velas difuminadas, como las diademas de millones de bailarines. Sjur Eido se aproxima y su casco toca el de Mara. "Estamos solas. ¿Qué sucede, Mara? Siempre has sido muy, eh…".

"¿Secretista?", Mara termina la frase por ella.

"Misteriosa y solitaria, pensaba más bien".

"Una espada puede formar parte de una bomba si el espadazo es el mecanismo de detonación", dice Mara. "Un juego de autómatas celulares no puede cambiar sus propias reglas, pero es posible crear un subjuego con sus propias normas, y que estos juegos internos adquieran ventajas en el juego principal".

"Estupendo…", responde Sjur. "Verás, cuando hablas así, lo que en realidad quieres decir es «no quiero que nadie me comprenda, pero quiero que comprendan que no me comprenden»".

"Sí", admite Mara, y se fuerza a continuar con voz ronca, "Sjur, tengo un secreto, algo que hice y no sé si alguien puede saberlo sin odiarme para siempre".

"Yo también tengo secretos", le recordó Sjur. "Lo que hice…".

"No tiene ni punto de comparación. En absoluto".

"Después de una dilatada experiencia odiándote y terminar rindiéndome, creo que me costaría mucho volver al pasado". Las fuertes manos de Sjur se posicionan en la menuda espalda de Mara. Empiezan a girar hacia arriba, rotando alrededor de un punto entre ambas, recorriendo mil kilómetros unidas y despegándose poco a poco. "¿Quieres contármelo?".

"No", responde Mara, "pero tengo que hacerlo".

"Está bien, ¿alteza, qué hiciste para que Alis Li te tirara un té de mora a la cara?".

"Yo primero", la interrumpió Mara. Entonces, le explica la parte que faltaba, la primera mitad de la frase.

Yo establecí las reglas y las condiciones iniciales que la hicieron creer que ella lo había decidido por su cuenta.

Así termina, luego viene el resto.

Sjur Eido la escudriña inexpresiva y en silencio. Las manos de Sjur Eido golpearon la unión entre el traje de presión de Mara y los pétalos vidriosos de su casco. Hace tiempo, esta mujer rompió su juramento y se marchó a servir al Diasirmo, una mujer que lloró con angustia ante la maldición de una cualidad física y la posibilidad de sufrir. Hace tiempo, esta mujer tiró por la borda toda su vida para cumplir condena por el mayor crimen que podía imaginar: la negación de una divinidad trascendente de cualquiera que la hubiera reclamado.

"Eres un demonio", dijo Sjur, "eres el poder único que engendró a la muerte. Tú creaste la posibilidad de que existiera el mal. Posiblemente eres la responsable de más sufrimiento evitable que cualquier ser que haya existido".

Mara no es capaz de mover la cabeza ni asentir.

"Bueno", continúa Sjur, "de no haberlo hecho, ninguna de nosotras estaría aquí. Supongo que no veo qué más podías haber hecho si te preocupabas por todos los que hemos dejado atrás, si querías que pudiéramos regresar y ayudar en la lucha". Se inclina hacia ella y besa el interior de su propio casco con delicadeza, donde se encuentra con el de Mara. Ella, en su mente, en ese lugar destinado a los demás insomnes, Mara siente el contacto de unos dulces labios.

Sjur se vuelve maliciosa de repente. "¿Sabes qué, Mara? No creo que hayas confesado nada en realidad, nada de nada, a menos que esto fuera una forma de ocultar un secreto aún mayor. ¿Qué está pasando de verdad?".

"Existen diferentes caminos hacia la divinidad", le responde Mara. El cinturón de Orión brilla sobre su casco como si se tratara de una clasificación de tres estrellas que alguna entidad de la colmena hubiera dejado después de que Sjur le quitara la vida. "Una de las formas consiste en asesinar a todo lo asesinable, de modo que todo lo restante sea inmortal. La otra es el camino que yo decidí tomar, en parte, de manera accidental. Uno de estos caminos es más próximo a la espada, el otro más a la bomba. Si la bomba es capaz de derrotar a la espada siguiendo las normas de la espada, entonces la bomba podrá proclamar su supremacía".

"Déjalo", suspira Sjur, "¿has visto algo interesante últimamente durante la vigilancia de los cuervos?".

Tiranicidio IV

Más tarde. Mucho más tarde. Es la noche previa al día de los gritos. Mara medita cruzada de piernas, en una cuna de gravedad nula. Variks le ha dicho más de una vez cómo los caídos hablan de los insomnes: estériles, incapaces de regenerar su carne, y condenados a soportar sus cicatrices por siempre. También sobre el hecho de que piensan que los insomnes son sus propios gemelos, coexistiendo con sus propias sombras. ¿Acaso no la anciana Inanna, reina del cielo, descendió al submundo para confrontar a su gemela sombra, la hermana Ereshkigal?

Inanna fue juzgada por un orgullo desmesurado y ejecutada.

No puedes vencer a una cosa que sea sinónimo de muerte, excepto en su propio territorio. No puedes temerle y huir de la muerte. Debes enfrentarla. La muerte es una espada, y una espada es como un cruce, como un puente... y puedes recorrer un puente de dos formas.

El plan existe solo en su mente, aunque la adorada Eris ya aprendió la mayor parte de este por necesidad. Las técnidas no conocen el plan completo, aunque ellas posicionarán los heraldos sobre el umbral. Ni siquiera la dulce y talentosa Petra conoce el plan completo.

Dejará a muchos atrás.

Uldren no sabe nada sobre el plan completo. Se ha guardado cada vez más para sí mismo, formulando secretos y planes... y todo. Mara lo sabe (y lo lamenta), porque él la necesita, y cree que puede conseguir su atención guardándole secretos.

Los secretos son la virtud de Mara y la virtud de su némesis. El ser cuya existencia dedujo de la analogía de la familia que le mostró el motor oráculo.

Mara comenzará el fin del hermano de la Reina el día de hoy. Ella sabe lo que eso significa para su propio destino. Ojo por ojo. Ahora ella debe pensar en el destino de todo el cosmos... y en su tierna respuesta, a medio ensamblar, hacia la fría lógica de la espada de la colmena. Ella no debe de afligirse. Ella no debe temer.

¿Acaso Inanna había temido cuando descendió? Mara no iba a ser superada por una fábula antigua. Después de todo, el nombre Mara significa muerte. Pero hay algo que ella admira sobre Inanna más que de cualquier otro de los mitos de katabasis.

Inanna fue a conquistar.

Más tarde, mucho más tarde. Es la noche previa al día de los gritos. Mara medita cruzada de piernas en una mecedora sin gravedad. Variks le ha contado más de una vez cómo los caídos hablan de los insomnes como seres estériles, incapaces de hacer crecer de nuevo su carne, obligados a portar sus cicatrices para siempre. También que consideran a los insomnes como seres duales, pues coexisten con sus propias sombras. ¿La ancestral Inanna, reina de los cielos, no fue quien descendió al inframundo para hacer frente a su sombra gemela, su hermana Ereshkigal?

Inanna fue juzgada por su arrogancia y ejecutada.

No se puede asesinar a algo que es sinónimo de muerte salvo si lo haces en su propio territorio. No puedes temer a la muerte y huir, has de hacerle frente. La muerte es una espada, y una espada es como un cruce, como un puente, y los puentes se pueden recorrer en dos direcciones.

El plan existe en su mente, aunque su querida Eris no ha tenido otro remedio que aprenderlo casi en su totalidad. Las técnidas no conocen el plan al detalle, pero colocarán a los heraldos en el umbral. Incluso la dulce y competente Petra desconoce el plan en su totalidad.

Son muchos los que dejará atrás.

Uldren no sabe nada del plan. Se ha guardado cada vez más cosas para sí, generando secretos y estrategias, todo ello lo sabe Mara, y se compadece, pues él la necesita y cree que puede llamar su atención si le oculta secretos.

Los secretos son su virtud y la de su némesis. El ser cuya existencia dedujo de la analogía familiar de la Máquina del Oráculo se presentó ante ella.

Mara supondría el inicio del fin para el hermano de esa otra reina hoy mismo. Sabía lo que eso significaba para el destino de los suyos. Ojo por ojo. Ahora tiene que pensar en el destino de todo el cosmos, y en su respuesta delicada y a medio formular a la fría lógica de la espada de la colmena. No ha de sentir pena. No ha de sentir miedo.

¿Acaso tuvo Inanna miedo cuando descendió? Mara no podía permitir que una fábula ancestral la superara. Después de todo, el nombre de Mara es sinónimo de muerte. Pero hay algo que admira más sobre Inanna por encima de otros mitos de la catábasis.

Inanna descendió para conquistar.

Tiranicidio V

Ella cierra los ojos. El mundo trono de Oryx destroza su flota, la burbuja del espacio de gritos invertida pulveriza la roca, el metal, y la carne, conforme la materia cede ante la voluntad convertida en hecho del Rey de los Poseídos. En algún lugar, Uldren ruge desafiante. Este es el momento de hacer un sacrificio absoluto, la encarnación del destino insomne: dar sus vidas para defender al mundo que un día abandonaron. La sensación de gran agonía desgarra a Mara como un sollozo.

Siente a sus técnidas preparando sus puertas de teletransportación de emergencia. Shuro Chi se acerca a ella, con una necesidad apremiante y muda de que Mara viva, y se requiere toda la eliminación fría e impasible de los milenios de Mara para apartar esa mano.

La onda de choque se desata.

Mara muere.

De una manera, ella es vaporizada con su queche, los vínculos entre cada una de las partículas de su cuerpo son cuestionados por la terrible lógica del arma de Oryx, y son considerados como prescindibles. El mecanismo de devastación es de fisión espontánea. El autor de la destrucción ríe con alegría.

De otra manera, una manera más simbólica y verdadera, ella está empalada en la espada de Oryx. Ella arrojó todo su poder hacia él, y él respondió. Él extinguió su incipiente divinidad y su exiguo derecho a la realeza; él expuso a Mara a la cruda y cáustica hostilidad de su Alta Guerra. Había sido derrotada por la lógica de la espada.

Ella baila recorriendo la espada, y entra hacia su mundo trono. Los heraldos le abren la puerta y ella da el paso. Ella está muerta, consumida por Oryx: Está muerta en su voluntad, el reino ascendente. No había otra forma de entrar más que esa.

Al menos, Inanna advirtió a su gente de alguna forma; le dijo a su ministro que hiciera que sus adoradores lloraran, dieran golpes, rezaran y laceraran sus glúteos. Inanna le dijo a su ministro que rogara a los dioses por su salvación. Mara no lo hizo. En cambio, le enlistó a Eris a varios millones de guardianes bailarines furiosos para que fueran a liquidar al dios que la asesinó. A ese nivel, es tan simple como atracar un banco. Consigue que te lleven a la tesorería como un tesoro, y cuando el dueño muera, sal de ahí con sus cosas.

Pero incluso Inanna tuvo que enviar a todos fuera antes de que cruzara la última puerta.

Mara piensa en todas las personas que ha conocido, todas las personas a las que ha perdido, de vuelta incluso a Yang Liwei y ese rayo de Luz en la oscuridad más profunda. Ella está ahí de nuevo, en el anclaje, cayendo hacia el misterio. Su hermano la está llamando, intentando seguirla, y ella no puede mirar hacia atrás.

Ella ha estado pensando en su propia lógica, en secretos y en diseños ocultos. El universo no se ha vuelto más simple en su edad. Dondequiera que la vida pueda comenzar, ha comenzado, e incluso en algunos lugares donde las personas sensatas esperan que no lo haga. La gran tendencia ha sido hacia la complejidad, hacia la sofisticación, hacia pensamientos más profundos y formas más enriquecidas de ser. Una espada está afilada por todos lados, pero las piezas de una bomba nunca parecen ser un arma, hasta que está completo el ensamblaje.

El mundo trono de Oryx intenta fragmentar su cuerpo y mente en un quintillón de trozos devastados, pero Mara ha sobrevivido al caos primordial incipiente, antes del tiempo y el espacio. Ella ha conservado sus sentidos y ha paso por algo peor que esto... y su paciencia llega a durar siglos. Eris será exitosa. Los guardianes cumplirán con su parte. Cuando el poder de este mundo esté disponible para ser asumido, Mara lo asumirá, no como un vencedor tomando un botín, sino como un carroñero que toma un valioso componente para su obra maestra.

Cuando un peón llega al otro lado del tablero de ajedrez, puede ser promovido a reina. ¿Y qué eclosiona cuando promueves a una reina? ¿En qué nuevo tablero reclama ella su lugar?

Mara lo sabe.

Ella se acomoda para la larga espera, completamente en soledad, y casi sintiendo paz al respecto.

Ella cierra los ojos. El mundo trono de Oryx arrasa con su flota, el burbujeo de rocas, metal y carne pulverizados del espacio de alaridos invertido, como si de simple materia se tratara, se rinden a la voluntad del Rey de los Poseídos. En algún lugar, Uldren ruge desafiante. Es el momento del sacrificio total, la encarnación de la fatalidad de los insomnes: dar sus vidas en defensa del mundo que un día abandonaron. El sentimiento de pérdida desgarra a Mara cual sollozo.

Siente que sus técnidas están preparando sus propias salidas de emergencia. Shuro Chi se acerca hasta ella, con la necesidad apremiante y silenciosa de que Mara sobreviva. Sin embargo, realizando un esfuerzo titánico y recurriendo a milenios de fría impasividad, Mara rechaza la mano tendida.

La conmoción llega.

Mara fallece.

En cierto modo, termina vaporizándose con su queche, las uniones entre las partículas de su cuerpo, en tela de juicio por la desgarradora lógica del arma de Oryx, resultan superfluas. El mecanismo de devastación concluye con una fisión espontánea. El artífice de la destrucción se regocija.

En cierto modo, de forma más real y simbólica, la espada de Oryx la empala. Había lanzado todo su poder contra él, y este había respondido. Había apagado su pomposa divinidad y exigua reivindicación de realeza, había expuesto a Mara a la más pura y corrosiva hostilidad de su Gran Guerra. Había sido derrotada por la lógica de la espada.

Mara se contonea en torno a la espada camino del mundo trono de Oryx. Los heraldos le ofrecen la entrada y ella se dirige hacia ella. Está muerta, consumida por Oryx. Muerta bajo su voluntad, en su Reino Ascendente. No había otro modo salvo este camino verdadero.

Inanna dio el aviso a su pueblo al fin. Le pidió al ministro que sus devotos lloraran, tocaran el tambor, rezaran y laceraran sus nalgas ante la pérdida. Inanna pidió a su ministro que suplicara a los dioses que la salvaran. Mara no lo hizo. En su lugar, reclutó a Eris y a varios millones de guardianes bailarines dementes para que acabaran con el dios que la había asesinado. Se trataba, llegado este punto, de un robo muy sencillo: permite que te lleven hacia el tesoro como un botín más y cuando el propietario muera, márchate con toda su fortuna.

Pero incluso Inanna tenía que hacer que la gente se marchase antes de que atravesara la última puerta.

Mara piensa en todas las personas que ha conocido, toda la gente que ha perdido, incluso en la Yang Liwei y el rayo de Luz en la más profunda Oscuridad. Ahí está otra vez, en la soga, precipitándose hacia el misterio. Su hermano la llama a gritos, tratando de seguirla, pero no puede mirar atrás.

Ha estado pensando en una lógica propia de secretos y diseños ocultos. El universo no se ha simplificado con el tiempo. Donde quiera que puede emerger vida, ahí comienza, incluso en lugares donde gente sensata lo vería impensable. La tendencia ha seguido pasos complejos, sofisticados, pensamientos profundos y caminos más elaborados del ser. Una espada está afilada por todas partes, pero los elementos de una bomba no se parecen en nada a los de una bomba hasta que esta se desarma.

El mundo trono de Oryx trata de arrancarle su cuerpo y su mente en un quintillón de pedazos que gritan, pero Mara ha sobrevivido al caos primordial e incipiente antes ante el espacio y el tiempo. Ha logrado conservar su ser ante situaciones mucho peores que esta. Tiene eones de paciencia. Eris triunfará. Los guardianes cumplirán con su parte. Cuando el poder del mundo esté libre para conquistarlo, Mara se apoderará de él, pero no como el victorioso que recoge su botín, sino como una saqueadora que recoge el preciado componente de su obra maestra.

Cuando un peón alcanza la parte opuesta del tablero de ajedrez, este puede llegar a convertirse en reina. ¿Y qué surge cuando asciendes a reina? ¿Qué nuevo tablero reclama como propio?

Mara lo sabe bien.

Se prepara para la larga espera, totalmente sola, casi en paz con ello.

Regente

"Ya veo. ¿Y nuestras naves de los Lobos?"

"Todas destruidas excepto Kaliks-Syn, que quedó bastante deteriorada. Ahora sigue ardiendo por Palas".

"¿Y las galeotas?"

Por ahora, las que se quedaron en la base están en buenas condiciones. Y aún tenemos algunas en reserva en Palas".

"¿Cuántas?"

"Eh... doce".

"¿Y cuántos contramaestres?"

"Temo que no podría decirlo con seguridad".

"Ya veo. Desvía a Hallam a la defensa civil. Envía a Kamala y a todos lo que podamos a una misión de búsqueda y rescate encubierta. Evita a toda costa cualquier enfrentamiento hostil. Si encuentran sobrevivientes, notifícame de inmediato".

"Lo haré. Corto transmisiones, Comandante".

La luz del sistema de comunicación se apaga y Petra respira profundamente para calmarse. Se inclina para pulsar los interruptores y ajustar los sintonizadores. Sus manos tiemblan. "Comandante". No se suponía que ella sería Comandante. Todo lo que ella quería era servir y proteger a Mara, pero ahora Mara Sov estaba...

Mara Sov estaba...

Mara estaba viva, viva en algún lugar. ¡Lo prometió!

Luego de tomar el mando de su propia galeota, Petra se dirige a la Costa Enredada. Se desplaza entre canales del sistema de comunicación mientras vuela: la colmena tiene rodeada la base y los discípulos exigen escolta en su evacuación. Devi desapareció en combate. Hipernave tras hipernave de guardianes se lanzaban como kamikaze contra esa monstruosa nave de la colmena, solo para ser repelidas por algún tipo de campo de defensa. Cientos de sembradoras aterrizan en Ceres. Hallam evacúa a todos los civiles que puede y los lleva a las ciudades interiores que están más protegidas. Doscientas sembradoras más en Palas. Fuerzas del Quemador Celeste a la vista y armadas hasta los dientes. Los aliados de los lobos comienzan a desertar. Encontraron a Devi.

Petra no puede apagar la radio. No puede parar de escuchar y apenas puede respirar. Quiere romper el hechizo y pilotear su nave hasta el ojo de la nave insignia; anhela destrozarse contra esa fea cubierta tallada y gritar lo más fuerte que pueda mientras muere para que esa bestia miserable la escuche y sepa la atrocidad que había cometido. Le encantaría creer que Mara estaba viva, pero cómo, cómo saberlo si no podía sentirla, ¡ni siquiera sabía los pasos del maldito plan!

Se acerca a la Tierra de los ladrones desde un ángulo temerario, luego se apresura y baja entre los restos unidos de la Costa. El aire es denso, polvoriento, con residuos y materia de precursor brillante y sin vida; era imposible ver a más de un kilómetro de distancia. Sigue su radar.

De manera inconsciente, aguanta la respiración.

Y entonces... ahí está. La Atalaya.

Petra suspira entre dientes.

Está completa. Sin ningún daño.

"Ya veo. ¿Y nuestras naves de los Lobos?".

"Todas destruidas, excepto la Kaliks-Syn, que está muy dañada. Ahora está de camino a Pallas".

"¿Y los Galeotes?".

"Los que se quedaron en el puesto se encuentran en buenas condiciones, por ahora. Y aún tenemos algunos de reserva en Pallas".

"¿Cuántos?".

"Eh… doce".

"¿Y cuántos contramaestres?".

"Me temo que no lo sé".

"Ya veo. Reasigna a Hallam a una formación defensiva civil. Envía a Kamala y a cualquiera del que podamos prescindir para una operación de búsqueda y salvamento encubierta. Hay que evitar los enfrentamientos hostiles a toda costa. Si se encuentran supervivientes, notifícamelo inmediatamente".

"Entendido. Cambio y corto, comandante".

La luz de comunicaciones se apaga y Petra respira hondo para calmarse. Se inclina hacia adelante para accionar interruptores y ajustar diales. Le tiemblan las manos. "Comandante". No tendría que haber llegado a comandante. Todo lo que siempre había querido era servir y proteger a Mara, y ahora Mara Sov estaba…

Mara Sov estaba…

Mara estaba viva, estaba viva en alguna parte. ¡Lo había prometido!

Retomando el yugo de su propio Galeote, Petra pone rumbo a la Costa Enredada. Va cambiando entre los canales de comunicaciones mientras vuela: la colmena está asaltando el puesto y los discípulos piden escolta para su evacuación. Devi ha desaparecido. Las hipernaves de guardianes se lanzan una tras otra contra esa monstruosa nave colmena, solo para que las repela algún tipo de campo de defensa. Están aterrizando cientos de sembradores en Ceres. Hallam está evacuando a todos los civiles que puede a las ciudades protegidas del interior. Doscientos sembradores más en Pallas. Las fuerzas de los Quemadores Celestes están armadas hasta los dientes. Los aliados de los Lobos están desertando. Encuentran a Devi.

Petra no puede apagar la radio. No puede dejar de escuchar, apenas puede respirar. Quiere volver atrás y volar su nave hacia el centro del buque insignia. Quiere estrellarse directamente contra su horrible casco tallado y gritar tan alto y claro mientras muere que esa bestia despreciable la oiga y sepa la atrocidad que ha cometido. Quiere creer que Mara está viva, pero cómo… cómo… cómo si no puede sentirla, ¡cuando no conoce cada paso del maldito plan!

Se aproxima a Desembarco de Ladrones desde un ángulo temerario, entonces reduce rápidamente y desciende entre los restos atados de la Costa. El aire es denso y está cargado de polvo, escombros y materia de heraldo inmaterial y reluciente; es imposible ver más allá de un kilómetro. Sigue su radar.

De forma inconsciente, contiene la respiración.

Y entonces, ahí está. La Atalaya.

Petra suspira con los dientes apretados.

Está de una pieza. Sin daños.

Illyn / Ilyn

En los pasajes con paredes repletas de bombas de un lugar llamado Procesos y Servicios, cesaron los gritos.

"Jamás había escuchado tanta quietud", susurra Lissyl. "¿Se fueron?"

Pero sabía, al igual que Portia y Nascia sabían, como la misma Illyn sabía, que los poseídos no se habían ido. No hace mucho tiempo, Procesos y Servicios era el lugar donde Illyn y sus hermanas venían a crear Desolaciones, objetos de tecnología empapados del poder de la cáscara seca del poseído de Oryx. Illyn fue la primera en servir como conducto viviente; la primera de las técnidas en utilizar ese vacío interior como un puente, ese cisma fundamental de los insomnes. Recuerda los interminables gritos, horribles y llenos de maldad de esas cosas. Pero también recuerda los susurros... y si los gritos estaban silenciados ahora, los susurros serían más fuertes que nunca.

"Rápido", sisea Illyn. "Antes de que le informen a Petra". Cualquier violación de los Procesos y Servicios activa una alerta, y aunque habían sido cautos para ingresar, cualquier minuto de calor corporal y movimiento del aire sería detectado. "Debemos preguntar e irnos".

La valiente Portia los lleva a la celda que eligió para usar, una esfera de hierro reliquia envasada al vacío, recubierta por dentro y por fuera de un papel aluminio que atenuaba las señales. Lo que flota en suspensión es una miniatura negra del Viajero, una perla alrededor de un horrible defecto interior. Illyn abre un puerto de acceso del tamaño de una aguja. El hedor del ozono se extiende.

Hay un Vándalo poseído dentro que flexiona y tiembla a través de combinaciones indescriptibles de una agonía dichosa.

"Nascia", susurra. Con calma y precisión, Nascia desliza una antena de cable por el puerto, guiándola a través de giros imposibles y cerraduras encriptadas con la caricia de los campos de sus mejoras.

Illyn masajea sus sienes. Los susurros son fuertes aquí. Los susurros que rondan el lugar donde alguna vez se oyó la voz de su Reina. Susurros que sonaban como si extrañaran a Shuro Chi y a los demás en la nave insignia de la Reina.

Debían haber ido a la Ciudad Ensoñada si la batalla salía mal. Debían llegar a salvo a casa. ¿Y si necesitan ayuda? ¿Y si Petra le ocultó su destino a Illyn? ¿Petra, hija del círculo y criada por brujas, sería capaz de algo así? La situación entre la comandante regente y las técnidas no ha sido fácil...

"Listo". Nascia les ofrece el extremo del cable separado. "Tengan cuidado".

Sus mejoras se sincronizan en destellos de luz, como los rayos del sol pasando por un campo de diamantes. La inquisidora Lissyl hace la primera pregunta. ¿Nos escuchas?

La adrenalina de la cosa del poseído las ataca, como una víbora. Es poderosa, pero familiar: Illyn rechaza sus demandas. "Creo que nos escucha", dice, con una risa sombría. "Conocemos demasiado bien a los poseídos, ¿no creen?". Al comienzo, se temía que los guardianes estuvieran horrorizados por la armadura fortalecida por los poseídos. Pero Petra tenía razón. Los guardianes usarán cualquier cosa que les proporcione poder, ya sea táctico o social.

Juntas, se abrieron paso por las geometrías internas brutalmente elegantes del poseído, buscando los hilos de conexión que se extienden por el espacio y el tiempo. "¿Shuro?", Illyn susurra. "Hemos escuchado de ti. ¿Nos escuchas?".

En ese momento, comete el fatal error. Piensa en la época antes de Saturno. Piensa en Shuro Chi, Uldren y Mara. Los... quiere de vuelta.

Lo desea.

En el no-espacio a su alrededor, unas mandíbulas gigantes se cierran de golpe.

"¡RIVEN!", grita la valiente Portia. Illyn estaba preparada para los poseídos; cosas dobladas perfectas, elegantes y manejables; pero para este apetito absoluto, esta voluntad imposible...

Dice la palabra secreta de estasis que deshabilitará sus mejoras y cortará la comunión. No sabe si lo logró a tiempo. La callada Nascia está gritando, la inquisidora Lissyl está gritando. Los gritos comenzaron de nuevo.

En los pasajes bombardeados de un lugar llamado Procesos y Servicios, los gritos han cesado.

"Nunca lo había oído en silencio", susurra Lissyl. "¿Se han ido?".

Pero sabe, al igual que Portia y Nascia, y que la misma Illyn, que los poseídos no se han ido. Hace no mucho tiempo, Procesos y Servicios era el lugar al que Illyn y sus hermanas acudían a fabricar equipo de la desolación: objetos tecnológicos imbuidos con el poder de las cáscaras secas de los poseídos de Oryx. Illyn fue la primera en postularse como conducto viviente, la primera de los técnidas en usar como puente esa profunda falla interior, ese cisma insomne fundamental. Recuerda los interminables y terribles gritos infinitamente malignos de las cosas. Pero también recuerda los susurros… y si los gritos ahora no se oyen, los susurros suenan más altos que nunca.

"Deprisa", sisea Illyn. "Antes de que se entere Petra". Cualquier infracción en los Procesos y Servicios hace saltar una alerta y, aunque fueron astutas en su intrusión, se detecta hasta el más mínimo calor corporal y movimiento del aire. "Debemos hacer nuestras preguntas y marcharnos".

La valiente Portia las guía a la celda que seleccionó para su uso: una esfera hermética de hierro reliquia bañada interior y exteriormente con papel de aluminio para atenuar las señales. Flota en suspensión un Viajero negro en miniatura, una perla formada en torno a un horrible fallo interior. Illyn abre un puerto de acceso del grosor de una aguja. Emite un fuerte hedor a ozono.

Dentro hay un vándalo poseído, temblando y retorciéndose en innombrables cambios de dichosa agonía.

"Nascia", susurra. En silencio, la precisa Nascia desliza un hilo de cable en el puerto y lo guía a través de giros imposibles y cerraduras encriptadas con el mimo de sus campos de aumento.

Illyn se frota las sienes. Aquí los susurros son como gritos. Susurros que retumban en el lugar donde una vez sonó la voz de su reina. Susurros que suenan como la desaparecida Shuro Chi y los demás de la nave insignia de la reina.

Deberían haberse usado las salidas de emergencia para dirigirse a la Ciudad Onírica si la batalla fuera mal. Deberían haber vuelto a casa a salvo. ¿Y si necesitaban ayuda? ¿Y si Petra le había ocultado su destino a Illyn? ¿Eso haría Petra Hija del Aquelarre, criada por las brujas? Las cosas no han sido fáciles entre la comandante regente y los técnidas…

"Listo". Nascia les tiende el final abierto del cable. "Tened cuidado".

Sus aumentos se sincronizan con una luz intermitente, igual que un rayo de sol que pasa por un campo de diamantes. Inquisitiva, Lissyl formula la primera pregunta. "¿Nos oís?".

La ráfaga repentina de voluntad de las cosas de los poseídos acude a ellas. Es poderoso, pero familiar: Illyn evita su demanda. "Creo que nos oye", dice con una risa lúgubre. "Conocemos a los poseídos demasiado bien, ¿no?". En su momento se temió que a los guardianes les horrorizara la armadura fortalecida por los poseídos. Pero Petra tenía razón. Los guardianes llevarán puesta cualquier cosa que les otorgue poder, sea táctico o social.

Juntas, desvelarían la geometría interior descarnadamente elegante de las cosas de los poseídos y buscarían los hilos de conexión que se extienden por el espacio y el tiempo. "¿Shuro?". susurra Illyn. "Os hemos oído. ¿Nos oís vosotros?".

Ahí es cuando comete el fatal error. Piensa en los tiempos antes de Saturno. Piensa en Shuro Chi, Uldren y Mara. Ella… quiere que regrese esa época.

Eso quiere.

En el sin espacio que las rodea, unas grandes mandíbulas se cierran.

"¡Riven!", grita la valiente Portia. Illyn estaba preparada para los poseídos, con todo perfectamente doblado, de forma elegante y manejable, pero este fuerte apetito, esa voluntad imposible…

Pronuncia la palabra secreta de estasis que colapsará todos sus aumentos y pondrá fin a la comunión. No sabe si está a tiempo. La silenciosa Nascia está gritando, la inquisitiva Lissyl también. Los gritos han comenzado otra vez.

Nitrógeno

"¡Relámpagos!", grita Koro, lo cual despierta a Tellia Ros de un sueño inquieto. "¡Hay relámpagos! ¡Al fin! ¡Al fin!". Sale con una capa y un respirador para bailar de felicidad.

Se ven destellos de luz blanca a través del refugio plástico de Koro. Tellia piensa en granadas de arco y los desdeñados de los barones atravesando las paredes de su laboratorio. Se estremece, cuenta las flechas en su carcaj e intenta volver a dormir.

Pero no puede. Se pone su arco y carcaj, y acompaña a Koro afuera. Tamiza la tierra que fue golpeada por el relámpago, sonriendo como un tonto. Un insecto excavador se escurre entre sus dedos. Lo intenta capturar, pero solo consigue una antena delgada. "Necesito nitrógeno para cultivar plantas", explica, mientras señala el cielo y la niebla de aire contenido que rodea esta parte del Arrecife. "Cuando el campo de contención acumula suficiente carga, se crea un arco con el suelo y los rayos separan el nitrógeno en el aire, lo cual fertiliza el suelo. Es impresionante, ¿no crees?"

Tellia se lo queda mirando. "No puedes estar considerando seriamente cultivar aquí". Un hogar, uno apropiado y civilizado, debería ser un hábitat sellado. Un lugar fresco, limpio y lleno de luz.

"¿Por qué no? Ahora somos un pueblo refugiado, Tellia. ¿Crees que las cosas mejorarán?". Koro apunta a las brillantes estrellas de hábitats y naves sobre ellos. "Todos ellos... Todos son objetivos. Debemos aprender a vivir de nuestra tierra".

"¡Somos un pueblo de refugiados porque hay cosas que nos siguen matando!". Tellia deja huellas enojadas en la tierra. "No estarás aquí afuera por mucho tiempo. Petra Venj asegurará el Arrecife o la Reina volverá o... o...".

"¿En verdad crees que sobrevivió?". Koro se limpia las manos. "Mi Felda no lo creía, y ella era fuerte. Verdaderamente fuerte. Necesitamos legiones de guardianes para matar a Oryx. La Reina, ella... Sé que era algo especial. Pero no era una guardiana".

"Creo que todavía puedo sentirla", dice Tellia, obstinadamente. "A veces".

"A veces. Quién sabe lo que nos entra en la cabeza en estos días".

Encima de ellos, una nueva estrella se enciende. Koro entrecierra sus ojos. "Una nave de guardián", dice. "Se nota por la forma en la que llegan, como si no les importara nada".

"Quizás vinieron a cazar a los desdeñados". Quizás algún día Tellia sería una científica nuevamente, en un laboratorio adecuado, con un lugar para dormir adecuado. "Como los días después de Skolas...".

"Tengo otras esperanzas". Koro da una palmada a sus muslos, se pone de pie y, como si fuera un verdadero profeta, se dirige a su refugio segundos antes de que su bebé rompiera en llanto. "¿Escuchaste del caído en Hygeia? Le paga a la gente que se atreva a mantener unos telescopios remotos".

"¿Trabajas para la Araña?", reclama Tellia. "Pero él...".

"Está dispuesto a pagar en bienes concretos. Está dispuesto a ayudar que la gente avance. Incluso a ofrecer seguridad". Koro abre la entrada a su refugio. "¿Me ayudas con los niños? Alguien les debe explicar por qué no deberían temerles a los rayos".

"¡Relámpagos!". El grito de Koro despertó a Tellia Ros de su inquieto sueño. "¡Son relámpagos! ¡Por fin! ¡Por fin!". Salió con una capa y un respirador para bailar de alegría.

Los relámpagos blancos se ven a través del plástico de la cabaña de Koro. Tellia piensa en granadas de arco y en los repudiados del barón atravesando las paredes de su laboratorio. Se estremece, cuenta las flechas de su carcaj e intenta volver a dormirse.

No es capaz. Se cuelga el carcaj y el arco y sale para reunirse con Koro. Está escudriñando la tierra alcanzada por los rayos, con una sonrisa boba. Un insecto excavador se desliza entre sus dedos. Él trata de capturarlo, pero solo consigue una delgada antena. "Necesito nitrógeno para cultivar plantas", explica mientras señala hacia el cielo y la neblina de aire contaminado que rodea esta parte del Arrecife. "Cuando el campo de contención crea la cantidad de carga suficiente, se arquea hacia el suelo y los rayos eléctricos separan el nitrógeno del aire, con lo que se fertiliza la tierra. ¿No es increíble?".

Tellia lo mira. "No puede ser que de verdad quieras cultivar aquí". El hogar, un hogar real civilizado, es un hábitat sellado, un lugar limpio y fresco lleno de luz.

"¿Por qué no? Ahora somos refugiados, Tellia. ¿Crees que las cosas van a mejorar?". Señala las estrellas brillantes de las naves y los hábitats sobre ellos. "Todos esos, todo esos son objetivos. Tenemos que aprender a vivir de la tierra".

"¡Somos refugiados porque las cosas no dejan de matarnos!". Tellia deja huellas enfadadas en el suelo. "No tendrás que estar aquí fuera mucho más tiempo. Petra Venj asegurará el Arrecife o la reina volverá, o… o…".

"¿Realmente piensas que ha sobrevivido?". Koro se frota las manos para limpiárselas. "Mi Felda no lo ha conseguido y era dura. Muy dura. Se necesitaron legiones de guardianes para matar a Oryx. La reina es… Sé que era alguien especial. Pero no es una guardiana".

"Creo que aún la puedo sentir", dice Tellia con terquedad. "A veces".

"A veces. ¿Quién sabe qué puede metérsenos en la cabeza últimamente?".

Una estrella nueva se enciende sobre sus cabezas. Koro entorna los ojos. "Una nave de guardianes", dice. "Se reconoce por la forma en la que se acercan, como si no les importase nada".

"Quizá vendrán a dar caza a los repudiados". Puede que algún día Tellia vuelva a ser científica, en un laboratorio de verdad, con un verdadero sitio donde dormir. "Como los días después de Skolas…"

"Tengo otras expectativas". Koro se da palmadas en los muslos, se pone en pie y, como si fuese un verdadero profeta, se dirige a su cabaña justo antes de que su bebé comience a llorar. "¿Has oído hablar del caído en Hygeia? Está dispuesto a pagar a la gente que quiera mantener unos cuantos telescopios remotos".

"¿Trabajas para la Araña?", grita Tellia. "Pero está…"

"Dispuesto a pagar en bienes duraderos. Dispuesto a ayudar a la gente a mudarse. Incluso a proporcionar seguridad". Koro descorre la entrada de su cabaña. "¿Me echas una mano con los niños? Alguien tiene que explicarles por qué no deben tener miedo a los relámpagos".

Rechazo

Petra tiene todo planeado para el recibimiento de Zavala. Dirá algo estentóreo que será técnicamente un saludo, pero que Petra también leerá como un reproche, desdén o quizás preocupación paternal. Petra le sonreirá a Zavala como si no le importara, para que sepa que él no es nadie, una persona cualquiera, un burócrata, alguien que no merece su enojo. En ese preciso momento, un fragmento de hielo impregnado de cianuro de las lejanas nubes de Oort penetrará las devastadas defensas del Arrecife y golpeará a Zavala con tal velocidad que se convertirá en un líquido espeso en el piso, en una mancha. Cuando el Espectro de Zavala comience a reconstruirlo, Petra dirá hábilmente: "Permíteme a mí". Y tomará un trapeador.

La escotilla se abre. Cayde-6 atraviesa su camino, mientras habla con Zavala. "Lo que sea que hayas visto o leído, es peor. Esas personas necesitan nuestra...".

"Cayde". Sin darse cuenta del todo, Petra adopta el desapego místico de Mara, su postura despreocupada y distante. Su garganta se aprieta, y en realidad comienza a toser fuerte contra la repentina pena. "¿Trajiste a...?".

Zavala avanza por la habitación como un obelisco de roca de la Ciudad extrudida por el sistema solar para invadir el espacio de Petra. Le responde respetuosamente a Cayde antes de dirigirse a ella. "El hecho, Cayde, es que la Reina nos hizo un favor al dejar al Arrecife sumido en caos. Mientras los caídos estén aquí matándose unos a otros, nos da tiempo para reconstruir". Ahora saluda a Petra. "Comandante regente. Encantado de ver que se encuentra bien".

"Igualmente". Petra siente en su corazón que la Reina veía al Arrecife como el protector de la Tierra y su gente, y quizás también del Viajero. Todavía le molesta escuchar a Zavala hablar abiertamente del Arrecife como una distracción. "Cayde tenía una propuesta que quería contarnos a ambos", dice.

"¡Así es!", Cayde se pasea entre ellos, como una bengala que busca disuadir la ardiente furia que se siente entre Petra y Zavala. La caída de la Ciudad hizo que su actuar bromista y su actitud temeraria y sin compromisos se asentaran; no se ha recuperado del todo. "Este es el plan, Petra. Estamos trayendo muchas personas solitarias de la Tierra a los brazos de la Ciudad. Estuve hablando con Variks sobre esta situación y se me ocurrió que podríamos extender la iniciativa a ustedes". Cayde se pone más serio. "Quiero invitar a los insomnes del Arrecife a la Ciudad. Dejarle este lugar a Variks, a la Órbita Muerta o a quien lo quiera. Es un infierno ahí afuera, Petra. No sobrevivirás".

Zavala mira fijamente a Petra. Arde con un magnífico poder estentóreo. "¿Tiene la comandante regente el suficiente control sobre el Arrecife para ejecutar una retirada?".

"Sí, a pesar de tus mejores esfuerzos", dice Petra de golpe... Y de pronto, ya no se puede detener. Está demasiado enojada, demasiado molesta por la pena. "Al menos Cayde tiene el honor suficiente para reconocer lo que nos has hecho. ¡Cada casa de los caídos que destruyes termina en nuestras costas! ¡Cada dios de la colmena y tirano cabal que atraes pasa por nosotros para llegar a ti! Con razón no podía soportar tu presencia, Zavala. Has abandonado a tu gente".

Se aguanta el resto: cómo desea que en aquel entonces en el dos mil y tanto, cuando la Oscuridad destronó a la humanidad de la cúspide de su Edad de Oro para desplomarse a dieciséis siglos de barbarie, hubiera hecho un mejor trabajo.

Eso no es cierto. Son las palabras de su corazón roto. Pero sí que habla fuerte.

"Era una charlatana", dice Zavala, en voz baja. "Peleaba una guerra que solo existía en su mente. Y los arrastró a todos. Cualquiera de ustedes que lo admita será bienvenido en mi Ciudad. Pero no adoptaré ninguna conspiración que ella haya dejado sin terminar. Si vienen con nosotros, vienen a unirse a la Ciudad".

No. No. ¿Dejar de ser la gente de la Reina? ¿Dejar de recordar su promesa? "Tienes miedo", le dice Petra al titán de titanes. "Es por eso que ella nunca pudo confiar en ti. Vuelve a tu Viajero, Zavala. Gracias por tu preocupación, Cayde, pero el Arrecife tiene sus propios propósitos, y lamentarías tu insensatez si los abandonásemos".

"Petra...".

"Ellos son los propósitos", le dice ferozmente "deseados por nuestra Reina".

Petra ya ha planeado la bienvenida de Zavala al completo. Él dirá algo estentóreo que, aunque es técnicamente un saludo, Petra también interpretará como un reproche o condescendencia, o quizás una preocupación paternal. Petra sonreirá con suficiencia a Zavala, como si en realidad no le importara, para que sepa que no es nadie, un burócrata, muy por debajo de ser merecedor de su furia. Pero en ese mismo momento, una esquirla de hielo con cianuro de los confines de la nube de Oort penetrará las defensas devastadas del Arrecife y se estrellará contra Zavala a tal velocidad que este se convertirá en una delgada capa de líquido sobre el suelo, una capa de suciedad. Cuando el Espectro de Zavala empiece a reconstruirlo, Petra dirá suavemente: "No, ¡déjame a mí". Entonces, esgrimirá una fregona.

La escotilla se abre. Cayde-6 entra de espaldas, hablando con Zavala: "Lo que quiera que hayas visto u oído, es peor. Esa gente necesita nuestra…".

"Cayde". Petra adopta de forma medio consciente la distancia espiritual de Mara, su postura distante y despreocupada. Se atraganta y tose con fuerza contra el repentino dolor. "¿Has traído…?".

Zavala entra en la habitación con una sonrisa y un obelisco de piedra de la Ciudad proyectado a través del sistema solar para invadir el espacio de Petra. Responde con educación a Cayde antes de volverse hacia ella. "El hecho es, Cayde, que la reina nos hizo un favor al dejar el Arrecife en el caos. Mientras los caídos estén aquí, matándose los unos a los otros, podemos reconstruir". Entonces inclina la cabeza hacia Petra. "Comandante regente. Me alegro de verte bien".

"Igualmente, claro". Petra siente en su interior que la reina veía el Arrecife como un protector de la Tierra y sus habitantes, pero no tal vez el protector del Viajero. Todavía le duele escuchar a Zavala hablar abiertamente del Arrecife como una distracción. "Cayde tenía una propuesta", dice, "que quería que ambos escucháramos".

"¡Sí, así es!". Cayde da brincos entre ellos, como una baliza que pretende distraer la furia termodirigida que hay entre Petra y Zavala. La caída de la Ciudad lo llevó a lo más profundo de su personaje más bromista, temerario y sin responsabilidades. Todavía no se ha recuperado del todo. "Es así, Petra. Estamos llevando a mucha gente solitaria de la Tierra a los brazos de la Ciudad. Conseguí hablar con Variks sobre la situación de ahí afuera y supuse que, oye, igual es el momento de que os incluyamos en esa idea". Se pone serio. "Quiero invitar a los insomnes del Arrecife a entrar en la Ciudad. Deja este lugar a Variks, a la Órbita Muerta, o a quien lo quiera. Esto es un infierno, Petra. No sobrevivirás."

Los ojos de Zavala no se apartan de Petra. Arde con un magnífico y estentóreo poder. "¿Tiene la comandante regente el control suficiente sobre el Arrecife como para llevar a cabo una retirada?".

"A pesar de tus esfuerzos, sí", espeta Petra y, entonces, de repente, no puede parar. Está demasiado furiosa, demasiado alterada por el dolor. "Por lo menos Cayde es lo suficientemente honesto como para saber lo que nos habéis hecho. ¡Cada casa de los caídos que destrozáis aparece en nuestras costas! ¡Cada dios de la colmena y cada tirano cabal que atraéis nos atraviesa para llegar hasta vosotros! Con razón ella no podía ni verte, Zavala. Has renegado de tu gente".

Reprime el resto: cómo desearía que, hace dos mil y pico, cuando la Oscuridad tiró a la humanidad del pedestal de su Edad de Oro para hundirla en dieciséis siglos de barbarie, solo hubiese hecho un trabajo ligeramente mejor.

Eso no lo que desea de verdad. Es su corazón roto el que habla. Pero vaya si habla alto.

"Era una charlatana", dice Zavala con tranquilidad. "Luchaba en una guerra que solo existía en su mente. Y os arrastró a todos vosotros con ella. Cualquiera de vosotros que lo admita será bienvenido en mi Ciudad. Pero no daré acogida a ninguna de las conspiraciones que dejó a medias. Si vienes con nosotros, vienes a unirte a la Ciudad".

No. No. ¿Dejar de ser del pueblo de la reina? ¿Dejar de recordar su promesa? "Tienes miedo", dice Petra al titán de los titanes. "Por eso ella nunca pudo confiar en ti. Vuelve con tu Viajero, Zavala. Gracias por tu preocupación, Cayde, pero el Arrecife tiene sus propios propósitos y lamentarías vuestra estupidez si los abandonáramos".

"Petra…".

"Son los propósitos", masculla ella, "que perseguía nuestra reina".

Flota

Alcanzaron su nave desde tan lejos que gruñó en voz alta por la conmoción. Pero ya habían visto tecnología de sigilo en acción, entre los caídos y contra Oryx, así que no debería estar sorprendido.

Luego se escuchó el mensaje. "Indique su propósito o será atacado según las órdenes de la comandante regente".

Arac Jalaal se ríe del título. Recuerda el tiempo de Petra en la Torre, su creciente impaciencia por volver a los cielos negros. Obtuvo lo que quería. Quizás se arrepiente de eso. Al menos tenía razón en algo... Aquí es donde ocurre todo lo importante. Si la Órbita Muerta hubiera controlado la Ciudad, Ghaul hubiera sido recibido por una flota.

"Soy Arac Jalaal de la Órbita Muerta", dice, alegremente. "Vine a hablar con la comandante regente Petra Venj. No soy un emisario de la Ciudad. Vengo por voluntad propia a conversar de temas de flota".

Jalaal ha ido al Arrecife, pero nunca a través de canales apropiados. Se sorprende un poco cuando se encuentra con Petra Venj en la zona de teletransporte. Esperaba que lo escoltaran a un área de espera, donde le harían pensar que no era una prioridad. Sin embargo, Petra es práctica, no una política. No aguanta retrasar una decisión solo por la teatralidad. A Arac le gusta eso.

"Arac Jalaal". Petra le estrecha la mano fuertemente. ¿Está sintiendo el susurro de una débil fuerza telequinética contra su garganta? Puede hacer ese truco con el cuchillo... ¿y qué más? "Bienvenido de vuelta al hogar de tus ancestros".

"Comandante regente. ¿Cómo te sienta el cargo?". Un recordatorio de que ambos están fuera de lugar.

"Es temporal". Le indica que la acompañe. "Quieres hablar de naves. Tenemos trabajadores talentosos, pero no lugares seguros para que realicen su trabajo. Si pudieras ofrecer un lugar...".

La detiene haciendo un corte con su mano, un gesto entre viajeros espaciales. "Vine a pedir los derechos sobre las reliquias".

"¿Reliquias?".

"Cerca de Saturno. Quiero tu permiso para ir y buscar materiales y estructuras espaciales entre los escombros. Obviamente, les regresaré los muertos".

Petra guarda silencio. Arac espera que, al ser una viajera espacial, sea pragmática. Espera que acepte que el Arrecife no tiene la capacidad para procesar estas reliquias y que el sistema solar necesita todas las naves que pueda construir. También está la pregunta sobre el arma de Oryx y si puede ser derrotada si el acorazado vuelve a aparecer.

Pero Petra se mantiene en silencio.

"¿La herida es demasiado reciente? Lo siento. Me parece una lástima dejar esos recursos para los caídos o que se pierdan en Saturno...".

Petra le contesta. "Terrícola. ¿Lloraste por ella?".

Arac cree que se dará cuenta si miente. "La respetaba, sí, pero despreciaba que se sintiera... dueña... de todos nosotros. Nunca me arrepiento del camino que elegí. Desperté como un insomne para continuar la búsqueda que comenzamos hace tanto tiempo. La búsqueda por mundos dignos para nuestras vidas".

Petra le da la espalda y se va.

Arac se queda viéndola. Solo luego de unos minutos lo entiende: Petra no puede decir lo que quiere decir y tampoco puede decir las mentiras que debería. Así que rechaza su petición. Rechaza tomar la decisión.

Jalaal siente un poco de lástima por ella. Petra nunca se librará de ella.

Dan con su nave desde tan lejos que hasta resopla en alto, estupefacto; pero ya han visto la tecnología de sigilo en acción antes, entre los caídos y contra Oryx, así que no debería sorprenderse.

Llega el mensaje. "Declaren sus intenciones o se les disparará bajo orden de la comandante regente".

Arac Jalaal se ríe con el título. Recuerda los tiempos de Petra en la Torre, cómo se acumulaba en el interior la impaciencia por volver a salir al cielo negro. Consiguió lo que quería. Quizás se arrepiente de ello. Por lo menos, tenía razón en una cosa: en que aquí sucede todo lo importante. Si la Órbita Muerta hubiera gobernado la Ciudad, habría habido una flota esperando a Ghaul.

"Soy Arac Jalaal, de la Órbita Muerta", dice alegremente. "Estoy aquí para hablar con la comandante regente, Petra Venj. No soy un emisario de la Ciudad. Vengo por mi propia cuenta para discutir asuntos de la flota".

Jalaal ha estado en el Arrecife con anterioridad, pero nunca a través de los canales apropiados. Se sorprende ligeramente cuando Petra Venj lo recibe en su zona de teletransporte. Esperaba una escolta hasta la zona de espera, donde se le daría la sensación de que no es una prioridad. Pero Petra es una agente, no una política. No soporta demorar las acciones por las apariencias. A Jalaal eso le gusta.

"Arac Jalaal". Le estrecha la mano con firmeza. ¿Siente el murmullo de algún tipo de ligera fuerza telequinética contra su garganta? Puede hacer ese truco del cuchillo… ¿y qué más? "Bienvenido de vuelta al hogar de tus ancestros".

"Comandante regente. ¿Qué tal te sienta ese papel?". Un recordatorio de que ambos están fuera de lugar.

"Es temporal". Lo invita a caminar con un gesto. "Quieres hablar sobre naves. Tenemos trabajadores cualificados, pero no hay lugares seguros donde puedan hacer su trabajo. Si puedes proporcionar uno…"

La corta con una pasada de mano, un gesto de caminante espacial. "He venido a solicitar permisos de rescate".

"¿Rescate?".

"Alrededor de Saturno. Quiero que me des permiso para atravesar la nube de escombros en busca de materiales y estructuras espaciales. Por supuesto, los muertos serán traídos de vuelta".

Petra guarda silencio. Arac espera que, siendo ella alguien del espacio, sea pragmática, que vea que el Arrecife no tiene que escatimar en capacidad para tramitar este rescate y que el sistema solar interior necesita tantas naves como pueda conseguir. También está la cuestión del arma de Oryx y de si se la puede derrotar si el Acorazado vuelve a despertar.

Pero Petra sigue en silencio.

"¿Es demasiado pronto y las heridas todavía siguen abiertas? Mis disculpas. Me parece que es una pena dejar esos recursos para los caídos o para que acaben llegando a Saturno…"

Ella responde. "Terrestre. ¿Lamentas su pérdida?".

Cree que ella sabrá si miente. "La respetaba, sí, pero despreciaba la forma en que parecía… que era superior… a todos nosotros. Nunca me he arrepentido del camino que escogí. Era un insomne para continuar con la búsqueda que empezamos hace tiempo. La búsqueda de mundos merecedores de nuestras vidas".

Petra le da la espalda y se va.

Él la mira marcharse. Solo tras un largo minuto lo entiende: ella no puede decir nada de lo que le gustaría decir y no puede obligarse a mentir como debería. Por eso lo rechaza. Rechaza la elección.

Jalaal siente un poco de pena por ella. Nunca será libre de sí misma.

Fuera de la Tierra y el Arrecife / De la Tierra y el Arrecife

Estimado maestro Ives:

Le escribo en nombre de los criptarcas de la Tierra en solidaridad por todos los que murieron bajo el servicio de su Reina. Los terrícolas lamentamos su pérdida y esperamos que esta tragedia marque el inicio de una nueva era. Hemos realizado grandes avances en el descubrimiento de una historia más rica y profunda sobre la Tierra y sus colonias. Una historia enterrada bajo verdades ordinarias. Por supuesto que este contenido es demasiado delicado para que sea conocido por el público en general. Por mucho tiempo temimos que, si hubiera sido interceptado por su Majestad la Reina, hubiera sido negado o manipulado para algún objetivo personal. Algunos de estos descubrimientos están relacionados con la naturaleza de nuestro "despertar", mientras que otros apuntan a la incidencia de viajes como el nuestro... viajes que pueden haber tenido resultados preocupantes. Estos estudios se podrían beneficiar con los datos de referencia y la comparación crítica de su propia recopilación de registros. Esperamos que concuerden con que este conocimiento es mucho más importante que cualquier división que haya definido a nuestros pueblos. Esperamos con ansias promover una cooperación entre nuestras bibliotecas, comunicación entre nuestros académicos, y el inicio de una nueva Edad de Oro intelectual, un tiempo de claridad y verdad.

Respetuosamente, Maestro Rahool


Estimado maestro Rahool:

Los criptarcas del Arrecife agradecemos su solidaridad por la devastación que nuestra gente sufrió en su defensa. También expresamos nuestra pena por sus recientes pérdidas y obviamente nos disculpamos por el tiempo que demoramos en responder a su solicitud. Decidimos que nuestra respuesta merecía toda la deliberación necesaria. Es nuestro consenso unánime que usted es malvado, señor. Que es una persona avara y despreciable. El hecho de que usara nuestra desgracia para solicitar acceso a nuestros depósitos y registros (los cuales son, sin duda, mucho más extraordinarios que cualquier corrupción a medias que haya encontrado en sus ruinas) es indignante. Sin embargo, revisaremos con gusto cualquier dato o registro que crea que pueda ser de interés para nuestros esfuerzos. También le interesará saber que se están generando toneladas de nuevos descubrimientos diariamente desde que su Viajero usó lo último de su Luz para reabastecer a sus guardianes. Esperamos que sea lo suficientemente sabio como para entender este mensaje.

Con todo el respeto necesario, Maestro Ives

Querido Maestro Ives:

Le escribo en nombre de los criptarcas de la Tierra, en solidaridad con aquellos que perdieron la vida al servicio de su reina. Nosotros, los terrícolas, sentimos su pérdida y esperamos que esta tragedia marque el inicio de una nueva era. Hemos realizado grandes avances en desentrañar una historia más rica y profunda de la Tierra y sus colonias, una historia enterrada bajo simples verdades comunes. Este contenido es, por supuesto, demasiado confidencial para publicarlo abiertamente. Hace tiempo que tememos que, si lo interceptase su majestad la reina, lo rechazaría o lo manipularía para servir a sus propias necesidades. Algunos de estos descubrimientos están vinculados a la naturaleza de nuestro "despertar", mientras que otros atestiguan viajes como el nuestro… Viajes que podrían haber tenido resultados inquietantes. Sería beneficioso para este estudio que se realizase una comparación crítica y contrastada con sus propios registros recopilados. Esperamos que esté de acuerdo con que este conocimiento es mucho más importante que cualquier cisma que en algún momento encasilló a nuestros pueblos. Esperamos ansiosos la colaboración entre nuestras bibliotecas, la correspondencia entre nuestros eruditos y el comienzo de una nueva Edad de Oro intelectual, una era de verdad y lucidez.

Atentamente,

Maestro Rahool


Querido Maestro Rahool:

Nosotros, los criptarcas del Arrecife, apreciamos su compasión por la devastación que sufrió nuestro pueblo por defender el suyo. Asimismo, le transmitimos nuestro pesar por sus recientes pérdidas y, por supuesto, pedimos disculpas por el tiempo que nos ha llevado responder a sus peticiones. Estábamos decididos a darle a nuestra respuesta toda la reflexión que merecía. Nuestra opinión general unánime es que es usted un infame, señor, un miserable codicioso. Que intente usar nuestra desgracia para solicitar acceso a nuestros depósitos y registros (los cuales le aseguro que son mucho más extraordinarios que cualquiera de los corruptos a medio comer que hayan descubierto entre sus ruinas) es bastante deplorable. Sin embargo, revisaremos gustosamente aquellos datos o registros que crean que serían de interés para nuestra labor. También les interesará saber que diariamente se generan montones de descubrimientos nuevos desde que su Viajero proyectó su última Luz para reabastecer a sus guardianes. Esperamos que sea lo suficientemente inteligente como para entender este mensaje.

Con todo el respeto que merece,

Maestro Ives

Peregrinaje

Zavala se postra frente a la tierra de Ío. Cree que es el acto más respetuoso que puede hacer. Hay una gran amonita enroscada y fosilizada justo bajo la delgada capa superficial, y golpea su frente contra ella. El dolor y el polvo de azufre que hay en el viento lo hacen estornudar.

"Vengo humildemente", dice, casi riendo, "a hablar contigo". Ikora dijo que este era el lugar. Ío. Todavía un mundo a medio nacer, conectado con el Viajero con una especie de cordón umbilical sin cortar. "Quería decir... gracias".

Se da cuenta de que está viendo a Júpiter. Está acostumbrado a ver al Viajero sobre la Ciudad, así que se enfocó en la esfera flotante similar más cercana. Fuerza sus ojos nuevamente en dirección al suelo. "Gracias por lo que le hiciste a Ghaul".

Ikora dice que si escuchas con los oídos adecuados, puedes oír la última conversación del Viajero con Ío. Como si terraformar una luna completa con una gravedad similar a la de la Tierra y una biósfera fuera solo un tema de retórica y seguir instrucciones. Bueno. A fin de cuentas, ¿no es ese el desafío? ¿No solo juntar el poder para hacer algo, sino que convencer a la gente para que lo haga? No, ni siquiera eso; no es convencerlos ni presionarlos (El Viajero sabe que algunas veces siente tentación al respecto), sino enseñarles cómo pensar lo que tú piensas, cómo valorar lo que valoras, e incluso brindarles la ética necesaria para comprender tu valoración. Para que puedas confiar en que tomarán las decisiones que tú tomarías, aún cuando no estés presente para guiarlos.

Zavala desea ser la mitad de bueno como maestro de lo que es como Titán. De ser así, probablemente podría permitirse relajarse un poco y dejar que los demás se encarguen de las cosas.

Excepto que la última vez que bajó la guardia... la última vez que se atrevió a pensar que eran victoriosos, con Oryx repelido, SIVA contenida, los vex aturdidos, los Cabal acurrucados en sus refugios y demasiado tercos para salir, Ghaul se presentó en una tormenta y casi destruye la Ciudad, al Viajero, y a todo lo que Zavala ama.

"¿Te fallé?", le pregunta a la tierra enredada en el hueso. "¿Acaso soy yo... la razón por la que tuviste que despertar? ¿Porque no pude detener a Ghaul por mí mismo?"

En el regocijo de la victoria, declaró que esta era su nueva Edad de Oro. Pero ahora piensa que tal vez comprendió mal el despertar del Viajero. Él siempre ha sido, o eso espera, un hombre valiente. Pero está casi demasiado aterrado para formular la siguiente pregunta. "¿Es esta solamente nuestra próxima 'era de triunfos'? ¿Hay algo peor avecinándose?"

El hematoma causado por el cabezazo contra el fósil palpita. La historia, le dijo Zavala alguna vez a alguien, es una cuestión de armadura. ¿Durante cuánto tiempo puedes sobrevivir y seguir viviendo? Más que esto, más que lo que los ha golpeado hasta ahora.

Pero, ¿cuánto más? Y si la próxima intensificación es una consecuencia del despertar del Viajero, ¿habrá sido culpa de Zavala?

El deber es un enigma. Cuanto más duro trabajas, más parece pesar. Esto le recuerda a Zavala de Basho, su poeta favorito, y sobre las aguas termales que Basho visitó una vez para ver la Piedra Asesina, la cual aniquilaba a los pájaros e insectos que se acercaban demasiado. Tiene una horripilante idea sobre el Viajero como esa piedra, rodeado de moscas zumbando, todas con la forma de Espectros...

"Lo estás haciendo de nuevo", le advierte su Espectro. "Conozco esa expresión".

"Lo sé", responde Zavala. "Solo me preocupo".

Zavala baja la frente hacia la tierra de Ío. Parece que es lo más respetuoso que se puede hacer. Pero hay un gran fósil de amonita en espiral justo debajo del fino mantillo y se golpea la frente con él. El dolor y el polvo de azufre que se levanta lo hacen estornudar.

"Vengo humildemente", dice casi riendo, "a hablar contigo". Ikora dijo que este era el lugar. Ío. Un mundo todavía a medio nacer, como si estuviera conectado por un cordón umbilical intacto al Viajero. "Quería decir… gracias".

Se da cuenta de que está mirando hacia Júpiter. Está acostumbrado a ver al Viajero sobre la Ciudad, así que se centra en la enorme esfera flotante que está más cerca como su representante. Se obliga a mirar otra vez al suelo. "Gracias por lo que le hiciste a Ghaul".

Ikora dice que si escuchas con los oídos adecuados, puedes oír la última conversación del Viajero con Ío. Como si terraformar una luna al completo con gravedad igual a la de la Tierra y una biosfera solo fuera cosa de retórica e instrucciones. Bien. Al fin y al cabo, ¿no es ese el desafío? ¿Acaso no se trata solo de reunir la fuerza necesaria para hacer algo, sino también de convencer a la gente para hacerlo? No, ni siquiera eso. No se trata de convencer ni coaccionar (el Viajero sabe que a veces tiene la tentación), sino de enseñarles a pensar como piensas, a valorar lo que valoras, incluso proporcionándoles la ética que necesitan para entender tu valoración. Para que puedas confiar en que tomarán las decisiones que tú tomarías, incluso cuando no estás cerca para orientarles.

A Zavala le gustaría ser la mitad de bueno como maestro de lo que lo es como titán. Entonces, quizás podría permitirse descansar un poco y dejar que los demás se ocupen de todo.

Excepto la última vez que bajó la guardia. La última vez que osó pensar que había vencido, con Oryx repelido, la SIVA contenida, los vex desconcertados y los cabal refugiados en sus búnkeres y demasiado testarudos para salir, Ghaul apareció en una tormenta y por poco destruye la Ciudad, el Viajero y todo lo que Zavala ama.

"¿Te he fallado?", pregunta a la tierra en espiral ósea. "¿Soy… la razón por la que has tenido que despertar? ¿Porque no fui capaz de detener a Ghaul yo solo?".

Con el vértigo de la victoria, declaró que esta era su nueva Edad de Oro. Pero ahora cree que quizá malinterpretó el despertar del Viajero. Siempre ha sido un hombre valiente, o eso espera. Pero está casi demasiado asustado para formular la siguiente pregunta. "¿Es simplemente nuestra siguiente 'Era de Triunfo'? ¿Hay algo peor en camino?".

El moratón donde se golpeó la cabeza con el fósil palpita. La historia es una cuestión de armadura, le dijo una vez Zavala a alguien. ¿Cuánto tiempo puedes sobrevivir y mantenerte con vida? Más que esto, mucho más de lo que ya les han golpeado hasta ahora.

¿Pero cuánto más? Y si el siguiente recrudecimiento es consecuencia del despertar del Viajero, ¿será culpa de Zavala?

El deber es un enigma. Cuanto más trabajas, más parece pesar. Eso hace que Zavala recuerde a Basho, su poeta favorito, y la fuente termal que Basho visitó una vez para ver la Piedra Asesina, que mataba a las aves e insectos que se acercaban demasiado. Tiene la horrible impresión de que el Viajero tiene esa piedra y está rodeado de moscas zumbantes, todas con forma de Espectros…

"Ya lo estás haciendo otra vez", le advierte su Espectro. "Conozco esa expresión".

"Lo sé", responde Zavala. "Yo solo me preocupo".

Desollado / Desollamiento

Guarida de la Araña. Petra está en su elemento, con pies ligeros, y con pensamientos ligeros. Se mantiene abierta al lugar. El calor de cuerpos compactados y la maquinaria, y una pizca de éter en el aire. Dinero, la promesa de dinero y las cosas que el dinero puede hacer que la gente haga. Cuchillos. Pistolas. El peligro acecha como una carga estática.

"Él no es bueno para ti", dice ella, "y tampoco lo es para mí. Si lo entregas, yo seré feliz. Y te agrada cuando estoy feliz, ¿no es así, Araña?"

La Araña gruñe. "Muy bien. ¿Te lo llevarás vivo? Debe de tener reservas de éter, y sin importar lo que Variks diga, ese éter es mío..."

Él accedió. Ella tiene lo que vino a buscar, lo que demuestra que la Araña realmente quiere que esta captura resulte exitosa. Como Regente, ella nunca puede decir cuando tiene éxito. Está constantemente reaccionando, tomando decisiones que solo podrán ser evaluadas claramente por los historiadores. Aquí, ella es de nuevo la Ira. Se siente valiente.

"Lidiaremos con el éter una vez que lo tengamos. Gracias por la información". Petra desliza la capucha sobre su cabeza y se retira, de vuelta hacia la multitud.

Dos escorias hacen truques para obtener las reliquias, con símbolos parecidos a los cuchillos del tamaño de una uña. La luz de las rejillas penetra las densas nubes de éter adulterado, para cortar las líneas rígidas a través de los flequillos divididos sin estandarte que utilizan algunos de los caídos. Un desertor cabal, encorvado contra la pared en un saco de presión holgado, vende la ubicación secreta de las armas de la Legión Roja a cambio de vetas de Lumen crudo. Petra se detiene durante un momento en el umbral; observa con nostalgia el caos que hay dentro; desea que algo suceda para que ella se quede.

Sale hacia las sombras de la superficie.

Pronto, de forma tan clara como las visiones que a veces acuden a ella, sabe que hay algo adelante, moviéndose rápidamente y con sigilo. Ella mantiene su paso constante. Revisa su cuchillo y su pistola.

"Quedan muy pocos como nosotros, Petra Venj".

La voz deja traslucir un comportamiento, y ella capta brevemente una estructura contra el ruido de fondo: la capucha de una capa, el arquear de unos labios.

"¿Quién está ahí?", dice ella, desafiante.

Es un hombre. Sus movimientos son erráticos, rodeados en un ruido arrítmico que imita el caos de la naturaleza. Él sabe cómo hacer que parezca como algo accidental: una pila en el suelo, una ráfaga de viento.

"Petra... si tan solo pudiéramos volver a aquellos días pasados..."

"¿Uldren?", ella exclama, jadeante. ¡Él está aquí! ¡Ha venido a tomar la Regencia y a ejecutar la voluntad de su hermana! Ella será libre nuevamente para actuar, para actuar sin la deliberación cruel y la incertidumbre agonizante, libre de encarar cualquier desafío en lugar de hacerlos por ella misma...

No. Tiene que ser una ilusión. Es demasiado de todo lo que ella quiere. Ella busca con los sentidos más allá de la vista, algo que sea capaz de identificarlo en su mente. ¿Un desollador psiónico? ¿Una maga de la colmena?

"Ella te confió todo esto, a todos nosotros. Y tú lo entregaste a la 'misericordia' de la Luz".

Ella siente la intención de asesinar, y sabe que es para ella. Ella aprovecha y ataca al objetivo con mayor velocidad que la de un sonido que cruza de la mente a la lengua... pero su imagen visual solo detecta oscuridad.

Dos latidos de corazón lentos. Cuando no surge ningún disparo o cuchillo, ella comienza a retirarse.

Nada la sigue de vuelta a la nave.

Guarida de la Araña. Petra está como pez en el agua, ligera, sin pensamientos. Se mantiene abierta al lugar. El calor de los cuerpos hacinados y la maquinaria, una bocanada de éter en el aire. El dinero, la promesa de dinero y las cosas que el dinero puede conseguir que hagan las personas. Cuchillos. Pistolas. El peligro es como una carga estática.

"Él no es bueno para ti", dice ella, "y no es bueno para mí. Si lo entregas, seré feliz. Quieres que esté feliz, ¿no, Araña?".

La Araña refunfuña. "Muy bien. ¿Lo cogerás con vida? Debe tener almacenes de éter, y da igual lo que diga Variks, ese éter me pertenece…".

Está de acuerdo. Tiene lo que había venido a buscar, lo que prueba que la Araña realmente quiere que esta captura sea un éxito. Como regente, nunca sabe decir cuándo triunfa. Está continuamente reaccionando, tomando decisiones que solo serán evaluadas con claridad por los historiadores. Aquí, ella es la Ira otra vez. Se siente valiente.

"Trataremos el tema del éter cuando lo tengamos a él. Gracias por la información". Petra se pone la capucha y se vuelve a fundir entre la multitud.

Dos escoria negocian chatarra con fichas como cuchillos del tamaño de una uña. Los rayos de luz atraviesan las densas nubes de éter adulterado para formar líneas definidas que atraviesan los flecos rotos sin estandartes que llevan algunos de los caídos. Un desertor cabal, encorvado contra el muro en una amplia bolsa de presión, vende la ubicación de depósitos de armas de la Legión Roja por vetas de lumen en bruto. Petra se para un momento en el umbral. Mira atrás, al caos interior, con nostalgia. Desea que pase algo que le obligue a quedarse.

Sale a las sombras de la superficie.

Pronto se da cuenta, de forma tan clara como las visiones que a veces tiene, de que hay algo que se mueve rápida y sigilosamente más adelante. Mantiene el paso firme. Comprueba el cuchillo y la pistola.

"Quedamos muy pocos, Petra Venj".

La voz delata la dirección en la que está y consigue discernir algo entre el ruido de fondo: la capucha de una capa, la curvatura de los labios.

"¿Quién anda ahí?", pregunta desafiante.

Es un hombre. Sus movimientos son erráticos, envueltos por un ruido arrítmico que imita el caos de la naturaleza. Sabe cómo parecer algo natural: un montón que cae, el roce del viento.

"Petra… Ojalá pudiéramos volver a aquellos días…".

"¿Uldren?", dice entrecortada. ¡Está aquí! ¡Ha venido a tomar la regencia y a cumplir la voluntad de su hermana! Volverá a tener libertad para actuar, actuar sin la cruel deliberación y la angustiosa incertidumbre, la libertad para aceptar cualquier desafío en lugar de crearlos ella misma…

No. Debe de ser una ilusión. Es demasiado de lo que quiere. Busca con otros sentidos además del de la vista, en busca de algo que pueda reflejarlo en su mente. ¿Un desollador psiónico? ¿Una maga de la colmena?

"Ella te confió todo esto, a todos nosotros. Y lo dejaste a merced de la Luz".

Siente las intenciones de asesinato y sabe que están dirigidas a ella. Saca su arma y alcanza al objetivo más rápido de lo que un sonido puede ir de la mente a la lengua, pero su visión solo captura oscuridad.

Dos latidos lentos. Al ver que no llega ningún disparo ni cuchillo, empieza a retirarse.

Nada la sigue hasta su nave.

Escriba de Gensym

Asher Mir se mira a sí mismo en un espejo. No trae una camisa puesta. Con la mano que aún tiene tacto, alcanza el hombro que no tiene sensibilidad. Golpetea sus uñas contra el rígido metal que está ahí, y va golpeteando hacia su clavícula. El borde entre el metal y la piel no está uniforme, ni pulcro: el metal da paso a una vaina de piel rígida y queratinizada que se frunce, se abre y se divide, como si él fuera una serpiente desprendiendo su piel. La piel queratinizada da lugar a una callosidad endurecida, fea, con hematomas y con venas excesivamente marcadas.

Abre su palma y la coloca sobre su pecho, dejándola en el lugar, como si el cubrirlo lograría deshacer aquello. Después, con un gran esfuerzo, baja la mano y se obliga a observar por un largo tiempo.

Se pregunta qué ocurrirá cuando la formación maquinaria llegue a sus pulmones. Ya le resulta doloroso toser.

"Deberías ir al Arrecife".

Asher inhala entre dientes y arrebata su camisa. Forcejea para ponérsela, y después gira para encontrar a Ikora Rey apoyado en el marco de su puerta. "Es una intrusión imperdonable", escupe él. "Declárate cuando te acerques. Y programa tus susodichas visitas por adelantado. No te esperaba".

Ikora intercambia una breve mirada con Ofiuco, para luego continuar: "Tyra piensa que Ives, o algún otro de los criptarcas del Arrecife, podrían ayudarnos'”.

"El error de un tonto. Los criptarcas se preocupan por teorías insustanciales. La respuesta a mis problemas yace aquí, con los vex".

"Si es así, ¿por qué no viniste conmigo a ver a Osiris?"

Asher lucha para poder ponerse su túnica, abrochando los lazos y broches con tal velocidad, que se equivoca en la alineación de varios. "Porque él es un inútil miserable, obsesionado consigo mismo".

Ikora levanta una de sus cejas y aguarda. Asher pone una expresión de desdeño y alisa con ambas manos su estómago, intentando componer su silueta. '”Admito tu punto, pero no tengo por qué aceptarlo".

"Entonces las técnidas. Mis encubiertos dicen..."

Asher se paraliza. Levanta su cabeza con rapidez. "¡Tus encubiertos!", ladra mientras que cálidas lágrimas salen de sus ojos. "¡Tus encubiertos no saben NADA sobre esta enfermedad! Las brujas de la reina, si es que aún viven, no saben NADA sobre esta enfermedad. ¡Nadie puede detenerla! ¡Comienzo a pensar que no tiene ningún sentido siquiera intentarlo!"

Asher Mir está de pie, mirándose al espejo. No lleva camiseta. Con la mano que todavía siente, se toca el hombro insensible. Toca con las uñas el metal rígido que hay ahí, luego baja hacia la clavícula. El borde entre el metal y la piel no es uniforme ni pulcro: el metal da paso a un recubrimiento de piel dura y queratinizada que se arruga, sobresale y se parte como si fuese una serpiente mudando la piel. La piel queratinizada da paso a callos endurecidos, feos, con hematomas y venas marcadas.

Extiende la mano contra su pecho y la mantiene ahí, como si, al cubrirlo, lo hiciera desaparecer. Entonces, con gran esfuerzo, deja caer su mano y se obliga a mirar durante un largo rato.

¿Qué pasará, se pregunta, cuando la maquinoformación llegue a sus pulmones? Ya le duele al toser.

"Deberías ir al Arrecife".

Asher toma aire entre los dientes y agarra su camisa. Se la pone y luego se da la vuelta para encontrarse con Ikora Rey, que está apoyada en la puerta. "Una intrusión imperdonable", le suelta. "Anúnciate claramente cuando te acerques. Y programa eso a lo que llamas 'visitas' con antelación. No te esperaba".

Ikora intercambia una rápida mirada con Ophiuchus, luego prosigue, "Tyra cree que Ives o algún otro criptarca del Arrecife podría servir de ayuda".

"Una pérdida de tiempo. Los criptarcas están absortos en teorías improductivas. La respuesta a mi problema está aquí, con los vex".

"Si es así, ¿por qué no viniste conmigo a ver a Osiris?"

Asher trata de ponerse sus ropajes, abrochando los botones y anudando los lazos tan deprisa que varios se desalinean. "Porque es un mago inútil y egocéntrico".

Ikora arquea una ceja y espera. Asher habla con desprecio mientras se pasa ambas manos por la barriga, intentando arreglar su figura. "Esa es tu opinión y la respeto, pero no tengo que aceptarla".

"Las técnidas, entonces. Mis Encubiertos dicen…".

Asher se pone tenso. Levanta la cabeza rápidamente. "¡Tus Encubiertos!", ruge mientras lágrimas se le agolpan en los ojos. "¡Tus Encubiertos no saben nada sobre esta enfermedad! Las brujas de la reina, si todavía siguen con vida, no saben nada sobre esta enfermedad. ¡Nadie puede detenerla! ¡Estoy empezando a creer que ni siquiera tiene sentido intentarlo!".

Exégesis

Como he convertido el trabajo de mi vida en la búsqueda por la verdad que pueda ofrecer la historia, hago una crónica de estos sueños con la esperanza de que mi entendimiento subjetivo pueda proveer algún camino hacia la verdad a otros:

TRISTEZA INFINITA: Me paro en la proa de una nave, llorando mientras que las estrellas surcan los cielos. Intento hacer una crónica de trillones de sistemas estelares, buscando un solo planeta. Una acompañante sin rostro pregunta que por qué luzco triste, y le muestro una fotografía de una masa globular o un planeta de dos anillos, dependiendo de cómo la sostienes. "¿Cuánto pagaste por eso?", pregunta ella. "Todo lo que tengo", le respondo. Después, las estrellas dejan de surcar y la nave se desmorona. Nos caemos a la nada, y me despierto.

CALOR FISURANTE: Huyo de una ignición invasora de luz azul. Salto de piedra en piedra, ya que son los únicos elementos con gravedad. Cada salto es una batalla contra la fría nada del espacio. Veo un mar de gente reunida, y me percato de que ese es el lugar al cual me dirijo. Doy un gigantesco salto, pero la hoguera azul alcanza mi tobillo, y me caigo. El impacto de mi caída quiebra la piedra en dos. Cientos de estos seres caen hacia el abismo que creé, detrás de mí. Trato de arrastrarlos hacia la superficie, y lo hago hasta que no puedo más. Mis codos no se doblan; mis brazos están muy débiles para seguir empujando. El descenso se vuelve cada vez más cálido hasta que todo se torna oscuro, y me despierto.

CANCIONES DE ANÁLISIS: Me encuentro fuera de mi cuerpo, viendo cómo flota de un vacío sin forma hacia otro. El primer vacío contiene una voz que tararea una melodía, pero carece de presencia alguna. Conforme recorro cada uno de los vacíos, uno por uno, otra voz se une a la armonía. Intento contar las voces, pero no estoy seguro si debería de estar sumando o restando mientras que se desvanecen formando solo una, y por mi confusión, pierdo cualquier recuerdo de los números. Siento un lazo que me regresa a mi cuerpo, y veo cómo agito la mano, despidiéndome. Una voz penetra mi mente mientras que las canciones de la serenata se vuelven disonantes y feas. La voz se vuelve más fuerte y me despierto.

LAVANDO PIEL: He recogido mis pertenencias en un lavamanos gris de porcelana. El jabón se pega a mis dedos. Mientras lavo lo que poseo, mis cosas comienzan a disolverse. Tallo con más fuerza, porque sé que lavar es una manera de quitar la impureza, y debo de tener la certeza de que tampoco me disolveré. Mi madre me dice que la plata es el elemento de la vida falsa, el veneno de la piel azul. Me preocupa que mis uñas sean suaves.

MONTAÑA: Estoy en una montaña, en la Cumbre de Felwinter, excepto que hay un monorriel veloz hacia el almacén de mi vecindario en la Ciudad, el cual no tiene nada de lo que necesito. Un guardián me da un engrama especial. Me rehúso a desencriptarlo. Le digo al guardián que es mejor dejarlo así: sin descifrarlo, secreto, que seguro contiene la cosa que será necesaria cuando llegue el momento adecuado.

TYRA: Yo soy alguien más. Espero un día poder conocer a Tyra Karn.

Ya que he hecho que el trabajo de mi vida sea descubrir tanta verdad como la historia pueda ofrecer, registro estos sueños con la esperanza de que mi entendimiento subjetivo pueda mostrar a otros algún camino hacia la verdad:

TRISTEZA INFINITA: Estoy de pie en la proa de una nave, llorando mientras las estrellas cruzan el cielo a gran velocidad. Intento registrar billones de sistemas solares a la vez, en busca de un solo planeta. Una persona acompañante sin cara me pregunta por qué estoy tan triste y le muestro una foto de una masa globular o un planeta de doble anillo, dependiendo de cómo la sujete. "¿Cuánto pagaste por ella?", me pregunta. "Todo lo que tengo", respondo. Entonces, las estrellas dejan de cruzarse y la nave se diluye en pedazos. Caemos en la nada y me despierto.

CALOR FISURANTE: Estoy escapando de un fuego invasor de luz azul. Salto de roca en roca, pues son los únicos objetos con gravedad. Cada salto es una lucha contra el frío vacío del espacio. Veo una marea de gente agrupada y me doy cuenta de que es allí adonde intento llegar. Doy otro salto gigante más, pero el fuego azul me agarra los tobillos y caigo. El impacto de mi caída parte la roca en dos. Cientos de esos seres caen en el abismo que he creado tras de mí. Intento devolver a cada uno de ellos a la superficie, y lo hago hasta que no puedo más. Mis codos ya no se flexionan, mis brazos están demasiado débiles para empujar. El descenso aumenta cada vez más de temperatura, hasta que todo se vuelve negro y me despierto.

CANCIONES DE ANÁLISIS: Me encuentro fuera de mi cuerpo, mirándolo fluctuar de un vacío sin forma a otro. El primer vacío contiene una voz que tararea una canción, aunque sin ninguna presencia. A medida que atravieso los vacíos, uno por uno, otra voz se une en armonía. Intento contar las voces, pero no tengo claro si estoy añadiendo o quitando alguna, ya que se funden en una sola y en mi confusión. Olvido todo recuerdo relacionado con números por completo. Siento una correa que tira hacia mi ser y me veo a mí mismo diciendo adiós con la mano. Una voz se mete en mi mente a medida que las canciones arrulladoras se vuelven discordantes y desagradables. La voz se hace más fuerte y me despierto.

LAVANDO LA PIEL: He colocado todas mis pertenencias en un fregadero de porcelana gris. El jabón se adhiere a mis dedos. Según lavo mis posesiones, empiezan a disolverse. Froto más fuerte, porque sé que el lavado es la manera de eliminar las impurezas y debo estar seguro de que no me voy a disolver también. Mi madre me dice que la plata es el elemento de la pseudovida, veneno de piel azul. Me preocupa que mis uñas sean suaves.

MONTAÑA: Estoy en la Cumbre de Felwinter, pero hay un monorraíl exprés hasta la tienda de mi vecindario en la Ciudad, donde encuentro todo lo que necesito. Un guardián me trae un engrama especial. Me niego a descifrarlo. Le digo al guardián que es mejor así, sin materializarse, secreto, conteniendo sin duda lo que se necesitará llegado el momento.

TYRA: Soy otra persona. Tengo la esperanza de conocer algún día a Tyra Karn.

Caída del Rey / La Ira del Rey

Dina gira el localizador de emergencia hasta que el circuito se cierra. Y por segunda vez en su vida, siente el crepitar de la baliza quemándose, convirtiendo su vida en un solo aullido por el radio: PSARA PSARA PSARA

Eso significa que la sala del trono de la Reina está por caer.

"Listo", le dice a su segunda. "No contemos con los refuerzos".

"Al menos, no con los nuestros". Las capsulas siguen entrando desde la prisión, estrellándose por todo el Puesto Vestiano. "El trono no es un objetivo táctico. ¿Crees que nos eludirán?"

"Esa no es una opción", dice Dinna, con seriedad. "'No hay ni la mínima posibilidad de que sea una opción".

La Guardia de la Reina, técnicamente, jamás ha sido derrotada en batalla: el Orgullo elimina la puñalada de la Casa de los Lobos como un acto de traición, no de poder militar. Pero, una vez más, los Caídos están desperdigados en el Arrecife... y si no hay una traición involucrada, Dinna comerá lodo y lo llamará humus. Esto le recuerda demasiado a aquel terrible día.

Así que cuando la voz entra por la puerta, ella llama, "Espera. Espera".

"¿Paladín Dinna?", llama el Príncipe de los Insomnes. "Sabes que es mi trono el que estás protegiendo, ¿cierto? ¿Puedo entrar?"

"No estás solo", ella grita en respuesta.

"Tengo a mi séquito conmigo".

Algunos de la comitiva de Dinna bajan sus armas. "Armas arriba", dice ella. "No podemos confiar en que él..."

Las anulaciones reales se deslizan a través de las redes de la sala del trono. Las puertas se abren, y un deslumbrante bombardeo de granadas aturdidoras activan la bienvenida real. Dinna mira fijamente en esa dirección, apuntando con su arma, con los ojos abiertos, confiando en su casco para proteger su vista... y aguardando por el primer destello de luz azul de las armas de los Caídos.

El Príncipe Uldren Sov entra como si fuera la reina del baile, con el revólver cargado, apuntando al techo. "En descanso", dice él, con un pequeño movimiento de su capa, y todos, incluyendo a Dinna, responden. Tan solo un momento de debilidad. Solo un sutil destello de deferencia, porque él es el Príncipe, y se siente muy bien tener nuevamente a la realeza en la sala del trono. Con los dedos fuera del gatillo, las armas se desvían unos cuantos grados del objetivo...

El impulso es tan fuerte, ya que engaña a la disciplina de Dinna, la cual ya intervino para aplastar el instinto repentino de hacer explotar a Uldren. Algo está mal. Algo extraño ocurre.

Los humanos normales pueden reaccionar ante los estímulos visuales en menos de doscientos milisegundos. Los insomnes, en menos de cien milisegundos. Pero hay un fenómeno que Dinna, y cualquier otro Guardia Real, conocen muy bien, un truco de la mente llamado parpadeo atencional. Estás esperando a que algo ocurra o aparezca: un enemigo, un disparo, un sonido fuerte. Cuando ocurre, tu atención parpadea. No puedes detectar un segundo evento si ocurre justo después del primero.

Lo mismo ocurre con el destello azul del fuego del rifle detrás de la capa de Uldren.

Aún así, podría ser distinto. Pero no hay nadie en esta habitación que pudiera ver con facilidad y dispararle a su Príncipe... y él no tiene esa inhibición recíproca.

Dinna gira el transpondedor de emergencia hasta que se cierra el circuito. Y, por segunda vez en su vida, siente el crujido de la baliza cuando se quema, explotando su vida en un único alarido de radio: PSARA PSARA PSARA

Significa que la sala del trono de la reina está a punto de caer.

"Hecho", dice a su segunda. "No contemos con refuerzos".

"Por lo menos no con nuestros refuerzos". Todavía llegan cápsulas de la prisión, y se estrellan sobre el puesto de Vesta. "El trono no es un objetivo estratégico. ¿Crees que nos evitarán?".

"No lo creo", dice Dinna con tristeza. "En absoluto".

Técnicamente, la guardia de la reina nunca ha sido vencida en la batalla: el orgullo descarta la puñalada por la espalda de la casa de los Lobos como un acto de traición y no de fuerza militar. Pero los caídos están sueltos por el Arrecife… y si no hay ningún acto de traición, Dinna morderá el polvo y dirá que es humus. Esto le recuerda demasiado a aquel día horrible.

Así que, cuando oye la voz a través de la puerta, dice: "Un momento. Un momento".

"¿Paladina?", la llama el príncipe de los insomnes. "Sabes que es mi trono lo que estás defendiendo, ¿verdad? ¿Puedo pasar?".

"No estás solo", le responde.

"Me acompaña mi séquito".

Algunos de la gente de Dinna bajan sus armas. "Arriba las armas", grita. "No podemos confiar en que…".

Los comandos de anulación reales reptan por las redes de la sala del trono. La puerta se abre y una deslumbrante ráfaga de granadas cegadoras conforma la bienvenida real. Dinna mantiene la mirada fija, las armas listas, los ojos abiertos, confiando en que el casco amortigüe su visión… y esperando el primer destello azul de las armas de los caídos.

El príncipe Uldren Sov entra como la reina del baile, con el revólver amartillado y apuntando al techo. "Descansen", dice, con un leve zumbido de su capa, y todos, incluida Dinna, responden. Una simple debilidad momentánea. Un simple destello de deferencia, porque es el príncipe y parece correcto que vuelva a haber realeza en esta sala del trono. Los dedos fuera de los gatillos, las armas desviadas un par de grados del objetivo…

El impulso es tan fuerte porque burla la disciplina de Dinna y ya intenta aplastar el instinto inmediato de llevarse a Uldren por delante. Algo va mal. Hay algo extraño.

Los humanos corrientes pueden reaccionar a estímulos visuales en menos de doscientos milisegundos. Los insomnes, en menos de cien. Pero hay un fenómeno que Dinna y todos los de la guardia real conocen bien, un engaño mental llamado parpadeo atencional. Estás esperando que aparezca algo: un enemigo, un disparo, un ruido fuerte. Cuando se presenta, tu atención parpadea. No puedes detectar un segundo evento si se produce justo después del primero.

Es lo que sucede con el destello azul del disparo del fusil de arco tras la capa de Uldren.

Todavía podría cambiar el desenlace de la situación. Pero no hay nadie en la sala que puede apuntar y disparar al príncipe fácilmente: y él no tiene esa inhibición de forma recíproca.

La Emisaria

el inteligente ve a través del peón

'Yo no soy tu peón. Mi voluntad me pertenece. Aunque... tal vez mis acciones no, últimamente'.

L O S P E O N E S T I E N E N M U C H O S U S O S

'Más de los que sabes'.

Su plan tenía múltiples armas. Fuerte.

'Jamás la verás venir. Mara Sov no se inclina ante nadie'.

inteligente o no, ella no detendrá la tormenta, ellos vienen

'Sí...'

N A D A C A M B I A R Á E S O A H O R A

'No hables con tal seguridad. Aquellos a quienes juzgo son más autosuficientes de lo que alguna vez sabrás'.

Nada.

'...'

NADA.

'...'

nadie

'…'

Entonces, ¿por qué tenemos miedo? Somos Nueve.

'Ja. ¿Lo son?'

L O S O M O S

'...'

verdad, verdad, cuenta las voces

'Una, dos, tres, cuatro, cinco. Ja, ja'.

Con el tiempo, lo verán a nuestra manera. Somos iguales.

'Nadie ve nada a tu manera. Tú buscas escucharnos... a ellos... pero no escuchas'.

N U E V E

'Cinco'.

Sí.

'...'

desearía tener tu confianza

'¿Cómo?'

¿No has aprendido nada? Ni siquiera nosotros deberíamos de usar esa palabra.

'¿Qué fue lo que te alertó? ¿La pesadilla paracausal en el Arrecife? ¿O el cazador con los ojos sangrantes?'

B A S T A

'Incluso tú tienes un temperamento'.

el peón nos dará la autosuficiencia para esto, su objetivo es nuestro objetivo, así la hicimos

'Sí. Y no. Nunca nos entenderás'.

Sí. Ellos vienen, y cuando lleguen, ella hará lo que siempre hace. Juzgar.

'En eso estamos de acuerdo. Yo también te estoy juzgando'.

TODO MUERE. INCLUSO LOS QUE CABALGAN LA TORMENTA VENIDERA.

'Dogma'.

H A Y U N F I N P A R A T O D O

'Dogma'.

La mayor amenaza para un guardián es otro guardián.

'Dogma'.

'tres llaves

'Dogma.'

EL PUERTO SEGURO ESTÁ MUY LEJOS

'Dogma. Estoy harto de tu dogma. Solo estaré aquí un poco más. Namqi'.

El inteligente adivina las intenciones de nuestro peón.

"No soy tu peón. Mi voluntad me pertenece. Aunque… últimamente quizás mis acciones no".

L O S P E O N E S T I E N E N M U C H O S U S O S

"Más de los que conoces".

Su plan estaba equipado con muchas armas. Fuerte.

"Nunca la verás venir. Mara Sov no se inclina ante nadie".

Inteligente o no, ella no detendría la tormenta que traen.

"Sí…".

N A D A C A M B I A R Á E S O A H O R A

"No lo tengas tan claro. Aquellos a quienes juzgo tienen una capacidad de acción que nunca conocerás".

Nada.

"…".

NADA.

"…".

Nadie

"…".

Entonces, ¿qué tememos? Somos Nueve.

"Ah, ¿lo sois?".

L O S O M O S

"…".

Cierto, cierto, cuenta las voces.

"Una, dos, tres, cuatro, cinco. Ja, ja".

Lo verán de nuestra manera, llegado el momento. Somos lo mismo.

"Nadie ve nada a vuestra manera. Pretendes oírnos… Pretendes oírlos, pero no escuchas".

N U E V E

"Cinco".

Sí.

"…".

Ojalá tuviera tu confianza.

"¿De veras?".

¿No has aprendido nada? Ni siquiera deberíamos usar esa palabra.

"¿Quién te avisó? ¿La pesadilla paracausal en el Arrecife? ¿O el cazador de ojos sangrantes?"

B A S T A

"Incluso vosotros tenéis carácter".

El peón nos dará capacidad de acción en esto; su objetivo es el nuestro, la hicimos así.

"Sí. Y no. Nunca nos entenderás".

Sí. Están viniendo y, cuando lleguen, ella hará lo que siempre hace. Juzgar.

"En eso estamos de acuerdo. Yo también te estoy juzgando".

TODO MUERE. INCLUSO QUIENES CABALGAN LA TORMENTA QUE SE ACERCA.

"Dogma".

T O D O T I E N E S U F I N

"Dogma".

La mayor amenaza para un guardián es otro guardián.

"Dogma".

Tres llaves.

"Dogma".

EL PUERTO SEGURO ESTÁ MUY LEJOS

"Dogma. Me aburren tus dogmas. Solo me llevará un poco más, Namqi".