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[[Archivo:El_Hombre_sin_Nombre.png|thumb]]'''El hombre sin nombre''' es un libro de [[Historia]] introducido en [[Páramo del Comodín]]. Cuenta la historia de los comienzos del [[El Vagabundo|Vagabundo]] como [[Guardián|Resucitado]] en la [[Edad Oscura]]. Las entradas se obtenían al completar los contratos de [[Gambito Supremo]].
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[[Archivo:El_Hombre_sin_Nombre.png|thumb]]'''El hombre sin nombre '''(en Latinoamérica) o '''Un hombre sin nombre '''(en España) es un libro de [[Historia]] introducido en [[Páramo del Comodín]]. Cuenta la historia de los comienzos del [[El Vagabundo|Vagabundo]] como [[Guardián|Resucitado]] en la [[Edad Oscura]]. Las entradas se obtenían al completar los contratos de [[Gambito Supremo]].
 
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El Hombre sin Nombre

El hombre sin nombre (en Latinoamérica) o Un hombre sin nombre (en España) es un libro de Historia introducido en Páramo del Comodín. Cuenta la historia de los comienzos del Vagabundo como Resucitado en la Edad Oscura. Las entradas se obtenían al completar los contratos de Gambito Supremo.

Cielo o infierno

“Durante mis años formativos tuve un solo objetivo: encontrar a mi... bueno, todos tenemos nuestra propia palabra para ellos, a mi elegido. Y cada momento desde entonces lo dediqué a mantenerlo con vida, ya sea que le gustara o no. Hubo tiempos turbulentos, antes de la Última Ciudad. Antes de que la humanidad encontrara una esperanza de cara al futuro. Estaba preparado para matar y morir por él.”. (Un Espectro de la Edad Oscura)

Abrió los ojos y respiró el aire nocturno. No estaba seguro de cuánto tiempo llevaba durmiendo, pero su primer instinto fue...

“Corre”.

Se quedó congelado. La voz no era suya.

“Tienes que correr”.

El hombre se puso de pie en la luz de la noche. Se miro a sí mismo y vio que alguien lo había vestido para su propio funeral. No se rió, pero le pareció gracioso. La voz continuó. “¿Puedes oírme? Los resucitados luchan por territorio en estas tierras altas. Tenemos que movernos”.

Por primera vez, notó un pequeño dron zumbando en el aire a su alrededor, un ojo en el centro, brillante como el sol. Desplazó su armazón hacia la izquierda, señalando la luz de un asentamiento lejano. “Ve hacia el oeste. Tengo amigos ahí. Ellos nos ayudarán”.

El hombre observó el dron, frunció el ceño y corrió en la dirección contraria.

¿Qué...? ¡Oye!”, la voz gritó detrás de él. Huyó adentrándose en la oscuridad, corriendo entre pastizales altos a ambos lados. Lo único que podía oír era su propia respiración y el ruido de la vegetación que aplastaba a su paso. Lo sorprendió la velocidad a la cual se estaba moviendo. La voz lo llamó una vez más, a lo lejos.

Oyó el rugido de la máquina antes de verla, y no sintió nada cuando apareció repentinamente por detrás de las hierbas altas a su derecha y aterrizó sobre él, aplastándolo bajo su peso.

**

Abrió los ojos y respiró el aire nocturno.

“Te moriste”, explicó el dron, sobrevolando por encima de él. Estaba cubierto de una sustancia pastosa y oscura. “Te resucité”.

Se puso de pie y se observó a sí mismo. Traía la misma ropa. No le dolía nada. Los gigantescos restos de la máquina que lo había matado descansaban en pedazos a algunos metros de distancia, en un cráter oscuro y tiznado.

El cuerpo de un hombre en armadura yacía tendido sobre la humeante cabina de mando abierta, su casco perforado con un pequeño agujero del tamaño de... el dron.

“¿Estás listo para oírme? Déjame llevarte con mis amigos”, dijo. “Esta zona está llena de saqueadores como este hombre. Liderados por resucitados como tú. Tenemos mucho de qué hablar para ponerte al día”.

“¿Qué diablos eres?”, preguntó el hombre hablando primera vez.

“Soy tu Espectro. Mi único propósito es ayudarte”, respondió el dron.

“¿Tú trabajas para mí?”

“En cierto modo, sí”.

“¿Esto es el más allá?”

“En cierto modo”, dijo el dron, señalando una vez más en dirección a las luces brillando al occidente. “¿Nos vamos?

“No en esa dirección”. El hombre se encaminó en la dirección contraria.

El dron lo observó pisotear el pasto alto y desaparecer. Contempló el enorme orbe desfigurado que dominaba el cielo, luego hizo un pequeño ajuste al patrón de órbita de su armadura modular.

Se apresuró tras el hombre.

"Durante todos mis años de formación, tuve un objetivo: encontrar a mi... Bueno, todos tenemos una forma de llamarlo... A mi elegido. A partir de ese instante, dediqué cada momento a mantenerlo vivo, tanto si él lo quería como si no. Fue una etapa turbulenta, antes de la Última Ciudad. Antes de que la humanidad encontrase una esperanza para el futuro. Yo estaba dispuesto a matar por ello. A morir por ello". —Un Espectro de la Edad Oscura

Abrió los ojos en el aire nocturno e inspiró profundamente. No sabía muy bien cuánto había dormido, pero su primer instinto fue…

"Corre".

Se quedó paralizado. La voz no era suya.

"Tienes que salir corriendo".

El hombre se puso de pie, iluminado por la luz vespertina. Se miró y vio que alguien lo había vestido para su funeral. No se rió, aunque le pareció gracioso. La voz prosiguió. "¿Me oyes? Los alzados luchan por el territorio en estos altiplanos. Debemos darnos prisa".

Por primera vez, se dio cuenta de que un pequeño dron zumbaba en el aire a su alrededor. Tenía un ojo fulgurante en el centro que brillaba como un sol azul. Sacudió su estructura hacia la izquierda, señalando la luz de un asentamiento lejano. "Ve al oeste. Tengo amigos allí. Ellos nos ayudarán".

El hombre observó el dron, frunció el ceño y echó a correr en sentido contrario.

"¿Qué? ¡Eh!", gritó la voz a sus espaldas. Huyó hacia la oscuridad, corriendo a toda velocidad entre la maleza alta. Lo único que podía oír era su propio resuello y el ruido al pisotear la vegetación. Le sorprendía lo rápido que se estaba moviendo. La voz volvió a llamarlo desde bastante atrás.

Oyó el rugido de la máquina antes de verla y no sintió nada cuando salió de entre las hierbas a su derecha con una explosión y le cayó encima, aplastándolo con su peso.

**

Abrió los ojos en el aire nocturno e inspiró profundamente.

"Has muerto", explicó el dron mientras flotaba sobre él. Tenía manchas de una película pastosa y oscura. "Te he traído de vuelta".

Se puso en pie y se miró. La misma ropa. Ninguna herida. La pila de escombros de la máquina que lo había matado estaba a unos pocos metros, en un cráter oscuro y cubierto de hollín.

El cuerpo de un hombre con armadura yacía tendido sobre la llameante cabina abierta. Su casco estaba perforado y tenía un pequeño agujero del tamaño… del dron.

"¿Vas a hacerme caso? Deja que te lleve con mis amigos", dijo. "Esta zona está llena de incursores como ese. Liderados por alzados como tú. Tienes que ponerte al día".

"¿Qué demonios eres?", fueron las primeras palabras del hombre.

"Soy tu Espectro. Mi único propósito es apoyarte", respondió el dron.

"¿Trabajas para mí?".

"Podría decirse así, sí".

"¿Esto es el más allá?".

"Podría decirse así", dijo el dron, apuntando de nuevo hacia las luces del oeste. "¿Nos vamos?".

"Por ahí no". El hombre tomó el camino opuesto.

El dron lo observó pisotear la maleza y desaparecer. Observó el gigantesco orbe desfigurado que dominaba el cielo y luego ajustó ligeramente el patrón orbital de su armadura modular.

Se apresuró a seguir al hombre.

Dogma

Ya solo podía arrastrarse. Su Espectro atravesó el aire con serenidad encima de él.

“¿Qué diablos me pasa?”, preguntó desde el suelo.

“Te estás muriendo de hambre”, dijo tajantemente el Espectro.

“No te creo”, se burló, mientras se arrastraba sobre unas rocas.

“Yo podría repararte”, dijo el Espectro.

“No te necesito”, respondió. “Yo puedo con esto”.

“¿No vas a elegir un nombre?”, preguntó el Espectro. “Todos eligen un nombre”.

“Hablas demasiado”.

“Algunas personas también eligen nombres para sus Espectros. ¿Cómo debería llamarte si no quieres un nombre?”.

Se había desmayado. El sol brillaba en lo alto, como una canica ardiente en el cielo. Murió un día después cuando un escorpión lo picó mientras estaba boca abajo. El Espectro lo permitió. Un reinicio completo sería menos complicado.

**

Abrió sus ojos y respiró. “¿Cómo quieres que te llame?”, preguntó el Espectro.

Lo miró, como si estuviera pensando. Luego se miró las manos.

“Sigo con hambre”.

Estaba tan débil que tenía que ir a gatas. Su Espectro se desplazaba tranquilamente por el aire, sobre él.

"¿Qué demonios me pasa?", preguntó desde el suelo.

"Te estás muriendo de hambre", dijo el Espectro sin rodeos.

"No te creo", respondió él con desdeño mientras se arrastraba sobre unas rocas.

"Podría curarte", contestó el Espectro.

"No te necesito", dijo él. "Ya me ocupo yo".

"¿No vas a elegir un nombre?", preguntó el Espectro. "Todo el mundo elige un nombre".

"Hablas demasiado".

"Algunas personas también le ponen nombre a su Espectro. Si no quieres un nombre, ¿cómo debería llamarte?".

Se había desmayado. El sol le caía de plano. Era como una canica abrasadora en mitad del cielo. Murió un día después, cuando un escorpión le picó mientras yacía bocabajo. El Espectro lo permitió. Un reinicio completo sería menos complicado.

**

Abrió los ojos e inspiró profundamente. "¿Cómo debería llamarte?", preguntó el Espectro.

Lo observó, como si estuviera considerando una respuesta. Luego se miró las manos.

"Sigo teniendo hambre".

Hogar, parte I

“La Luz no es un regalo. Te lo arrebata todo. Te hace olvidar. No solo tus recuerdos, sino también cómo vivir”. (Un Vagabundo de la Edad Oscura)

Eaton recibió a sus primeros invitados en años.

Germaine observó a los hombres y mujeres en armadura descender de sus vehículos plateados. Eran resucitados, seres supuestamente inmortales, y luchaban entre ellos en una guerra sin fin, en alguna parte más allá de las fronteras de Eaton. Este grupo en particular, los Señores de Hierro, representaban una nueva ideología y dijeron que luchaban para ponerle fin a la lucha.

Liderados por un hombre llamado Dryden, le entregaron a cada familia en Eaton varios meses de raciones y suministros para poder quedarse una semana. Planeaban emboscar a otro de su clase, conocido únicamente como el Hombre Rojo.

Hace dos semanas, la supervivencia era incierta. Ahora, gracias a la generosidad de los Señores de Hierro, su pequeño pueblo sobreviviría el invierno.

Judson, el amigos de Germaine, salió de una cabaña de suministros cercana y levantó un dedo mientras se acercaban los viajeros. Germaine se rió y sacudió la cabeza, pero no dijo nada.

“¿Cómo va todo?”, Judson saludó a los resucitados, elevando el dedo en el aire.

“Tranquilo, Judson”, dijo Germaine.

“Cierra el pico, Germaine”, retrucó Judson, con la mano aún el aire. “Tu nombre es estúpido, y tú también eres estúpido”.

Germaine sacudió la cabeza y sonrió con tristeza.

Judson le había advertido a la gente del pueblo acerca del trato, gritándoles a todos los que estuvieran dispuestos a escucharlo qué él se encargaría de la comida, y que los “locos de hierro” solo iban a traer problemas. Era un muy buen cazador, quizá el mejor que hubiera visto Eaton, y de alguna forma lograba regresar de las colinas diezmadas trayendo ciervos, patos y bueyes. Pero incluso Judson no había tenido éxito en meses. La guerra más allá de Eaton se había intensificado. Los adultos pasaban hambre para que los niños pudieran comer. No era una situación sostenible.

“Muy pronto dejaremos de molestarlos”, dijo uno de los Señores de Hierro, quien asintió con la cabeza a Judson mientras pasaba. Su voz era tan metálica y fría como su casco. Judson escupió y no les quitó los ojos de encima mientras caminaban a través del pueblo en busca de escondites en torno a su perímetro.

"La Luz no es ningún regalo. Te lo quita todo. Te hace olvidar. No solo tus recuerdos. Sino cómo vivir". —Un nómada de la Edad Oscura

Eaton recibió su primer visitante en años.

Germaine observó a los hombres y mujeres provistos de armaduras descender de sus transportes plateados. Eran alzados, seres supuestamente invencibles, y se enfrentaban entre sí en una guerra sin fin en algún lugar más allá de las fronteras de Eaton. Este grupo en particular, los Señores de Hierro, representaban a una nueva ideología y afirmaban luchar para poner fin a la disputa.

Su líder era un hombre llamado Dryden y habían pagado a cada familia de Eaton varios meses de suministros y raciones a cambio de quedarse una semana. Planeaban tender una emboscada a otro de los suyos, conocido únicamente como el Hombre Rojo.

Hacía dos semanas, la supervivencia de Eaton estaba en entredicho. Ahora, gracias a la generosidad de los Señores de Hierro, la pequeña población conseguiría superar el invierno.

Judson, el amigo de Germaine, salió de un cobertizo de abastecimiento cercano y levantó un dedo mientras el grupo avanzaba. Germaine sonrió entre dientes y negó con la cabeza, pero no dijo nada.

"¿Cómo os va?", saludó Judson a los alzados con el dedo en alto.

"Tranquilízate, Judson", dijo Germaine.

"Cierra el pico, Germaine", le espetó Judson sin bajar la mano. "Tu nombre es estúpido, igual que tú".

Con gesto triste, Germaine volvió a negar con la cabeza en señal de desaprobación.

Judson había intentado que los lugareños rechazasen al acuerdo; le había dicho a todo aquel dispuesto a escucharle que él se ocuparía de la comida, que los "fanáticos de hierro" solo traerían problemas. Era muy buen cazador. Probablemente, el mejor de la historia de Eaton: de alguna manera, se las arreglaba para conseguir ciervos, patos y toros en las colinas diezmadas. Pero hasta Judson llevaba meses sufriendo la escasez. Más allá de Eaton, la guerra se había intensificado. Los adultos pasaban hambre para que los niños pudieran comer. No era una situación sostenible.

"Nos quitaremos de en medio enseguida", dijo una integrante de los Señores de Hierro, que saludó a Judson al pasar. Su voz era tan metálica y fría como su casco. Judson escupió y no les quitó el ojo de encima mientras cruzaban el lugar para asegurar varias posiciones ocultas alrededor del perímetro.

Hogar, parte II

“Señor, esto es terrible”. (Un Vagabundo de la Edad Oscura)

Yu tenía nueve ciclos de edad y visitaba seguido. Ella y su familia vivían cerca de Judson y a veces la enviaban con Germaine cuando su vecino ruidoso se ponía demasiado beligerante. Como lo estaba hoy. A Germaine no le molestaba.

“A Judson no le parece que haya sido una buena idea permitirle a la gente de hierro quedarse con nosotros”, dijo. Caminaba lentamente de un lado a otro de la cabaña, pisando cuidadosamente por encima del juego de cartas que Germaine había colocado sobre el suelo de tierra.

“Ya lo sé. Pero Judson dice muchas cosas. Y a veces hay que ser decisivo. ¿Ves cuánta comida nos dieron?”, dijo Germaine, colocando una carta. Una lámpara cercana parpadeaba junto al montón más grande de cajas con raciones que esa cabaña jamás había contenido.

“Judson sabe cómo usar armas. Lo he visto. Quizá pueda...”

“No, no puede. Esas cosas ahí afuera, no es posible matarlas. Quítatelo ya mismo de la cabeza”.

Yu seguía dando vueltas, frunciendo el ceño ligeramente mientras pensaba.

“Está bien tener más comida, pero Judson cree que van a hacer que nos maten. Creo que va a intentar huir”, dijo.

Él colocó otra carta. “Hay que valorar lo que se tiene. Tus padres se estaban saltando la cena para que tú pudieras comer. Los resucitados resolvieron ese problema. Por un tiempo. Debemos dejar que se queden”.

Dejó de dar vueltas para pensar al respecto y miró hacia el techo de chapa. “No me quiero morir”.

“No te vas a morir”, dijo Germaine. “¿Por qué no vas a ver qué están haciendo tus padres? Estoy un poco cansado”.

“Okey”, dijo, encogiéndose de hombros. Se fue.

Germaine abrió una pequeña caja de agua del montón de raciones y se sirvió un tarro lleno. Yu no lo había notado porque era difícil de distinguir bajo la intermitente luz de la lámpara, pero sus manos temblaban.

**

El aliento de Judson se hacía vapor en el aire nocturno mientras cerraba el portón que rodeaba al pueblo lo más silenciosamente posible. Si temblaba, eso sacudiría la estructura destartalada y despertaría a la familia de Yu, por lo que sostuvo firmemente la agarradera mientras la empujaba de vuelta a su sitio. Ahora estaba parado en el pasaje que conducía fuera de Eaton.

Al darse la vuelta, se topó con Germaine.

“No te había visto ahí, hermano”, gruñió Judson con voz grave y por poco intentó darle un codazo en la garganta a su vecino. Dio un paso atrás. Solo uno.

“¿A dónde vas a estas horas?”, preguntó Germaine. “Hermano”.

¿”Tú qué crees, menso? Me voy lejos de aquí antes de comience el tiroteo”.

“Debemos confiar en que Lord Dryden sabe lo que hace”, dijo Germaine.

Judson sacudió la cabeza. “Tú y todos los hacedores de tratos van a terminar por matar a todo el pueblo. Estos tipos son peores que las historias”.

“Sabes lo que pienso sobre los resucitados, pero esta semana nos salvaron”.

Judson se rió. “Nadie quiere creerlo, porque los resucitados se ven igual que tú y yo, pero te matarán sin darse cuenta. Tan naturalmente como respirar. No lo pueden evitar”.

“Quieren emboscar a un hombre, solo uno. Tenemos que ir hasta el final. Incluso los resucitados pueden contener una pelea de esa magnitud”.

“¿Te vas a apartar o tengo que apartarte yo?”.

Germaine dio un paso al costado. “Yo no soy la ley, pero ¿a dónde vas a ir? No hay más que guerra por todas partes. Y su presa está por llegar”.

“Soy un experto cazador. Mantuve a este pueblo alimentado durante años antes de que tú llegaras. Voy a estar bien. Y a ese otro resucitado no le va a importar un hombre que está de paso. No tengo nada que esconder. Simplemente debo marcharme. Si ustedes quieren ser la carnada de estos muertos que luchan, mucha suerte con eso”.

Germaine se rió. “¿Qué es tan gracioso?”, se burló Judson, retomando su tono grave.

“No sé cómo lo haces. Casi te admiro”.

“¿A qué te refieres?”.

“No le tienes miedo a nada. Mucha suerte, hermano. Nos estamos viendo”. Germaine caminó de vuelta hacia el portón.

"Señor. Esto es terrible". —Un nómada de la Edad Oscura

Yu tenía nueve ciclos y solía venir a menudo. Vivía con su familia al lado de Judson y a veces la enviaban con Germaine cuando su tempestuoso vecino se ponía demasiado beligerante. Como hoy. A Germaine no le importaba.

"Judson cree que dejar que esa gente de hierro se quede con nosotros no es buena idea", decía ella. Iba y venía lentamente por la choza, pisando con cuidado por encima del juego de naipes que Germaine había colocado sobre el suelo de tierra.

"Ya lo sé, pero Judson dice muchas cosas. Y, a veces, hay que tomar decisiones. ¿Ves cuánta comida nos han dado?", dijo Germaine, colocando una carta. Una lámpara titiló cerca, junto al mayor montón de cajas de raciones que habían tenido jamás en la choza.

"Judson sabe usar armas. Lo he visto. Quizá él podría…".

"No, no puede. Esas cosas de ahí fuera no se pueden matar. Quítate esa idea de la cabeza inmediatamente".

Yu siguió caminando con el ceño ligeramente fruncido mientras pensaba.

"Tener más comida está bien, pero Judson cree que van a conseguir que nos maten. Creo que va a huir", dijo.

Germaine puso otra carta en el suelo. "Agradece lo que tienes. Tus padres no cenaban para que tú pudieras hacerlo. Los alzados nos han resuelto ese problema. Durante un tiempo. Tenemos que permitir que se queden".

Ella dejó de caminar para considerarlo y miró hacia la lámina metálica del techo. "No quiero morir".

"No vas a morir", respondió Germaine. "¿Por qué no vas a ver qué hacen tus padres? Estoy un poco cansado".

"Vale", dijo ella encogiendo los hombros. Se marchó.

Germaine abrió una cajita de agua de la pila de raciones y llenó una lata. Yu no se había dado cuenta, porque con la tenue luz de la lámpara no se veía muy bien, pero le temblaban las manos.

**

El aliento de Judson se convertía en vapor en la atmósfera nocturna mientras cerraba el portón que daba acceso al pueblo haciendo el menor ruido posible. Si temblaba, sacudiría la estructura destartalada y despertaría a la familia de Yu, así que sujetó la manilla bien fuerte mientras la volvía a encajar en su sitio. Ahora se encontraba en el paso de salida del valle de Eaton.

Al girarse, se topó de frente con Germaine.

"No te había visto, hermano", gruñó Judson con voz grave, conteniéndose para no propinarle un codazo en la garganta a su vecino. Retrocedió un paso. Solo uno.

"¿Adónde vas tan tarde?", preguntó Germaine. "Hermano".

"¿Tú eres tonto? Me largo de aquí antes de que empiecen los disparos".

"Debemos confiar en que el tal Lord Dryden sepa lo que hace", dijo Germaine.

Judson negó con la cabeza. "Tú y todos los que estáis de acuerdo con el pacto vais a acabar con este lugar. Esos tipos son peores que lo que cuentan las historias".

"Ya sabes lo que opino sobre los alzados, pero esta semana nos han salvado".

Judson hizo un gesto de desprecio. "Nadie lo cree, porque los alzados tienen el mismo aspecto que tú y que yo, pero te matarán sin quererlo. Es tan cierto como que respiramos. No pueden evitarlo".

"Están intentando pillar por sorpresa a un tipo. Solo a uno. Tenemos que conseguir que todo salga bien. Incluso los alzados pueden contener un combate de esa magnitud".

"¿Vas a moverte? ¿O te muevo yo?".

Germaine se apartó a un lado. "Yo no soy la ley. ¿Pero adónde vas a ir? Lo único que hay es territorio en guerra. Y su presa está a punto de llegar".

"Soy un rastreador. Antes de que llegaras aquí, mantuve alimentado a todo el mundo durante años. Saldré adelante. No creo que a ese otro alzado le importe cruzarse con un hombre solo. No tengo nada que ocultar. Lo único que quiero es irme. Si queréis hacer de cebo para los muertos en guerra, os deseo una vida estupenda".

Germaine rio entre dientes. "¿Qué te hace tanta gracia?", dijo Judson con voz grave y tono desdeñoso.

"No sé cómo lo haces. Casi te admiro".

"¿Y eso?".

"No tienes miedo. Que tengas una buena vida, hermano. Ya nos veremos". Germaine volvió caminando hacia la entrada.

Hogar, parte III

“¿Quién eres?”

“¿Me reconocerías si te diera un nombre?”

“Tu Espectro cometió un error fatal. No pude atraparlo, pero lo confirmé en el rastreador”.

“¿Qué diablos? ¿Crees que soy uno de ustedes? Hermano, estás muy equivocado”.

“Entonces, ¿cómo puede ser que te encontrara aquí afuera? Sin comida ni agua en kilómetros”.

“Me las arreglo”.

“Tengo formas de hacerte decir lo que queremos saber”.

“...”

“La campaña de los Señores de la guerra en esta región nunca alcanzó el valle del sur. ¿Sabes de algún asentamiento cercano? ¿Algo escondido en el valle o en las montañas? Podrías decirme o podría empezar a cortarte”.

“Creo que no estás entendiendo”.

“Tú vienes conmigo. Planeaba explorar el valle solo, pero ahora creo que traeré algunos amigos”.

**

Las manos de Germaine temblaron cuando los Señores de la guerra, resucitados que conquistaban las tierras que encontraban, trajeron a Judson de vuelta a Eaton una semana después al mediodía. Medio pueblo salió a verlos llegar.

Uno de los hombres vestía una armadura roja que encajaba con la descripción del Señor de la guerra que Dryden y sus Señores estaban esperando.

Se dice que un resucitado, razonablemente armado, puede aniquilar un ejército. Dos resucitados, asumiendo un soporte adecuado de los Espectros, pueden luchar indefinidamente contra infinitos ejércitos.

Seis Señores de la guerra bajaron de sus máquinas en una línea en el centro del pueblo, con sus armas ya desenfundadas. Dejaron caer a Judson de rodillas frente a ellos. Sin ataduras. No se veía herido.

“¿Alguien quiere reclamar a este mequetrefe?, preguntó el Hombre Rojo.

“Sí”, respondió Germaine. La gente del pueblo grunió. Yu intentó correr hacia Judson, pero sus padres la contuvieron.

“Primero, una pregunta”, dijo el Hombre Rojo. “¿Dónde están los Señores de Hierro? Vimos a uno de sus Espectros. Uno de estos”. Dio unos golpecitos en el caparazón de su propio compañero dron mientras flotaba a su lado, su ojo enfocado en la gente del pueblo. “Les gusta entrometerse. ¿Quizá los ayudaron? ¿Les ofrecieron comida? Eso explicaría cómo sobreviven en este páramo. Pero les aseguro que sus motivos no los benefician”. El Hombre Rojo hizo una pausa y observó a la gente mientras su Espectro volaba por encima de él.

“Los Señores de Hierro están intentando alterar el orden establecido. Y nosotros estamos aquí para liberarlos de ellos. Ahora todos ustedes están bajo nuestra tutela. Así que, dígannos... ¿dónde están?”.

Germaine cerró los ojos. Luego de un rato, cuando nadie habló, decidió que él lo haría. “Tienes razón. Estuvieron aquí. Pero ya se fueron. Les pagamos por suministros y luego se marcharon, hace como una semana”.

“¿No me digas?”, el Hombre Rojo levantó su cañón de mano y le disparó al padre de Yu en la cabeza. Todo el mundo se estremeció y se apartó mientras el hombre caía de espaldas. La madre de Yu gritó, furiosa, pero sostuvo firme a su hija.

“Se los juro”, dijo Germaine, conteniendo la respiración mientras esperaba que los Señores de Hierro escondidos hicieran una movida. El Hombre Rojo sostuvo su arma el aire, observando fijamente a la gente del pueblo. Los otros Señores de la guerra contemplaban el horizonte, con sus armas listas.

Judson aprovechó la pausa para tomar un fusil de postas de los caídos de una de las máquinas de los Señores de la guerra. Dio un grito triunfal y decapitó al resucitado que tenía más cerca. Mientras caía el cuerpo, introdujo toda la hoja en la espalda del Hombre Rojo. Un tercer Señor de la guerra le quitó el sable a Judson y lo acuchilló en el flanco con un filo del guantelete, luego lo lanzó hacia atrás en el aire en dirección a las máquinas.

Alrededor de Germaine, se desató el caos cuando los Señores de Hierro repentinamente abrieron fuego desde sus posiciones en las colinas circundantes. La gente del pueblo se dispersó y los Señores de la guerra se elevaron en pilares de Luz centelleantes, con sus armas rugiendo y lanzando rastreadores.

**

El Espectro observaba por encima del caos. A través de los siglos, había aprendido a esconderse muy bien. Había perfeccionado todas las habilidades peculiares que su elegido le había pedido que aprendiera.

Debajo, disparos y explosiones de Luz destrozaban las cabañas y chozas. La gente del pueblo huía para salvar sus vidas en medio del fuego cruzado y las llamas sobrenaturales mientras los Señores de Hierro finalmente abandonaban sus posiciones de francotiradores en las colinas para rodear a los Señores de la guerra en el centro del pueblo.

Mientras esto ocurría, el Espectro vio a uno de los hombres emerger de la descarga de un dispositivo explosivo errante, arropando a una niña. Se dirigió a un lugar un poco más resguardado detrás de una de las chozas, se arrodilló y acercó el oído al rostro de la niña. Estaba intentando hablar.

Uno de los jinetes en armadura en la plaza levantó una pesada ametralladora con una mano y cubrió todo el pueblo de Eaton con rastreadores dorados. El Espectro perdió visibilidad de la gente del pueblo cuando la lluvia de balas de la ametralladora lo levantó tierra y polvo.

Las enormes, desorientadoras explosiones llegaron enseguida después y el Espectro aumentó su altitud.

Espero un largo rato luego de que terminara la batalla y todos los resucitados se hubieran marchado, antes de descender nuevamente a la tierra. Ni siquiera estaba seguro de qué lado había ganado. Poco importaba.

El día se hizo noche al fin.

"¿Quién eres?".

"¿Me conocerías si te dijera un nombre?".

"Tu Espectro cometió un grave error. No pude capturarlo, pero lo confirmé con el rastreador".

"¿De qué demonios hablas? ¿Crees que soy uno de los tuyos? Te estás equivocando, hermano".

"Entonces, ¿qué hace un hombre solo aquí? Sin comida ni agua en kilómetros a la redonda".

"Sé arreglármelas".

"Tengo formas de obligarte a contarnos lo que queremos saber".

"…".

"La campaña del señor de la guerra en esta zona no llegó a adentrarse en el valle meridional. ¿Hay algún asentamiento cercano que conozcas? ¿Hay algo oculto en el valle o en el interior de la cordillera? Puedes decírmelo o puedo empezar a cortar".

"Quizá hayas pasado algo por alto".

"Vas a venir conmigo. Quería explorar el valle en persona, pero creo que iré acompañado".

**

Las manos de Germaine temblaron cuando los señores de la guerra, alzados que conquistaban las tierras que pisaban, se presentaron en Eaton con Judson una semana más tarde, a mediodía. La mitad de la gente salió a verlos.

Uno de ellos llevaba una armadura roja que encajaba con la descripción del señor de la guerra que buscaban Dryden y los suyos.

Dicen que un alzado, razonablemente armado, puede acabar con un ejército. Dos alzados, contando con el apoyo de sus Espectros, pueden enfrentarse a infinitos ejércitos sin decaer jamás.

Seis señores de la guerra desmontaron de sus máquinas, situadas en línea en el centro del pueblo, con las armas en ristre. Dejaron a Judson de rodillas, ante ellos. Sin ataduras. Parecía ileso.

"¿Alguien quiere hacerse cargo de este enclenque?", preguntó el Hombre Rojo.

"Nosotros", dijo Germaine. La gente refunfuñó. Yu intentó correr hacia Judson, pero sus padres la retuvieron.

"Antes de nada, una pregunta", dijo el Hombre Rojo. "¿Dónde están los Señores de Hierro? Hemos visto uno de sus Espectros. Uno de estos". Tocó la carcasa afilada del dron que lo acompañaba, flotando a su alrededor sin perder de vista a los lugareños. "Les gusta entrometerse. A lo mejor os han ayudado, os han dado comida… Eso explicaría que hayáis sobrevivido en este páramo, pero puedo garantizaros que sus motivaciones no os benefician nada". El Hombre Rojo hizo una pausa. Examinó a la multitud mientras su Espectro orbitaba sobre él.

"Los Señores de Hierro están intentando perturbar el orden establecido. Y nosotros hemos venido a liberaros. Ahora estáis bajo nuestra protección. Así que… ¿Dónde están?".

Germaine cerró los ojos durante un largo instante. Como nadie habló, decidió hacerlo él. "Estás en lo cierto. Estuvieron aquí. Pero hace mucho que se fueron. Les pagamos a cambio de suministros y se fueron hace una semana".

"Ah, ¿sí?". El Hombre Rojo levantó su cañón de mano y disparó al padre de Yu en la cabeza. Todo el mundo dio un respingo y se apelotonó mientras el hombre caía de espaldas. La madre de Yu gritó enfurecida, pero sujetó a su hija con fuerza.

"Lo juro", dijo Germaine, aguantando la respiración mientras esperaba a que los Señores de Hierro escondidos hicieran algo. El Hombre Rojo mantuvo su arma en alto mientras observaba atentamente a los lugareños. Los otros señores de la guerra vigilaban el horizonte con sus relucientes armas a punto.

Judson aprovechó la pausa prolongada para coger una hoja de choque caída de una de las máquinas de los señores de la guerra. Con un grito triunfante, decapitó al alzado que tenía más cerca. Mientras el cuerpo caía, atravesó la espalda del Hombre Rojo con la hoja. Un tercer señor de la guerra arrancó la guja de las manos de Judson, lo apuñaló en el costado con una hoja de su guantelete y lo lanzó por encima de las máquinas.

El caos se desató alrededor de Germaine cuando los Señores de Hierro decidieron abrir fuego desde sus posiciones en las colinas circundantes. Los lugareños se dispersaron mientras los señores de la guerra se alzaban en columnas de Luz fulgurante. Las armas cobraron vida en sus manos y empezaron a escupir trazadoras.

**

El Espectro observaba el caos desde lo alto. Con el tiempo, había aprendido a ocultarse muy bien. Había aprendido a hacer muchas cosas peculiares que su elegido le había pedido.

Abajo, los disparos y las explosiones de Luz destrozaban chozas y cobertizos. Los lugareños huían para salvar sus vidas entre las llamas y el fuego sobrenatural mientras los Señores de Hierro abandonaban sus posiciones en lo alto de las colinas para atacar a los señores de la guerra en el centro de la población.

Entre todo el caos, el Espectro vio a un hombre salir de la humareda causada por una explosión con el cuerpo de una niña en sus brazos. Se resguardó como pudo detrás de una de las chozas, se arrodilló y acercó el oído a la cara de la niña, que intentaba hablar.

En la plaza, uno de los hombres con armadura alzó una ametralladora pesada en una mano y acribilló todo Eaton con trazadoras doradas. El Espectro perdió visibilidad sobre los lugareños a causa de la nube de polvo que levantaba la salva de disparos.

Las explosiones devastadoras y aniquiladoras no tardaron en llegar, y el Espectro se elevó aún más.

Mucho después de que acabara la batalla, esperó a que los alzados supervivientes se fueran y descendió de nuevo al suelo. Ni siquiera estaba seguro de qué bando había ganado. No importaba.

Empezaba a anochecer.

Hogar, parte IV

El hombre abrió los ojos y respiró. Casi nada estaba donde lo recordaba. Eaton había desaparecido. Destruido y pavimentado. El clima templado era la única razón por la cual las chozas y cabañas que constituían la mayor parte del pueblo permanecían en pie.

Pero la tormenta de Luz contra Luz había dejado detrás calcinación y sombras. Y los huesos de los muertos. Era un crepúsculo color rojo sangre. El Espectro sobrevolaba por encima de él.

El hombre se miró las manos. Intentó reírse, pero en cambio tosió.

“¿Estás bien?”, preguntó el Espectro.

Se puso de pie, más erguido de lo que había estado en mucho tiempo. Es más fácil pasar inadvertido cuando estás encorvado.

“¿Germaine?”, preguntó el Espectro.

“Ese no es mi nombre”.

“Los dejaste que te llamaran así”.

El hombre se volvió para mirar a su Espectro. “No es mi nombre. Uno de los Señores de la guerra mencionó haber visto a un Espectro solitario. ¿Te descuidaste?”

El Espectro asintió. “Lo siento. Estaba explorando una nueva ruta de ganado para ti y me entusiasmé”.

“No pido mucho”, dijo el hombre, sacudiendo la cabeza. “Tráeme una pala”.

El Espectro escaneó los escombros y las cenizas para encontrar una pala carbonizada y la elevó con un lazo de Luz.

Lentamente, el hombre reunió todos los huesos que pudo encontrar y comenzó a cavar.

“La niña, Yu...”, dijo el Espectro.

“Deja de hablar”, respondió.

“¿Qué fue lo que te dijo? Estabas hablando con ella al final”.

No respondió. Pasarían muchos años antes de que compartiera eso con el Espectro. Pero lo recordaría.

“Podrías haberla ayudado”.

La pala golpeó la tierra con más fuerza. “Te dije que te callaras”.

“Podrías haberlos salvado a todos”.

El hombre no tenía nada para decir.

Debería estar haciendo más ruido de lo que creía, porque justo cuando terminó de cavar una tumba lo suficientemente grande para los huesos, oyó una voz. Dejó caer la pala, atravesó la plaza vacía con la mirada y contempló el cobertizo de los Díaz.

Eaton estaba muerto. Ya no tenía necesidad de mantener su secreto.

Se trasladó con una facilidad y velocidad que había asombrado a sus vecinos y dio la vuelta a una esquina para encontrar a Judson, en el suelo, apoyado contra la puerta del cobertizo. Judson sostenía un cañón en las manos y sus ojos se abrieron de par en par cuando reconoció al hombre y a su Espectro.

Judson levantó temblorosamente el arma. Con la otra mano apretaba una mancha oscura en su costado.

“Perdió mucha sangre”, dijo el Espectro, su Luz extendiéndose en la zona.

“Así que tú eras uno de ellos después de todo”, dijo Judson con desprecio.

El hombre se rió. “Todas mis vidas, hermano”.

“Hiciste que nos mataran, hijo de la...”

Sin apurarse, el hombre dio una patada y le quitó el arma de las manos. Luego se inclinó para señalarlo con un dedo, “No, no, eso fue tu culpa. Esos Señores de la guerra te atraparon. ¿Qué más iban a hacer? Yo traté de evitar que te fueras, pero no creí tener el derecho”.

Judson intento tomarlo por el cuello. El hombre le apretó la mano, como un apretón de manos excesivamente fuerte. Judson frunció el ceño y forcejeó, pero estaba exhausto. Se estaba muriendo. Y el hombre tenía más fuerza de lo que su apariencia delataba.

El hombre levantó la otra mano, incandescente con un brillo solar, y la apoyó contra la herida de Judson. Su viejo amigo gritó de dolor, pero, pese a sus repetidos intentos, no pudo liberarse del agarre del hombre.

El hombre miró a Judson y asintió con la cabeza. Luego, dirigiéndose a su Espectro dijo, “¿Ves cómo nunca se da por vencido? ¿Porque sabe que esta es la única vida que tiene? Sin temor”.

“¿Esos resucitados ahí afuera...?”, el hombre terminó de cauterizar la herida y usó la mano, repentinamente fría, para sacudirla indiscriminadamente en dirección a la oscuridad de la noche, “Ellos hace rato estarían muertos si fueran él. Todos lo que conocen es la guerra. Este hombre sobrevive”.

Judson emitió un sonido gutural. Había dejado de forcejear, pero el hombre seguía agarrándole la mano.

“¿Querías que lo salvara? Incluso si esto funciona, nunca va a mostrarme cómo vivir. No como él vive. Y eso es tu culpa”.

El Espectro observaba, pero hizo ajustes mínimos a su armadura orbitante y proyectó escaneos con su Luz a lo largo de todas las ruinas del pueblo. Si quedaban Señores de la guerra o Señores de Hierro tendrían que correr.

El hombre se puso de pie. Judson estaba muerto.

“Quizá tendrías que haberle dicho que estabas trayendo ganado a mil leguas de distancia y soltándolos para qué él les diera caza”, dijo el Espectro.

“O sea... ¿viste lo feliz que estaba? ¿Lo felices que estaban todos? Tenían para comer”, respondió el hombre. “Dale a alguien algo para cazar y le estarás dando un propósito”.

“Eres patético. ¿Eso es lo que aspiras a ser? ¿Un eterno mentiroso que juega a la casita con refugiados? ¡Esta gente está muerta por culpa nuestra!”

“Yo viví aquí como uno de ellos”.

“Podrías ser mucho más. Déjame mostrarte lo poderosa que puede volverse tu Luz”.

El hombre caminó más allá de su Espectro y trajo el cuerpo de Judson al centro del pueblo. Mientras comenzaba nuevamente a cavar, notó la cáscara hinchada y esférica que dominaba el cielo. Hacía rato que no era parte de su vida, pero esa noche parecía estar mucho más cerca de la Tierra.

Levantó una mano para saludarla con un solo dedo, mientras su Esped lo observaba.

“¿Qué dice la vida?”, exclamó, sonriendo con frialdad a los cielos.

El hombre abrió los ojos e inspiró profundamente. Casi nada era como él lo recordaba. Eaton había desaparecido. Arrasado, aplastado. El clima apacible era el único motivo por el que las chozas y cobertizos que conformaban el poblado seguían en pie.

Sin embargo, la tormenta de Luz contra Luz había dejado a su paso muchas sombras y la tierra calcinada. Y los huesos de los muertos. Era un atardecer rojo sangre. Su Espectro flotaba sobre él.

El hombre se miró las manos. Intentó sonreír, pero le dio la tos.

"¿Estás bien?", preguntó el Espectro.

Él se puso de pie, más derecho de lo que había estado en mucho tiempo. Es más fácil pasar desapercibido cuando vas encorvado.

"¿Germaine?", preguntó el Espectro.

"Ese no es mi nombre".

"Dejas que te llamen así".

El hombre se giró para mirar a su Espectro. "No me llamo así. Uno de los señores de la guerra mencionó haber visto un Espectro solitario. ¿Fuiste descuidado?".

El Espectro asintió. "Lo siento. Estaba explorando una nueva ruta ganadera para ti y me dejé llevar".

"No pido gran cosa", dijo el hombre, sacudiendo la cabeza. "Una pala. Consíguemela".

El Espectro escaneó los escombros y las cenizas, y encontró una pequeña pala. La levantó con un lazo de Luz.

El hombre reunió lentamente todos los huesos que encontró y empezó a cavar.

"La niña. Yu", prosiguió el Espectro.

"Calla", respondió.

"¿Qué te dijo? Estuviste hablando con ella al final".

No respondió. Tardaría varias vidas en contárselo al Espectro. Pero se acordaría.

"Podrías haberla ayudado".

La pala se clavó en la tierra con más fuerza. "Que te calles".

"Podrías haberlos salvado a todos".

El hombre no tenía nada que decir.

Debía de estar haciendo más ruido del que pensaba, porque, cuando estaba terminando de excavar una tumba lo bastante grande para todos los huesos, oyó que alguien lo llamaba. Soltó la pala y miró fijamente al otro lado de la plaza vacía, a las ruinas humeantes del granero de Díaz.

Eaton era un cementerio. Mantener el secreto ya no tenía sentido.

Cruzó la distancia con una rapidez y una facilidad que habría dejado impactados a sus vecinos y, a la vuelta de la esquina, se encontró con Judson en el suelo, apoyado contra la puerta del granero. Judson tenía un cañón en la mano y abrió los ojos con asombro al reconocer al hombre y a su Espectro.

Judson levantó el arma, tembloroso. Su otra mano se aferraba a una mancha oscura, en el costado.

"Ha perdido mucha sangre", dijo el Espectro, derramando su Luz alrededor.

"Eras uno de ellos desde el principio", dijo Judson con desprecio.

El hombre sonrió entre dientes. "Todas mis vidas, hermano".

"Has conseguido que nos maten a todos, hijo de…".

El hombre le quitó el arma a Judson de una patada, sin ninguna prisa. Se arrodilló para apuntarlo con un dedo. "No, no. Eso ha sido culpa tuya. Los señores de la guerra te pillaron. ¿Qué iban a hacer? Quería impedir que te fueras, pero pensé que no tenía derecho".

Judson intentó cogerlo por el cuello, pero el hombre le sujetó la mano con una fuerza demoledora. Judson frunció el ceño y forcejeó, pero estaba agotado. Moribundo. Y el otro era mucho más fuerte de lo que aparentaba.

El hombre levantó la otra mano, que ardía como el sol, y la puso contra la herida de Judson. Este lanzó un gemido agudo, pero, por mucho que lo intentó, no consiguió soltarse.

El hombre habló a su Espectro, señalando a Judson con la cabeza. "¿Ves cómo nunca se rinde? Porque sabe que esta vida es lo único que le queda. No tiene miedo".

"Esos alzados de ahí…". Terminó de cauterizar la herida y usó su mano, súbitamente fría, para gesticular hacia la noche, cada vez más oscura. "Si fueran él, habrían muerto hace mucho. Lo único que conocen es la guerra. Este hombre sobrevive".

Judson emitió un gorgoteo. Había dejado de forcejear, pero el hombre no le había soltado la mano.

"¿Querías que lo salvase? Aunque esto funcione, jamás podría enseñarme a vivir. No como él vive. Y eso es culpa tuya".

El Espectro observaba mientras realizaba ajustes minúsculos a su blindaje orbital y usaba la Luz para escanear las ruinas del lugar. Si quedaba algún Señor de Hierro o de la guerra cerca, más le valía huir rápidamente.

El hombre se puso de pie. Judson había muerto.

"Quizá deberías haberle dicho que estabas trasladando el ganado desde cien leguas de distancia y soltándolo para que él lo capturase", dijo el Espectro.

"No sé… ¿No veías lo feliz que era? ¿Lo felices que eran todos? Tenían comida", respondió el hombre. "Dale a alguien algo que perseguir y le darás un propósito".

"Eres patético. ¿Esto es a lo que aspiras? ¿A ser un mentiroso sempiterno que juega a las casitas con refugiados? ¡Esta gente ha muerto por nuestra culpa!".

"He vivido aquí como uno más".

"Podrías ser mucho más que eso. Deja que te muestre lo poderosa que puede ser tu Luz".

El hombre dejó atrás a su Espectro y llevó el cadáver de Judson al centro del pueblo. Mientras empezaba a cavar de nuevo, se fijó en el abultado cascarón esférico que dominaba el cielo. Llevaba un tiempo alejado de su vida, pero esta noche parecía estar mucho más cerca de la Tierra.

Levantó una mano para saludarlo con un dedo mientras el Espectro observaba.

"¿Cómo te va?", dijo, lanzando al cielo una sonrisa que no se reflejaba en sus ojos.

Cabos sueltos, parte I

“Nunca perdono y nunca olvido. Llevo una vida difícil, hermana”. (Un Vagabundo de la Edad Oscura)

El bar de Wu Ming no siempre era animado, pero esta tarde en particular sí lo era. Wu le servía a todos los que pudiera pagar, pero su clientela estaba formada más que nada por resucitados. No porque ofreciera un menú especialmente diseñado para ellos, sino porque había construido su bar al pie de una montaña llamada Cumbre de Felwinter.

Felwinter había sido un Señor de la guerra, el único, se decía, que sostuvo una montaña entera sin ayuda de nadie. Ahora se asociaba con los Señores de Hierro, y la Cumbre de Felwinter era resueltamente territorio de los Lobos de Hierro. Nunca le dieron permiso a Wu para construir el bar.

Él nunca se los pidió.

Prácticamente todos los clientes esa noche no tenían Espectros. Los fuertes vientos y el frío inhóspito hacían que aquellos que no tenían Espectros rara vez visitaban Pero esa noche, se había corrido la voz de que los Señores de la guerra estaba de regreso en la región. No se habían efectuado disparos. No todavía. Pero el rumor ya era suficiente para atraer al bar de Wu a todos los pobres desgraciados sin Luz de kilómetros a la redonda, donde era posible que un Señor o Dama de Hierro estuviera tomando un trago. A Wu Ming no le importaba.

La puerta se abrió de nuevo y entró un trío de figuras en armadura. “Bienvenidos al fin del mundo”, los saludó el androide encargado de recibir a los clientes. Los Señores de la guerra se abrieron paso haciendo a un lado a 55-30 y se acercaron directamente a Wu Ming en la barra.

“¿Qué les sirvo?”, preguntó Wu, sonriendo con frialdad.

El Señor de la guerra líder, un hombre gigantesco con hombreras más grandes que su cerebro, gruñió, “Comida. Todo lo que tengas”.

Wu levantó una ceja. “Seguro. Eso les va a costar... bueno, un montón de lumen”.

“No entendiste”, dijo el hombre gigante tomando a Wu por las solapas de su chamarra. “Danos todo lo que tengas en el fondo, o vamos a destriparte y a comerte vivo”.

“Oye, Citan”, dijo una voz de mujer. “Métete con alguien de tu tamaño”.

Todos las miradas se dirigieron hacia una figura con casco, parada a algunos metros detrás de Citan. Apenas le llegaba a la altura del esternón del hombre gigante.

“Lady Efrideet”, murmuró Citan.

La mirada de Wu Ming se trasladó de la Dama de Hierro a los tres Señores de la guerra posicionados alrededor del bar entre los clientes sin Luz. Maldijo en voz baja y se preparó para agacharse.

"Ni olvido ni perdono. Mi vida es muy complicada, hermana". —Un nómada de la Edad Oscura

El bar de Wu Ming no siempre se llenaba, pero esta tarde sí. Wu atendía a cualquiera que pagase, aunque sus clientes solían ser alzados. No porque su oferta estuviera especialmente adaptada para ellos, sino porque el bar estaba instalado al pie de una montaña llamada Cumbre de Felwinter.

Felwinter fue un señor de la guerra. El único, según decían, que llegó a dominar una montaña entera. Ahora estaba con los Señores de Hierro, y la Cumbre de Felwinter era territorio arraigado de los Lobos de Hierro. Nunca habían dado permiso a Wu para montar el bar.

Él tampoco lo había pedido.

Esa noche, prácticamente todos los clientes iban sin Espectros. Los vendavales y el frío inhóspito se traducían en que casi nadie se aventuraba hasta allí sin ellos. Sin embargo, esta noche, la gente corriente se había enterado de que los señores de la guerra habían regresado. No se había producido ningún disparo. Todavía no. Pero bastó para que todos los pobres despojos sin Luz de los alrededores se acercasen al bar de Wu para ver si algún Señor o Dama de Hierro estaba tomando algo. A Wu Ming no le importaba.

La puerta volvió a abrirse para resguardar del frío a una tríada de figuras con armadura. "Bienvenidos al fin del mundo", saludó el robot camarero. Los señores de la guerra ignoraron al 55-30 y se dirigieron directamente hacia Wu Ming, que estaba en la barra.

"¿Qué os pongo?", preguntó con una sonrisa que no se reflejaba en sus ojos.

El líder, un hombre imponente con unas hombreras más grandes que su cerebro, gruñó: "Comida. Todo lo que tengas".

Wu arqueó una ceja. "Por supuesto. Eso va a costar… bastante lumen".

"No has entendido", dijo el gigante, sujetando a Wu por las solapas de su abrigo. "Danos todo lo que tengas atrás o te destriparemos y te comeremos vivo".

"Eh, Citan", dijo una voz de mujer. "Métete con alguien de tu tamaño".

Todos se giraron hacia una figura con casco situada un par de metros detrás de Citan. Solo le llegaba al gigante hasta el esternón.

"Lady Efrideet", masculló Citan.

La mirada de Wu Ming pasó de la Dama de Hierro a los tres señores de la guerra posicionados en el bar, entre la clientela sin Luz. Maldijo entre dientes y se preparó para agacharse.

Cabos sueltos, parte II

Wu Ming observó mientras los Señores de la guerra rodeaban a la solitaria Dama de Hierro.

“El fin del mundo es territorio de los Lobos”, dijo Efrideet. “Y también lo es la Cumbre de Felwinter en su totalidad”.

“Eso cambia hoy”. Un arco de Luz se formó entre las manos abiertas del Señor de la guerra. “Tengo un ejército de saqueadores y una escuadra de resucitados que esperan mis órdenes. Felwinter cometió un error al aliarse con ustedes”.

Bajo el yelmo, los ojos de Citan alternaban entre la Dama de Hierro y su Señor de la guerra aliado parado detrás de ella. El Señor de la guerra acompañante levantó un enorme cañón de mano y dio un disparó que resonó como un trueno...

Directamente al pecho de Citan, mientras Efrideet se dejó caer sobre una rodilla. Lanzó su cañón de mano a la derecha con el puño izquierdo y disparó detrás de ella gatillando dos veces, haciendo explotar la cabeza del Señor de la guerra allí parado. Wu Ming se dio cuenta de que ni siquiera miró al disparar.

El subfusil del tercer Señor de la guerra disparó un aerosol de balas que perforaron el suelo mientras Efrideet rodaba. Wu maldijo en voz baja mientras las astillas de madera volaban por todos lados. La gente gritaba.

Pero ya todo había terminado. El tercer Señor de la guerra estaba arrugado como un trozo de papel. El cuchillo solar de Efrideet le había dividido la cabeza.

“¡Alto!”, gritó Efrideet disparando hacia el techo cuando vio materializarse a tres Espectros sobre sus dueños. Algunos trozos de madera le cayeron sobre los hombros. Wu Ming maldijo, esta vez en voz alta.

“Saben quién soy yo”, gritó a la habitación. “A esta distancia, podría dispararles a los tres antes de que pudieran traer de vuelta a estos tres”.

Los hijos del Viajero se quedaron congelados, sus carcasas giraban violentamente en el aire como abejas metálicas.

“Pueden irse”, les dijo, “pero sus dueños se quedan conmigo. Sigan el Decreto de Hierro y los tendrán de vuelta, a su debido momento”. Los Espectros se miraron entre ellos.

“Díganle a los Señores de la guerra”, dijo, en tono de burla. “La Cumbre de Felwinter le pertenece a los Lobos”.

Los Espectros se fueron por donde vinieron sus dueños. Los clientes en el bar comenzaron a murmurar.

El Espectro de Efrideet, siempre rápido para reaccionar, puso música: Lady Skorri cantando un viejo himno.

Los clientes se alejaron de los tres cuerpos de los Señores de la guerra, pero comenzaron a hablar entre ellos. El ruido de la conversación gradualmente fue invadiendo toda la habitación hasta convertirse en un rumor monótono. La música ayudó.

“¿Fue por esto que me invitaste”, preguntó Lady Efrideet guardando su arma. “Dijiste que había un negocio que pagaba bien”.

“Así es. Acabas de terminarlo”, respondió, extendiéndole un puñado de lumen. La Dama de Hierro lo observó, con un semblante sorprendido bajo su casco.

“¿Quién diablos te está pagando?”

“Tengo mis recursos”, dijo Wu Ming, riendo. “Quédate conmigo, hermana. Te haré rica. Te lo prometo”.

Ella tomó los cubos de zafiro con entusiasmo. El lumen representaba potencial material puro.

“No trajiste a Felwinter”, dijo Wu.

Ella lo miró. “Te dije que nunca desciende la cumbre a menos que se trate de asuntos oficiales de los Señores de Hierro. ¿Para qué lo necesitas?”.

“Oye, ¿qué haces más tarde?”, preguntó Wu repentinamente.

“Cazando caídos. Se están convirtiendo en un problema en el Pasaje Boyle. Estaremos ahí hasta que caiga la noche”, dijo Efrideet, levantando el casco por encima de su boca para agarrar un trago detrás de la barra y beberse una copa entera de la malta que sirvió Wu. Luego de eructar preguntó, “¿Quieres acompañarnos?” Su sonrisa debajo del yelmo era todo dientes.

Wu se rió. “No, ¿un simple mortal en una pelea de resucitados? Solo sería una molestia.” Pensó por un segundo. “¿Te gustaría bailar?”

“No”, dijo ella imitando su tono. Luego bajó el yelmo.

Él inclinó la cabeza y luego se acercó para preguntar, “Espera, ¿qué es lo que crees que dije?”

“¿Te gustaría bailar?”, ella repitió.

“Me encantaría”, dijo él, dando un paso al frente con los brazos abiertos.

Ella dio un paso al costado y le pateó una pierna. Él cayó al suelo y alguien le derramó un trago encima.

“Tenía que hacer el intento”, dijo desde el suelo, mirándola mientras se marchaba. El penacho de su casco se elevó por encima de la gente y ya estaba atravesando la salida. “¡Llévate los cuerpos!”, exclamó él, todavía en el suelo.

**

Esa noche le llevó más de tres horas escalar la cumbre. Estaba temblando en su largo abrigo, y si no fuera por su Espectro, habría sucumbido al frío. El Espectro estaba escondido, obviamente.

Las enormes puertas del castillo ya estaban abiertas cuando llegó a la cima. Un exo, los ojos brillando en su lustroso cráneo negro, estaba parado frente a él. Soltó el arma que estaba tratando de alcanzar en su abrigo cuando vio que Wu Ming se acercaba con las manos en alto.

“Vengo en son de paz, hermano”.

Wu Ming siguió observando mientras los señores de la guerra rodeaban a la Dama de Hierro solitaria.

"El fin del mundo es territorio de los Lobos de Hierro", dijo Efrideet. "Al igual que toda la Cumbre de Felwinter".

"Eso va a cambiar esta noche". Una media luna de Luz se arqueó entre las manos abiertas del señor de la guerra. "Tengo un ejército de incursores y una escuadra de alzados esperando mis órdenes. Felwinter perdió la cabeza cuando se unió a vosotros".

Bajo el casco, los ojos de Citan saltaban de la Dama de Hierro al señor de la guerra aliado que estaba situado tras ella. Este levantó un cañón de mano descomunal y disparó una bala…

que fue directa al pecho de Citan cuando Efrideet se arrodilló. Ella pasó el cañón a su lado derecho con el puño izquierdo y disparó dos veces, volando la cabeza al señor de la guerra de detrás. Wu Ming se dio cuenta de que prácticamente no había ni mirado.

El subfusil del tercer señor de la guerra lanzó una lluvia de balas que martilleó contra el suelo mientras Efrideet rodaba. Wu maldijo para sus adentros al ver astillas de madera por todas partes. La gente gritaba.

Pero ya había terminado todo. El tercer señor de la guerra se desmoronó. El cuchillo solar de Efrideet le había partido la cabeza.

"¡Alto!", vociferó la Dama, disparando su cañón hacia el techo mientras tres Espectros se materializaban sobre sus protegidos. Sobre su hombro cayeron más trozos de madera. Esta vez, Wu Ming maldijo en voz alta.

"Ya sabéis quién soy", gritó la Dama a la sala. "A esta distancia, podría derribaros a todos antes de que pudierais recuperar a vuestros alzados".

Los hijos del Viajero se quedaron paralizados mientras sus carcasas giraban violentamente en el aire como abejas metálicas.

"Podéis iros", les dijo. "Pero vuestros alzados se quedan conmigo. Obedeced el Decreto de Hierro y los recuperaréis. A su debido tiempo". Los Espectros se miraron.

"Decídselo a los señores de la guerra", les espetó con desprecio. "La Cumbre de Felwinter pertenece a los Lobos".

Los Espectros se fueron por donde sus propietarios habían venido. Los clientes del bar empezaron a murmurar.

El Espectro de Efrideet, siempre rápido en responder, puso música: Lady Skorri cantando un antiguo himno.

Los clientes se apartaron de los cadáveres de los tres señores de la guerra, pero empezaron a charlar entre ellos. El murmullo de las conversaciones fue llenando la sala hasta convertirse en un pequeño alboroto. La música ayudaba.

"¿Para esto me pediste que viniera?", dijo Efrideet, enfundando su arma. "Dijiste que tenías un asunto rentable".

"Así es. Aquí tienes tu dinero", respondió, entregándole un puñado de lumen. La Dama de Hierro se quedó mirándolo, boquiabierta bajo el casco.

"¿Quién demonios te paga?".

"Tengo mis medios", dijo Wu Ming, riendo entre dientes. "Trabaja conmigo, hermana. Te haré rica. Te lo prometo".

Ella tomó con ansia los cubos de zafiro de su mano. El lumen representaba puro potencial material.

"No has traído a Felwinter", dijo Wu.

Ella lo estudió. "Ya te dije que no baja nunca de la Cumbre, a no ser que sea un asunto oficial de los Señores de Hierro. ¿Qué quieres de él?".

"Oye, ¿qué haces luego?", preguntó Wu de repente.

"Cazar caídos. Están empezando a dar problemas en el Pasaje de Boyle. Estaremos ocupados hasta el ocaso", dijo Efrideet, levantando el casco lo justo para coger una jarra de bebida de malta de Wu de detrás de la barra y bebérsela entera. Tras eructar, preguntó, "¿Quieres venir con nosotros?". Bajo el casco, su sonrisa era todo dientes.

Wu rio por lo bajo. "Pues no… ¿Un simple mortal en un combate con alzados? No sería más que un estorbo". Titubeó un instante. "¿Te gustaría bailar antes de irte?".

"Pues no…", dijo ella, imitando su tono. Se bajó el casco.

Fingiendo que escuchaba la música, él se inclinó para preguntar, "Un momento. ¿Qué me has entendido?".

"¿Te gustaría bailar antes de irte?", repitió ella.

"Me encantaría", dijo él, acercándose con los brazos abiertos.

Ella se hizo a un lado y lo tiró al suelo con una zancadilla. Cayó de morros y alguien derramó su copa encima.

"Tenía que intentarlo", dijo desde el suelo mientras ella se iba. El penacho de su casco sobresalía entre la gente. Ya casi había salido por la puerta. "¡Llévate los cuerpos!", gritó él, todavía desde el suelo.

**

Esa noche, tardó tres horas en subir a la Cumbre. Estaba temblando bajo su largo abrigo y, de no haber sido por su Espectro, habría sucumbido al frío hacía tiempo. El Espectro estaba escondido, claro.

Cuando llegó a la cima, las gigantescas puertas del castillo ya estaban abiertas. Al otro lado había un exo con ojos brillantes en su negro cráneo pulido. Cuando vio acercarse a Wu Ming con las manos en alto, sacó un arma que tenía guardada bajo el gabán.

"Vengo en son de paz, hermano".

Cabos sueltos, parte III

Adentro no hacía mucho más calor, pese a que el Espectro de Felwinter había encendido la chimenea para Wu. Se sentó frente al antiguo Señor de la guerra, ambos ocupaban enormes sillas góticas.

“¿Quién eres?”, preguntó Felwinter.

“Tu vecino. Vivo en el piso de abajo, hace un mes que he estado tratando de llamarte la atención”, dijo Wu Ming sonriendo.

“¿Qué quieres?”

Wu reflexionó un momento. “He oído que eres un asesino”.

“Son gajes del oficio en esta vida post-Colapso”.

“No, estoy hablando de resucitados. Muertes definitivas. Últimamente se ha convertido en tabú. Los Señores de Hierro están cambiando las cosas”.

“¿Quién eres? No creo que estés siendo honesto conmigo”. La voz de Felwinter retumbó en la habitación.

Wu Ming se recostó y se frotó las sienes. Le temblaban las manos.

Felwinter dejó de pestañear. Wu tenía la impresión de que el exo se quedaría sentado, congelado en el tiempo, hasta que él dijera algo.

“Espectro”, dijo Wu Ming. Su único amigo en el mundo se materializó de la nada.

“¿Se supone que eso deba impresionarme?”, preguntó Felwinter, sin la más mínima ironía. “¿De qué otra forma habrías sobrevivido el ascenso?”

Wu tosió. El Espectro giró de derecha a izquierda como diciendo que “no” con la cabeza.

“Déjame preguntarte de nuevo entonces”, dijo Wu Ming, enderezándose en la estúpida silla. “¿Romperás el decreto de Hierro? ¿Matarás de verdad?”

“Como Señor de la guerra, hice muchas cosas de las que no me enorgullezco. Bajo los Señores de Hierro, me adhiero a reglas estrictas de combate”, dijo Felwinter. Su voz sonaba hueca en su piel blindada. “Los Espectros no son objetivos autorizados”.

“Oí que importa mucho la distinción entre el bien y el mal y ajusticiar a aquellos que se lo merecen”.

Los ojos de Felwinter comenzaron a brillar con más intensidad.

“No se me ocurre una actitud más humana”, dijo después de una pausa.

“No sé si alguien tiene el derecho, pero creo de todo corazón en la venganza y, sabiendo que haces lo que haces, tengo un pedido”.

Felwinter se frotó el mentón. “¿Qué me estás pidiendo?”

Wu Ming le contó una historia sobre un pueblo olvidado llamado Eaton, al comienzo de la edad de los Señores de Hierro. Un Señor llamado Dryden había traído comida para la gente que se estaba muriendo de hambre en el pueblo, pero, a cambio, pidió usarlos como señuelo para atraer a un Señor de la guerra local y así poder emboscarlo. Esto, Wu se había enterado, era contrario al código establecido por Lord Radegast, el fundador de la orden. Dryden había roto la regla de no involucrar personas sin Luz en asuntos de los Señores de Hierro, puesto que esa era precisamente la clase de gente a la que los Señores de Hierro habían jurado proteger. El pueblo estuvo de acuerdo, por supuesto. ¿Qué otra opción tenían? Pero la emboscada salió horriblemente mal. El Señor de la guerra objetivo de la emboscada vino acompañado de una escuadra. La destrucción de Eaton fue total. Aunque Wu luego supo que Dryden había ganado la batalla, perdió a todos los Señores bajo su mando, Espectros y todo, y, en un acto de rabia y ansias de sangre, cometió el pecado adicional de infligir muertes definitivas a los Señores de la guerra que había derrotado. En todos estos años, Wu se había enterado que Dryden había mantenido esto en secreto, y que él y su Espectro eran de los más condecorados entre los Señores, junto a campeones como los mismísimos Lord Saladino y Lady Efrideet.

Felwinter se quedó congelado en su silla. Era difícil saber si había registrado algo de lo que Wu Ming había dicho.

“¿Cómo sé que no estás mintiendo?”, preguntó al fin la voz hueca.

“Tengo grabaciones en vivo”, respondió Wu. Su Espectro transmitió los datos al Espectro de Felwinter, quien asintió.

“Eaton. ¿Quiénes eran esas personas para ti?”

“Nadie. Solo fantasmas”.

“¿Quieres venganza por gente que no te importa?”

“¿El “Caballo Oscuro de Hierro” está disponible para ser contratado?”

Felwinter se puso de pie y amablemente hizo señas para que Wu Ming se marchara.

Wu suspiró, se encogió de hombros, y abandonó la habitación. Tenía un largo ascenso por delante.

El exo abrió su abrigo y sacó una larga escopeta de bronce de su costado.

“¿Qué te parece?”, preguntó su Espectro.

“Llama a Lord Dryden. Prepara mi arsenal del Estandarte de Hierro”.

Dentro no hacía mucho más calor, aunque el Espectro de Felwinter había encendido la chimenea para Wu. Se sentó frente al antiguo señor de la guerra, ambos en enormes sillas góticas.

"¿Quién eres?". Felwinter habló primero.

"Tu vecino. Vivo abajo. Llevo un mes intentando llamar tu atención", dijo Wu Ming con una amplia sonrisa.

"¿Qué quieres?".

Wu se quedó pensativo. "He oído que matas".

"Es una necesidad vital en esta existencia postcolapso".

"No, me refería a alzados. A muertes definitivas. Últimamente, se ha convertido en un tabú. Los Señores de Hierro estáis cambiando las cosas".

"¿Quién eres? Creo que no has sido sincero conmigo". La voz de Felwinter resonaba por la estancia.

Wu Ming se echó hacia atrás y se masajeó las sienes. Le temblaban las manos.

Felwinter observaba sin parpadear. Wu tenía la sensación de que el exo se quedaría sentado, congelado en el tiempo, hasta que dijera algo.

"Espectro", llamó Wu Ming. Su único amigo en todo el mundo se materializó en el aire.

"¿Se supone que eso debe impresionarme?", preguntó Felwinter sin un ápice de ironía. "¿Cómo sino ibas a sobrevivir al ascenso?".

Wu tosió. El Espectro hizo un gesto de reproche.

"Deja que te pregunte de nuevo", dijo Wu Ming, poniéndose bien derecho en esa estúpida silla. "¿Estás dispuesto a quebrantar el Decreto de Hierro? ¿Matarías de verdad?".

"Como señor de la guerra, hice muchas cosas de las que no me siento orgulloso. Con los Señores de Hierro, me adhiero a unas reglas de enfrentamiento", respondió Felwinter. Su voz sonaba hueca dentro de la piel blindada. "Los Espectros no son blancos válidos".

"He oído que te preocupan mucho el bien y el mal, y que se aplique la justicia a quien corresponda".

Los ojos de Felwinter se iluminaron aún más.

"No se me ocurre ningún acto más humano", dijo tras una breve pausa.

"No sé si alguien tiene derecho a ello, pero creo en la venganza con todas mis fuerzas. Y, sabiendo a qué te dedicas, tengo una petición para ti".

Felwinter se llevó la mano a la barbilla. "¿Qué quieres pedirme?".

Wu Ming le contó la historia de un pueblo lejano y olvidado llamado Eaton que tuvo lugar en la época de los Señores de Hierro. Un Señor llamado Dryden llevó comida a la gente hambrienta del pueblo, pero, a cambio, pidió usarla como cebo para atraer a un señor de la guerra local y tenderle una emboscada. Wu se había enterado de que eso iba contra el código impuesto por Lord Radegast, fundador de la orden. Dryden había infringido la norma que impedía involucrar a individuos sin Luz en asuntos de los Señores de Hierro, ya que estos se habían unificado precisamente para defender a esas personas. El pueblo había aceptado, claro. ¿Qué elección tenían? Pero la emboscada salió horriblemente mal. El señor de la guerra vino acompañado de una escuadra entera. La destrucción de Eaton fue total y absoluta. Aunque Wu se enteró luego de que Dryden había ganado la batalla, perdió a todos sus Señores de Hierro, Espectros incluidos, y, en un acto sanguinario e iracundo, cometió el pecado adicional de asestar la muerte definitiva a los señores de la guerra derrotados. En los años subsiguientes, Wu descubrió que Dryden había ocultado lo sucedido y que su Espectro y él estaban entre los Señores más condecorados, a la altura de campeones como Lord Saladino y Lady Efrideet.

Felwinter permaneció inmóvil en su silla. Era difícil saber si había procesado algo siquiera de lo que Wu Ming había dicho.

"¿Cómo sé que no mientes?", preguntó finalmente la voz hueca.

"Tengo grabaciones en directo", respondió Wu. Su Espectro envió una transmisión de datos al de Felwinter, que asintió.

"Eaton. ¿Qué eran esas personas para ti?".

"Nada. Solo fantasmas".

"¿Buscas venganza para gente que no te interesa en absoluto?".

"¿Puedo contratar al Taimado de Hierro?".

Felwinter se puso de pie y le pidió educadamente a Wu con un gesto que se marchase.

Wu suspiró, se encogió de hombros y abandonó la estancia. Le esperaba un largo camino.

El exo se abrió el abrigo y sacó una escopeta larga de bronce.

"¿Qué opinas?", preguntó su Espectro.

"Avisa a Lord Dryden. Prepara mi arsenal del Estandarte de Hierro".